Este sábado se cumple un nuevo aniversario del nacimiento del gran patriota Martín Miguel de Güemes. Reivindicar su memoria es también hacer justicia con la participación de los gauchos en nuestras guerras independendistas.
San Martín, quien había relevado a Manuel Belgrano en la jefatura del Ejército del Norte, se convenció de la imposibilidad de avanzar por tierra hasta Lima, centro de la resistencia realista. Había conocido a Martín Güemes en Buenos Aires y diagnosticó con acierto sus virtudes carismáticas y patrióticas y lo convocó para incorporarse a sus fuerzas en un rango relevante.
Confiando en Güemes y en sus gauchos les dejó la defensa de la frontera norte, intercediendo ante el Directorio para que fuese ascendido a Teniente Coronel, mientras él se trasladaba a Córdoba para reponerse de una dolencia misteriosa y que no pocos consideran un pretexto. El general Paz diagnostica con precisión en sus Memorias: “Esa enfermedad se llama Alvear. Es decir, la convicción de que luego de entrar en Montevideo, el ambicioso don Carlos, ávido de gloria, convencido de que los laureles de la independencia argentina serían para él, lo relevaría sin contemplaciones”.
Meses más tarde desde Mendoza, abocado a la organización del Ejército de los Andes, pero atento a los sucesos del norte, el Libertador podrá escribir al Directorio: "Los gauchos de Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado”. Antes, desde Tucumán, el 1º de abril de 1814 había resaltado que “es imponderable la intrepidez y entusiasmo con que se arroja el paisanaje sobre las partidas enemigas, sin temor del fuego de fusilería que ellas hacen”.
A su vez, el 21 de julio de 1814, el comandante en jefe de las fuerzas realistas, general Joaquín de la Pezuela, envía una nota al virrey del Perú, señalándole la difícil situación en que se encuentra su ejército ante la acción de las partidas de Güemes: “Al abrigo de la continuada e impenetrable espesura, y a beneficio de ser muy prácticos y de estar bien montados, se atreven con frecuencia a llegar hasta los arrabales de Salta y a tirotear nuestros cuerpos por respetables que sean, a arrebatar de improviso cualquier individuo que tiene la imprudencia de alejarse una cuadra de la plaza o del campamento, y burlan, ocultos en la mañana, las salidas nuestras (...) En una palabra, experimento que nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial”.
En el informe sobre los servicios del coronel Pablo Burela, fechado en Santa Fe el 8 de octubre de 1873, puede leerse la descripción de una de las tantas acciones del jefe salteño: “Con este movimiento Güemes no hacía oposición, limitándose a tiroteos parciales. Desde que (el jefe español) Sardina entró en el bosque más delante de Cerrillos, Güemes hizo hostilizar la columna por todos sus flancos con 60 ó 70 hombres. Sardina penetró hasta el pueblo de Chicoana, invirtiendo tres o cuatro días sin encontrar ganado que tomar, ni a la fuerza de Güemes para batirla; y determinó retirarse a la ciudad".
“(…) Apenas salió del bosque la columna y vio Sardina que eran 60 hombres los que tenía por delante, destacó al escuadrón “Dragones de la Unión” sobre ellos. Los 60 gauchos cumplieron la instrucción de Güemes de dispersarse y huir en dirección del bajo donde estaban apostados en batalla 300 hombres colocados allí por Güemes; los que en el acto de ver al escuadrón realista que en la carga había perdido su alineación, lo cargaron y acuchillaron".
“Al ver esto Sardina mandó en sostén y refuerzo de los dragones a los otros tres escuadrones. Los 300 gauchos, también por instrucción de Güemes, volvieron caras dispersos en dirección del mismo camino hasta otro bajío, en donde Güemes en persona los esperaba con el resto de sus fuerzas (otros 300 ó 400 hombres)".
“Los españoles, en la ilusión de su triunfo, perdieron su alineación. Güemes emprendió su carga: ellos se reorganizaron. Güemes figuró dispersión de su gente, y cuando los españoles se habían alejado lo bastante de su columna de infantería, Güemes hizo la señal a su gente que vuelva caras, se alinea, forma en batalla y carga sobre los españoles y los lleva acuchillando hasta meterlos bajo las bayonetas de su infantería, que también habría sido acuchillada si no anda tan lista en formar cuadro y calar bayoneta con rodilla en tierra".
“Todos estos movimientos se ejecutan por Güemes y sus tropas a la carrera abierta de los caballos a la vista y presencia de la columna de infantería. La caballería española quedó aterrada, incapaz de hacer frente, y resuelto el problema de la superioridad sobre ellos de los gauchos de Salta y Jujuy al mando de Güemes. Allí se peleó cuerpo a cuerpo y sable a sable; venciendo una fuerza de gaucho menor en número a otra fuerza mayor de españoles, aguerridos y veteranos".
