En los últimos días ha tenido una difusión masiva y mediática una discusión que lleva años en las entrañas del movimiento de mujeres, no sólo a nivel local, sino también a nivel global. Esta discusión que llena seminarios, hojas de libros, artículos de filosofía, puede resumirse a grandes rasgos en dos posiciones: una que entiende que la prostitución surge de la libre voluntad de las personas que la ejercen y por lo tanto debe ser reconocida como un trabajo, y la de quienes entienden a la prostitución como un acto de violencia y discriminación contra la mujer, consecuencia de la cultura y las imposiciones del patriarcado.
Esta discusión muy importante acerca de la autonomía de las mujeres se inserta en discusiones mucho más profundas a nivel filosófico acerca del ejercicio de la autonomía de la voluntad en contextos altamente desfavorables de decisión. Por eso, es conveniente no tomar a la ligera estas circunstancias, no banalizarlas, para no caer en la tentación de un enfrentamiento de mujeres contra mujeres que sea servil a la continuidad y profundización del sistema patriarcal y discriminatorio.
La explotación de la prostitución ajena y el sistema prostibulario muchas veces se valen de esta discusión sobre la prostitución autónoma como trabajo o como medio de supervivencia en condiciones altamente desfavorables, para legitimarse y darse continuidad. La discusión de la autonomía de la voluntad de la mujer prostituida no justifica la explotación. Sin embargo, es utilizada en los casos penales en los que se juzga trata y explotación de personas por los proxenetas, por los fiolos, los cafishos, los tratantes. La usan también los “clientes” prostituyentes, claro.
Una discusión acerca de cómo concebimos la utilización del propio cuerpo de las mujeres es utilizada por quienes se valen de esos cuerpos mediante sometimiento, imposición de vejámenes, de normas, de multas, de endeudamiento, de restricciones. También la usan los que pagan para sentirse hijos dignos del patriarcado, machos, fuertes, grandes. Se roban esta discusión, la alteran y la usan para legitimar conductas que están prohibidas no sólo por nuestra ley argentina sino que son consideradas como formas de violencia contra las mujeres en convenciones internacionales de derechos humanos.
El sistema prostibulario es discriminación contra la mujer por la sencilla razón de que la mercancía es en un 99% por ciento MUJERES, cis y trans. Los “clientes” prostituyentes son en un 99% varones. El sistema prostibulario tiene reglas de dominación masculina y se basa en el control de la sexualidad ajena, contrapuesto al concepto de libertad y autonomía. Lo peligroso, lo dañino, lo que nos tiene que poner en alerta como mujeres, es el sistema prostibulario y esas reglas de dominación.
¿Cómo es posible que se culpe a una mujer de la existencia o fomento del sistema prostibulario? ¿Vamos a invisibilizar una vez más a los usuarios del sistema prostibulario? Los salvamos de la incomodidad de la discusión, una vez más.
No desaprovechemos este momento, no hagamos de esto una pelea entre mujeres, interpelemos al sistema prostibulario, interpelemos al negocio que no está en manos de las mujeres. Podemos seguir discutiendo con la profundidad que sabemos que esta discusión tiene mucho tiempo más, pero no dejemos pasar esta oportunidad de repudiar la explotación sexual de las mujeres y para esto no apuntemos a las mujeres, no nos apuntemos entre nosotras porque no es por ahí.
La pelea por la igualdad hay que darla frente al opresor.
La autora es fiscal de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas. Ministerio Público Fiscal.