El caso Jimena Barón y la desnaturalización del feminismo

La campaña de Jimena Barón que generó polémica

En estos días me resultó llamativa la campaña contra la cantante Jimena Barón por una pieza publicitaria que imitaba avisos de prostitución (con la palabra “Puta” incluida). No conozco a Barón y no he escuchado nunca su música y, atento a la música que consumo, creo que nunca la escucharé, pero me interesa el tema en términos de libertad de expresión y de cómo cierto feminismo fanático usa su causa para ejercer la violencia contra el que piensa distinto y para instalar parámetros de censura que son propios de sociedades autoritarias. En este caso, fue públicamente hostigada por mujeres que le decían que estaba mostrando una imagen de prostitución cuando en esa actividad hay explotación y trata de mujeres. La violencia y el escrache terminan generando mecanismos de autocensura. En consecuencia, las personas llegan, incluso, a inhibirse de expresar sus ideas por miedo al escarnio que puedan sufrir por decir algo que haga enojar a alguno de los tantos colectivos que hoy abundan. Estos grupos creen poseer la verdad revelada y piensan que todo el que no sigue sus mandatos debe ser castigado. Barón (al igual que todos los ciudadanos) tiene derecho a decir lo que le dé la gana y a hacer la promoción de su disco como le plazca. Al que no le guste, puede no consumir sus productos. Cualquier condena moral o política que se convierta en hostigamiento, provenga del grupo que provenga es fascista.

Desgraciadamente vivimos momentos a nivel mundial donde sectas que se esconden detrás de “buenas intenciones” avanzan sobre las libertades. Es bueno recordar, además, que todo lo que sean modas violentas y sectarias en el mundo se amplifican en Argentina. Siempre se puede ser más violento y más tonto en Argentina. Ese es el legado histórico del kirchnerismo y su gran triunfo cultural: la tontería, la mentira y la violencia de la que está infectada una parte de la población.

Hace poco el gran escritor Arturo Pérez Reverte se refería de manera muy clara al autoritarismo de los que quieren imponer una agenda políticamente correcta: “Hace treinta años escribo novelas, no para mejorar el mundo ni redimir a la humanidad sino porque me gusta imaginar historias y contarlas. Lo mismo me manejo con un torturador y asesino que con una buena persona o un perfecto caballero. Lo que busco es limpieza y eficacia narrativas; y según las necesidades de la trama me reservo el derecho a representar el bien y el mal como crea conveniente”.

Mis afirmaciones no implican una crítica a ciertos valores del feminismo. Siempre he trabajado con equipos en los cuales había muchas mujeres y nunca necesité que nadie me fijara un cupo para que eso sucediese. Encontré mujeres con una extraordinaria capacidad laboral e intelectual y soy un convencido defensor de la paridad salarial entre el hombre y la mujer. Me parecen detestables las situaciones en las cuales se vulneran derechos de cualquier índole. Lo que resulta lamentable es la desnaturalización de causas históricamente justas por el fanatismo y la violencia. Existe cierta idea de que frente a actos de violencia histórica hay que actuar de manera agresiva e indiscriminada. No hay que poner en estado de sospecha a todos los hombres porque haya algunos que tienen conductas altamente reprobables. Hay que cooperar con la justicia para que sea más efectiva en los casos que corresponda. Las situaciones de escrache público se pueden confundir con venganza o pueden ser utilizadas maliciosamente: siempre ocurrió eso en la historia de la humanidad y con los temas más diversos. Cuando las sociedades tienen comportamientos tribales, la libertad individual se ve amenazada. Tampoco es aceptable que se criminalice a mujeres que digan o hagan algo que escape a los dictados de lo “políticamente correcto”, como si fueran ovejas descarriadas o estuviesen violando un código mafioso. Ninguna causa, por justa que fuera, está por encima de la libertad individual y la libertad de expresión, ambos derechos absolutos.

Por otro lado, es inaceptable que se mezcle el arte con las proscripciones. Lolita de Vladimir Nabokov es una novela extraordinaria y algunos la quieren reducir al tema de la pederastia (y piden que las librerías dejen de venderla). La música de Wagner es descomunal aunque haya sido del agrado de Hitler. Pablo Neruda fue un destacado poeta que escribió “Oda a Stalin” en homenaje a un dictador que asesinó a millones de personas. Podríamos citar miles de ejemplos de este tipo. La expresión artística no debe mezclarse con las opiniones de quienes la realizaron. Asimismo, los temas que abordan esas obras no deben estar sometidos a aquellos que quieren imponer una temática determinada o doctrina. No hay censuras buenas.

Resulta curioso que el kirchnerismo reivindique el feminismo y que feministas reivindiquen al kirchnerismo. Han creado un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, pero hay pocas mujeres en puestos claves en el gobierno. Independientemente de los temas que pueda impulsar ese ministerio, me da la sensación de que es un gesto hacia un colectivo que termina siendo poco feminista: ponen todo el foco allí, pero no valoran el trabajo individual de las mujeres siendo este un gobierno mayoritariamente masculino. Pareciera que les dan a las mujeres el lugar para ocuparse de mujeres, y que la economía, la jefatura de gabinete, las relaciones exteriores, la defensa, entre otros, son cosas de hombres.

Esta semana vimos también el patetismo de una fuerza política que quiere mostrar una agenda de ampliación de derechos, pero no es más que un grupo integrado por hombres que pertenecen al pensamiento mas retrógrado. Sabina Frederic es ministra de Seguridad y una de las pocas mujeres en cargos relevantes. Esta semana, expuso en el Consejo de Seguridad y expresó su deseo de fortalecer el mismo. A su vez, el gobernador de Tucumán, Juan Manzur, en un intento por comunicarle algo en privado a la ministra y sin darse cuenta de que el micrófono estaba abierto le dijo: “Poné a alguien que escuche a la oposición así nosotros hacemos lo que queremos”. En términos democráticos esa frase de Manzur es una basura y propia del peronismo y su desprecio por la oposición. Vi la escena en clave de conflicto feminista e imaginé la situación como si fuera una película de Scorsese sobre la mafia: el viejo mafioso (Manzur) le explica a la chica nueva de la mafia cómo funcionan las cosas. Me dio pena (por la dignidad de una mujer en el cargo) que Frederic se riera, con docilidad, y no lo mandara públicamente al diablo por haber dicho eso. Hubiera sido un gran gesto. Pero aquello, claro, hubiera roto los códigos de la mafia. Está complicada la agenda feminista en el marco de un partido de dinosaurios como el Justicialismo. Desde la década del 40 (cuando ya había feministas importantes en el mundo) tanto Perón como Eva Perón tenían una mirada por demás crítica sobre el feminismo. Cabe añadir que el Justicialismo tuvo una Presidente mujer en los 70 (Isabel Perón) cuyo único mérito fue ser la esposa del caudillo. A su vez, Cristina Fernández de Kirchner fue candidata a la presidencia en 2007 por decisión de su marido, Néstor Kirchner. En ese sentido, el Justicialismo es claramente un partido con tradición machista.

Cambiarán la historia, una vez más, y dirán lo contrario a lo que han hecho. Siempre hacen lo mismo.