“(…) La baja de los españoles en aquella jornada fue de trescientos y tantos hombres entre muertos, heridos, prisioneros y pasados. Sin embargo de ser una derrota se decretó un escudo de honor con el siguiente mote: “Me hallé en la acción de Bañado” (fue el nombre que le dieron). Tal fue el mérito para los españoles, que a pesar de ser, como he dicho, una derrota, consideraron una verdadera hazaña el haber salvado en cuadro. Entre los muertos fue el mismo Sardina, que recibió una herida mortal de la que falleció al siguiente o subsiguiente día, y fue enterrado en Salta”.
Belgrano valoraba la acción de Güemes. Así nació entre ellos una gran amistad. Esto le escribe el caudillo salteño sobre los enemigos que ambos tenían entre sus compatriotas: “Hace Ud. muy bien en reírse de los doctores; sus vocinglerías se las lleva el viento. Mis afanes y desvelos no tienen más objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos. Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.
Ambos, como siempre sucederá con los caudillos de raíces populares, tenían por adversarios a los politiqueros oligarcas de Salta y Buenos Aires, muchos de los cuales confundían sus propios intereses con los de la patria, celosos de que nadie compitiese con su poder basado en lo económico y en el entretejido de relaciones con sus iguales. El populacho era el sector social que trabajaba para ellos en sus haciendas y en sus comercios, y era eso lo único que se esperaba de ellos.
También fueron muchos los puntos de contacto entre Güemes y el caudillo oriental José Gervasio de Artigas, aunque nunca se encontraron. Ambos tuvieron un inmenso predicamento entre los humildes de la “chusma” que los siguieron con lealtad y heroísmo; ambos provenían de familias acomodadas; ambos, cuando gobernaron, practicaron el “radicalismo populista” (A. Shumway) repartiendo tierras entre los pobres y aplicando impuestos a los productos importados para proteger las industrias provinciales. Y lo que es oprobioso, ambos sufrieron el ataque de los ejércitos regulares porteños, armados y financiados para combatir contra las fuerzas realistas.
Así fue que cuando el inepto José Rondeau, nuevo jefe del Ejército del Norte, resultó derrotado el 21 de octubre en Venta y Media y el 29 de noviembre en Sipe Sipe, Buenos Aires envió entonces refuerzos para reorganizar las fuerzas patriotas. Pero “Todos creyeron que iba a cargar al ejército real, aprovechando la ocasión de hallarse ocupado en rendir y guarnecer las provincias del Alto Perú, para batirlo en detalle; pero con la mayor sorpresa vieron que en vez de ir contra el ejército real se lanzó de improviso contra Salta, trayendo una guerra sangrienta y bárbara que fue contenida con igual retaliación, en abril de 1816” (Informe del coronel Burela, quien combatió a las órdenes de Guemes, Santa Fe, 1873).
Como no podía ser de otra manera, las tropas porteñas fueron derrotadas contundentemente por las experimentadas montoneras salteñas que las dejaron sin víveres retirando todo el ganado que hubiese en su camino y haciendo arder los campos cultivados, a tiempo que les producían crecientes bajas a favor de un decisivo predominio en las acciones de caballería. “Marchó con el ejército sin llevar víveres o ganado en pie, de modo que no pudiendo tomarlo en el campo se vio privado de él, lo que por sí sólo bastaba para hacer insostenible su posición”, criticará José María Paz en sus destacables “Memorias”. “Es inconcebible tanta imprevisión, mucho más en un general (Rondeau) que sabía prácticamente lo que era la guerra irregular o de montonera y lo que valía el poder del gauchaje en nuestro país, pues lo había visto en la banda Oriental. No puedo dar otra explicación, sino que se equivocó en cuanto a las aptitudes de Güemes y el prestigio que gozaba entre el paisanaje de Salta”.
Como es de imaginar, estos desatinos en el interior de las fuerzas patriotas provocaron su debilitamiento. Fue lógico entonces que un poderoso ejército realista al mando del general Ramírez Orosco, aprovechando las circunstancias, invadiese Salta. Eran 6 batallones, 7 escuadrones y 4 piezas de artillería, formando un total de aproximadamente 4.000 hombres. Además a su comandante en Jefe lo acompañaban avezados y prestigiosos militares como los generales Canterac y Olañeta y los coroneles Vigil, Marquiegui, Valdez y Gamarra.
El 31 de mayo de 1820 ocuparon fugazmente la ciudad de Salta. A pesar de la desorganización de las guerrillas patriotas y de combatir con una mano contra los realistas y con la otra contra las tropas regulares porteñas, la resistencia de los gauchos salteños fue admirable y eficaz. Mitre celebrará la victoria: “Las guerrillas disputaron el terreno palmo a palmo desde la frontera hasta Salta, atacando con audacia las columnas enemigas que se desprendían del grueso de sus fuerzas, con fortuna varia en los combates. Los españoles no fueron dueños sino del terreno que ocupaban con las armas, y después de un mes de permanencia tuvieron que replegarse bajo el fuego de las guerrillas salteñas a sus posiciones de Tupiza a consecuencia de los anuncios de la expedición de San Martín sobre Lima, que a la sazón se aprestaba en Chile”.
