Un reciente éxito cinematográfico, “1917”, recrea en una pequeña acción táctica menor el drama de tensión y muerte que atraviesan dos jóvenes miembros del ejército británico —un soldado y el cabo Schofield— en un conflicto conocido también como la Primera Guerra Mundial, que impactó al mundo a principios del siglo XX. Ello traslada al recuerdo de la misma.
En su momento, el Papa Benedicto XV (Giacomo della Chiesa) la calificó de “una matanza inútil”; el cardenal Ildefonso Schuster afirmó que “la guerra se trata de una matanza inútil y representa la mayor desgracia que puede golpear a la humanidad”; y el general Douglas Mac Arthur expresó —con conocimiento de causa— que “es un medio inútil para dirimir controversias, que había que sustituir por recursos de naturaleza espiritual”.
Me permito agregar que también es un renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad. Es muerte, viudas, huérfanos y mutilados; origina odios y rencores, y no soluciona los problemas políticos, ni sociales, ni económicos, ni étnicos, ni religiosos. Tampoco las rivalidades territoriales ni las disputas diplomáticas, no pocas veces alimentadas por exacerbados nacionalismos.
Lo que se conoce como la Gran Guerra duró 4 años, 3 meses y 11 días, desde el 28 de julio de 1914 hasta el 11 de noviembre de 1918. Enfrentó a millones de soldados de 32 naciones de los cinco continentes. Las bajas totales superaron los 15 millones de combatientes y una cifra importante de la población civil. La Argentina mantuvo su neutralidad durante todo el conflicto con los mandatos de los presidentes Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen. El conflicto comenzó con un cierto modo de pensar de incompetentes políticos, convencidos de que los problemas socio-económicos europeos podrían resolverse mediante el empleo del factor militar; quizás interpretando erróneamente al filósofo militar prusiano Carl von Clausewitz, que un siglo antes había sentenciado que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.
Algunos de los principales actores fueron: el Archiduque Francisco F. de Austria, quien fue asesinado por el estudiante nacionalista serbio-bosnio Gavrilo Princip -esa fue la excusa detonante-, el Kaiser Guillermo ll, líder del II Reich, el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson (su país entró en la guerra en abril de 1917). También se destacaron Georges Clemenceau, político, médico y periodista francés, David Lloyd George, político inglés, Paul von Hinderburg, mariscal alemán, Ferdinand Foch, mariscal francés, y el mariscal y político francés Henri P. Pétain.
Entre otras batallas, fueron sinónimos del conflicto: Primera batalla del Marne (1914), Tannenberg (1914), Galípoli (1915), Verdún (1916), Somme (1916), Ypres (1918) y la Segunda batalla del Marne (1918). Varios de los protagonistas de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) habían participado en la Gran Guerra con distintas responsabilidades, entre ellos: Adolf Hitler, el cabo de Bohemia, Winston Churchill, el responsable del desastre y la derrota de Galípoli por el que sufrió un eclipse político por varios años, Harry Truman, Hermann Göring, Erwin Rommel, Heinz Guderian, Erich Raeder, Karl Dönitz, Chester Nimitz, Charles de Gaulle, George Patton, Douglas Mac Arthur y Gueorgui Zhúkov.
Todos ellos conocían la guerra, pero este fenómeno se repetiría veinte años después. De nada sirvieron los desgarradores relatos de Ernest Hemingway (en su novela Adiós a las armas), y de Erich María Remarque (en su novela Sin novedad en el frente), sino que asistiríamos a una lucha más cruel y más encarnizada aún. La Segunda Guerra Mundial vulneraría algunos límites que se respetaron en la anterior: los indiscriminados ataques y masacres a las poblaciones civiles por los distintos bandos, el bombardeo nuclear sobre las indefensas ciudades de Hiroshima y Nagasaki, y el Holocausto, la Shoá. Fue el peor conflicto de la historia de la humanidad, duró 6 años y el saldo total fue del orden de 70 millones de muertos.
Hay una aceptable coherencia de los distintos bandos en condenar la incompetencia militar, como en parte lo evidencia la película “1917”.
Trataré de sintetizar la misma de esta manera: desconocimiento de la historia militar, ausencia de imaginación, decisiones improvisadas, carencia de inteligencia táctica y estratégica, subestimación del enemigo, optimismo irresponsable, obediencia paralizadora, inmovilidad absoluta, frentes estáticos, mandos débiles irascibles con el subordinado y mal uso de los recursos humanos. El historiador, escritor y periodista inglés Alan J.P. Taylor no obvió sentenciar al respecto: “Generales británicos que prolongaron la matanza conservaron sus puestos y lograron ascensos”. El reconocido analista y escritor militar inglés Liddell Hart dijo acerca de la emblemática Tercera Batalla de Ypres (Francia): “Fue como si ningún comandante se atreviera a expresar opiniones contrarias a las órdenes recibidas, pese a que los hechos lo exigían con gran fuerza”. Cualquier similitud con los altos mandos durante la Guerra de Malvinas no es mera coincidencia.
Formalmente, el Tratado de Paz se firmó en Versalles el 28 de junio de 1919. La miopía del torpe presidente de la conferencia, Clemenceau, y Wilson y Lloyd George, sometieron a Alemania a draconianas medidas compensatorias y exorbitantes pagos de indemnizaciones. Humillaron al pueblo alemán, que las consideró injustas e intolerables, pues aún hoy muchas fuentes aseguran que Alemania no estaba totalmente vencida. El entonces Secretario de Estado estadounidense Robert Lansing manifestó: “La próxima guerra en Europa surgirá del Tratado de Versalles, del mismo modo que la noche sigue al día”. El Primer Ministro italiano Francesco Nitti dijo: “Sin paz en Europa”. El pago de las reparaciones incidió en el pueblo alemán huelgas, inflación, desocupación, desengaño y lo encauzó a valorar partidos políticos que proponían soluciones radicales: el nacional-socialismo y el comunismo. Ello favoreció el advenimiento del nazismo hitleriano. Es curioso que el inglés Lloyd George, siendo primer ministro inglés en 1933, expresara que Adolf Hitler era “un gran hombre”. Alemania finalizó el pago de las reparaciones de esa guerra el 3 de octubre de 2010.
La Gran Guerra careció de liderazgos políticos y militares, y los altos mandos ejercieron un comando autocrático y distante, como en nuestro caso ocurrió en Malvinas. Lo que permite concluir que se puede prescindir de incompetentes generales, pero no de buenos soldados, cabos, sargentos, tenientes, capitanes y mandos medios.
*El autor es Ex Jefe del Ejército Argentino, veterano de la Guerra de Malvinas y Ex embajador en Colombia y Costa Rica