Alberto Fernández: la convicción y la responsabilidad

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

Los últimos días se dio una interesante discusión sobre uno de los párrafos más logrados del discurso del presidente Alberto Fernández al inaugurar el 138° periodo de sesiones ordinarias del Congreso.

En esa parte de su discurso, el Presidente utilizó los conceptos de “ética de la responsabilidad y de la convicción” que el pensador alemán Max Weber desarrollara en la conferencia que dictó a estudiantes universitarios en la ciudad de Múnich durante los primeros días del tumultuoso año 1919.

El contenido de esa conferencia se publicó poco después como ensayo con el nombre de “La política como vocación” y es considerada, a pesar de su brevedad, como una de las obras cumbre del análisis de la política.

En su discurso, el presidente Fernández sostuvo: “La tarea que tenemos por delante supone una ética de la convicción para no renunciar a nuestros ideales y también una ética de la responsabilidad para saber que la verdad es sinfónica, compuesta de voces, intereses y miradas diversas”.

A partir de esta idea varios analistas importantes sostuvieron en algunos diarios y canales de televisión que el presidente Fernández intentó hacer lo imposible, resolviendo una contradicción “irresoluble” para el mismo Weber entre dos principios éticos que orientan de maneras opuestas la acción política.

Brevemente podemos decir que para Weber la ética de la convicción es la que se guía por principios morales, internos e inquebrantables, que deben seguirse sin importar sus consecuencias; el mejor ejemplo sería el Sermón de la Montaña. Por el contrario, la ética de la responsabilidad sería aquel accionar que toma en cuenta las posibles consecuencias de los actos, responsabilizándose de ellas.

Algunos de estos analistas que estamos comentando intentaron mostrar esta supuesta contradicción como un nuevo capítulo de una contradicción mayor en la que el presidente Fernández estaría inmerso desde el día en que fue electo por culpa de una parte importante de su espacio político que lo quiere obligar a seguir irresponsablemente sus convicciones aún a riesgo de consecuencias terribles para el país.

Cierto sentido común ha desvirtuado los últimos cien años las ideas de Weber presentando a ambas éticas como contradictorias, cuando sólo son contrapuestas y más aún ha tendido a asimilar la ética de la convicción con el fanatismo, desvalorizándola frente a la ética de la responsabilidad que sería la única apropiada para la política.

Esa lectura pragmática no le hace ninguna justicia a los conceptos del pensador alemán para quien ambas éticas deben entenderse “como elementos complementarios que han de concurrir para formar al hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política”. Es decir, el verdadero político es para Weber aquel que entiende el conflicto permanente de estos dos principios y es capaz de combinarlos en su accionar, precisamente lo que sostiene Fernández en el párrafo que estamos comentando.

Cuando Weber pronunció su conferencia, Alemania se encontraba desgarrada y en plena guerra civil después de su derrota en la primera guerra mundial. Días antes se había proclamado la República Soviética en Baviera, región que tiene a Múnich como su capital, y en Berlín habían sido asesinados los líderes comunistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en pleno intento revolucionario.

Si en medio de ese clima dramático Weber pudo plantear sus argumentos, ¿cómo no podríamos nosotros en la situación difícil pero mucho más tranquila que enfrentamos no intentar comprenderlos y utilizarlos correctamente? Especialmente porque esa reflexión del presidente Fernández busca convocarnos a todos al desafío de construir colectiva y cooperativamente una agenda del desarrollo nacional que, mediante un Consejo Económico y Social, nos permita dejar atrás conflictos estériles y diseñar un sendero de crecimiento con inclusión social.

Los desafíos son inmensos lo mismo que las dificultades. Sin duda los años de peleas, desconfianzas y desencuentros conspiran contra la iniciativa y muchos pueden verla como meramente ingenua o idealista, pero por eso mismo nada mejor que volver a Weber y recordar la forma que cerró esa famosa conferencia en Múnich. La humanidad nunca hubiera alcanzado lo posible si no hubiera una y otra vez luchado por alcanzar lo imposible.

El autor es doctor en Ciencia Política, Profesor Titular de la UBA e Investigador del CONICET

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