Al proclamar, ante el Cabildo salteño, su nuevo triunfo, un Güemes más preocupado que eufórico decía: “A pesar de no haber sido oportunamente auxiliados, una vez más hemos conseguido, aunque a costa del exterminio de nuestra provincia, el escarmiento de los tiranos”.
La historia que nos es inculcada se limita a fijar fecha y lugar para la muerte del gran caudillo y nos oculta que fue un sector de la clase acomodada de Salta, harta de los esfuerzos en impuestos, hombres, animales y provisiones a que el jefe gaucho la sometía para sostener la guerra independentista, deseó, planeó y logró su desaparición física. Para ello se asociaría con el general español Olañeta quien dispuso que su lugarteniente, el coronel Valdez, apodado el “Barbarucho”, que acampaba en Yavi con sus hombres, marchase hacia el sur en maniobra oculta y sigilosa con el propósito de alcanzar en el menor tiempo posible la ciudad de Salta, sorprender a los patriotas y cumplir con el objetivo principal: asesinar a Martín Güemes, pesadilla de los realistas, y esperanza de San Martín para organizar un ejército que avanzara sobre Lima para someterla en una operación de pinzas articulada con sus tropas embarcadas.
Ayudado por indios baqueanos puestos a su disposición por los salteños enemistados con el jefe gaucho, “El Barbaducho” atraviesa el páramo de “El Descampado” y se embosca el 7 de junio de 1821 en la serranía de los Yacones con unos 400 hombres de infantería. Luego, al oscurecer, desciende sin ser advertido al valle para alcanzar a la medianoche el campo de la Cruz, sin tropezar con guardias ya que ese flanco era considerado inaccesible.
Allí divide sus fuerzas en partidas a cargo de buenos conocedores de la ciudad y ordena que las mismas se dirijan a rodear la manzana de la casa del jefe salteño, lo que se realiza sin mayores tropiezos. Uno de los colaboradores del jefe patriota, que ha estado reunido en su casa y atraviesa la plaza, se topa con una de las patrullas enemigas y es muerto de un disparo. Güemes escucha la detonación y sale solo a la oscuridad cerrada de la noche a poner orden, convencido de que se trata de algún disturbio aislado provocado por la anarquía del campo patriota, sin imaginar que los realistas se habían desplegado ya por toda la ciudad.
Al darse cuenta de lo que realmente sucedía, se lamenta de haberse aventurado sin escolta y pretende huir a la carrera por una calle lateral, pero cae en una encerrona y es herido por una descarga en el trasero. Batiéndose con su proverbial bravura logra subir a un caballo y se dirige al río Arias, donde es transportado en camilla hasta la hacienda de la Cruz, para desde allí continuar su fuga hasta El Chamical.
Olañeta ofrece interesada atención al salteño: “Los parlamentarios llegaron hasta el fondo del bosque donde el famoso patriota yacía en su lecho de dolor, y, en su presencia, le expresaron su cometido, rogándole aceptar la proposición y pasando al centro de todos los recursos necesarios para su curación y garantía de su interesante vida. Pero Güemes nada quiso deber a los enemigos de su patria, ni aun su propia vida: ‘Señor coronel –díjole Güemes al jefe que hacía de cabeza de la comisión-. Diga usted a su general que le agradezco su atención pero que no puedo aceptar sus ofrecimientos absolutamente’".
“Olañeta no desesperó por esto y quiso tentar por última vez la entereza del noble patriota, y trató de seducirlo, sin llevar escarmiento por el fracaso más de una vez ocurrido ya en el empleo de este vil resorte. Para tanto, envióle en seguida un nuevo parlamento, prometiéndole ‘garantías, honores, empleos y cuanto quisiere, siempre que él y sus tropas rindieran las armas al rey de España’".
“Los parlamentarios llegaron nuevamente a su lecho. Güemes escuchó con calma la proposición, y terminada ésta, incorporándose levantó en alto la voz y con marcial expresión, exclamó, dirigiéndose a su segundo en el ejército: ‘¡Coronel Vidt! ¡Tome usted el mando de las tropas y marche inmediatamente a poner sitio a la ciudad, y no me descanse hasta no arrojar fuera de la patria al enemigo!’".
“Y volviéndose hacia el parlamentario: ‘Señor oficial –le dijo, arrojándolo con un ademán de su presencia- está usted despachado’. Esta fue la contestación que dio Güemes al insultante parlamentario” (Informe de José M. García a Luis Güemes Castro).
Güemes morirá el 17 de junio de 1821, luego de diez días de sufrimiento y a raíz de las hemorragias y las infecciones provocadas por su herida.
El diario oficial “La Gazeta de Buenos Ayres”, cuando dominaban los rivadavianos, celebrará: “Murió el abominable Guemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos con el favor de lo comandantes Zerda, Zabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos”.