María Magdalena, apóstola del encuentro de hombres y mujeres

María Magdalena

El 3 de Junio de 2016, Jorge Bergoglio, nuestro papa Francisco, ordenó al Arzobispo Arthur Roche, secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que dictara un decreto por el cual, a partir de entonces y cada 22 de Julio, Santa María Magdalena fuera festejada litúrgicamente como el resto de los apóstoles; pero con un aditamento: fruto de la Misión que Jesús le encomendó a la de Magdalá (pequeña pero poderosa aldea de Galilea, de donde era oriunda y miembro de una influyente familia), de ir a anunciar su resurrección a los hombres, la Iglesia la reconoció como apóstola de Apóstoles, o sea, una suerte de primus inter pares.

Llama la atención la escasa difusión que tuvo esta revolucionaria decisión de Francisco. Es comprensible que así sea por parte de un segmento de la jerarquía eclesiástica conservadora que impide las reformas que el primer papa latinoamericano intenta introducir en la Iglesia para “aggiornarla”. Quizás se deba a que podrían ver peligrar su supremacía de 17 o 18 siglos en la institución con sede en Roma, en estos tiempos de igualdad de género. Quizá no puedan imaginar una papa mujer, o cardenalas o arzobispas, ya que el rango de apóstol entre los apóstoles coloca a la Magdalena en igualdad de condiciones en el orden jerárquico y con eso se abre la posibilidad real de la participación de la mujer en la estructura de la Iglesia con derecho a voto y con poder de decisión. Hay muchos historiadores eclesiales o hagiógrafos que sostienen que hasta el siglo II o III de nuestra era la Iglesia era una institución con fuerte presencia de mujeres entre los evangelizadores y pastores.

Pero llama mucho más la atención que los movimiento feministas no hayan rescatado este gesto revolucionario de Bergoglio, generando una coincidencia táctica con los sectores más retardatarios del catolicismo que combaten al heredero de Pedro en su Cátedra. Sucede algo parecido que con la Magdalena, con el ocultamiento al que ha sido sometida la memoria de quien, quizá, será la primera santa argentina, la beata santiagueña, María Antonia de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula. Aquella preciosa hija del principal “encomendero” de Santiago del Estero de las épocas de la Colonia, Don Francisco Solano de Paz y Figueroa, que se rebeló contra su familia y contra la realeza española, por la inhumana explotación al que eran sometidos los indios y decidió incorporarse al beaterio de los Jesuitas en la Madre de Ciudades, renunciando al matrimonio pero sin transformarse en monja y sólo para servir a los más necesitados. Y luego de varios años de servicio a todo tipo de marginado, y cuando el rey Carlos III decretó la expulsión y posterior disolución de la Compañía de Jesús, y se suspendieron los famosos ejercicios espirituales de los herederos de San Ignacio de Loyola en el Virreinato, la Mama Antula decidió mantener vivas esas prácticas que ayudaban a encontrarse consigo y con Dios a los seres humanos e iniciar su peregrinación (como María Magdalena), para continuar la Obra interrumpida de los Hermanos Jesuitas.

En estas épocas de extremismos de género, de razas y de religiones, me pareció necesario que podamos reflexionar sobre el daño que los sectarismos ocasionan a la sociedad. Y mi reflexión parte de la parcelación que se hace de la historia, de las ideas, de los principios, de los credos, etc. que llegan, como en estos casos a omitir datos centrales de los procesos para transformar en verdad irrefutable, sólo la parte que conviene a las convicciones personales, generalmente atravesadas por ideologías que en algunos casos rondan con fundamentalismos más extremos que aquéllos que dicen combatir.

Las mujeres en la historia de la humanidad han escrito y protagonizado páginas gloriosas que ayudaron a evolucionar la especie en su conjunto, más allá de sus géneros. Lo mismo los hombres. Pero transformar esos aportes en absolutos y utilizarlos antojadizamente, conduce inexorablemente a los extremismos, a los fundamentalismos, antesala de catástrofes y apocalipsis.

“Viva el cáncer”, espetaban en las paredes de Buenos Aires los reaccionarios que todavía no habían podido metabolizar la gesta de Eva Duarte para concederle el voto a las mujeres... ¡recién en el siglo XX! Como prostituta nos enseñaron a conocer a la amiga predilecta de Jesús, que nuestro Francisco reconoció como apóstola de apóstoles. Una desconocida santiagueña que vivió en el Siglo XVIII y que fundó la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires (hoy Museo de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales Sor María Antonia de la Paz y Figueroa, en Av. Independencia 1190 de CABA) sembró las simientes de la liquidación de la inhumana institución colonizadora de la “Encomienda” que transformaba a los indígenas en animales. Y ninguna de ellas, como tantísimas otras científicas, militares, políticas, religiosas, escritoras, etc. necesitaron eliminar a sus compañeros para alcanzar esas conquistas. Por el contrario, se complementaban con ellos, como Juana Azurduy con Martín Miguel de Güemes, María Magdalena con Simón, llamado Pedro y sus otros compañeros de apostolado o Marie Curie con su compañero Pierre con quien ganaron el premio Nobel de Física en 1903, para luego obtener ella sola el de Química en 1911, o Eva Duarte con el General Perón, para revolucionar las luchas sociales en los países emergentes, por solo citar algunos ejemplos al azar.

La humanidad está entrando en tiempos decisorios para su destino. Que sus actitudes no aceleren la llegada del Apocalipsis depende de los pequeños y grandes gestos, actitudes, conductas, principios que las mujeres y los hombres adoptemos a diario. Un argentino, hoy uno de los líderes más trascendentes de esta humanidad, el papa Francisco, el llegado “del Fin del Mundo” como se autodefinió, dio a las mujeres la primera apóstola en la historia del cristianismo, generando las condiciones para una auténtica revolución. Con la licencia que me otorga ser un laico, digamos que abrió el camino para una nueva evangelización llevada a cabo, como en la Iglesia primitiva, por las mujeres, junto a los hombres, como lo hacían la Magdalena, junto a Pedro. Ofreció así a la especie humana, mujeres y hombres, una nueva oportunidad para que juntos, unos al lado de los otros, corrijamos nuestros errores y reconduzcamos nuestra marcha hacia el Jardín del Edén y no hacia el Apocalipsis. Que no sean las propias reivindicadas las que retrasen ese derrotero. Que así sea.

*Ex ministro de Educación de la Nación. Vicerrector de la Universidad Nacional del Chaco Austral, UNCAUS

Seguí leyendo: