A pocos días de concluir los primeros dos meses de mandato, el presidente Alberto Fernández dejó por unos días de lado –al menos en términos relativos- la preocupación por la difícil situación económica que atraviesa el país y las políticas que su administración está procurando diseñar e implementar con el objetivo de revertir dicho contexto heredado de la gestión de Macri, para experimentar lo que a la postre sería su “bautismo” en el plano internacional como Jefe de Estado.
De esta forma, con el primer viaje al exterior y una agenda próxima de giras que ya se van confirmando, el oficialismo comenzó a delinear lo que será su política exterior para los próximos años, abriendo con la elección de su primer destino y los gestos desplegados durante el viaje todo tipo de especulaciones y posibles líneas de análisis.
Agendas de gobierno
Frecuentemente se suele reducir el análisis político a la cuestión económica o todo lo que hace al bienestar material de la población: inflación, salarios, crecimiento, dólar, empleo, etc. Más aún en países como el nuestro, donde las recurrentes y acuciantes crisis son ya parte de nuestro ADN político.
Pero lo cierto es que los gobiernos tienen el desafío de llevar adelante distintos temas tan o más relevantes por sus potenciales consecuencias para el interés nacional. Uno de estos es, sin lugar a dudas, la política exterior.
Considerando la importancia de lo simbólico, que en el solemne mundo diplomático adquiere además un particular relieve, los presidentes y jefes de Estado –y no sólo los argentinos- suelen ser muy cautos respecto a la elección que hacen sobre a cuál país visitar en su primer viaje al exterior. Y ello responde, en gran medida, a que esa decisión será leída por los analistas como una intención inicial respecto a los alineamientos, y alianzas estratégicas que el mandatario prevé llevar a cabo tanto en el plano político como comercial a lo largo de su gobierno. Una decisión que vale tanto en el plano de las relaciones bilaterales como en los espacios de integración regional, los foros multilaterales y los organismos supranacionales.
Está claro que Argentina no está en condiciones de despreciar cualquier oportunidad que presente el contexto internacional para generar una identidad propia en pos de velar por sus intereses. A la delicada situación que se vive con el Mercosur y su incierta continuidad a partir de las inocultables tensiones entre los primeros mandatarios de Brasil y la Argentina, se suman las presiones de Estados Unidos en relación a la posición argentina respecto a Venezuela, los choques con el gobierno interino de Bolivia que la Argentina no reconoce tras el golpe que derrocó a Evo Morales, y el reciente alejamiento de la Argentina respecto a la OCDE en detrimento al protagonismo que Brasil ha asumido de la mano de Estados Unidos en un espacio que, cabe remarcar, resulta interesante para interactuar con otras naciones en términos económicos, pero también en términos políticos.
La perspectiva de política internacional que abre el primer destino de Fernández
El “frente externo” –como se suele llamar en la jerga a la política internacional que afronta un gobierno- se avizora complejo. En la región parecen haber estallado acontecimientos de una envergadura inédita en los 20 años previos. Desde la reaparición de golpes de Estado con participación activa de las fuerzas armadas como en Bolivia, pasando por una crisis humanitaria, política y económica como la de Venezuela, el ciclo de violentas protestas sociales en un Chile que hasta hace muy poco se presentaba como un modelo a imitar, la crisis política del Perú desatada tras el Lava Jato, hasta las radicales posturas adoptadas por Bolsonaro en Brasil.
En ese convulsionado contexto, Argentina celebró una elección nacional que dio como resultado la elección en las urnas de un nuevo gobierno. El ejercicio electoral ofició sin dudas como una saludable “válvula de escape” que permitió dirimir las diferencias políticas por los canales democráticos. Sin embargo, el tiempo de ganar elecciones terminó, y la agenda del gobierno parece sumar nuevas complejidades a medida que los días transcurren. La hora del primer viaje al exterior para Alberto Fernández llegó, y con él toda clase de repercusiones.
En los últimos 37 años de democracia cada mandatario ha intentado diversas estrategias en sus frentes externos, decidiendo a que país visitar primero.
Si bien no ocurrió en una fecha cercana a su asunción presidencial, Raúl Alfonsín viajó a la España pos franquista para estrechar sus lazos con una nación que, al igual que la Argentina, recorría sus primeros pasos tras una longeva dictadura militar. En el caso de Carlos Menem, su primer viaje no tardó en llegar una vez este asumió el poder. A un mes de colocarse la banda presidencial el mandatario asistió a la asunción de Jaime Paz Zamora en Bolivia. Fernando De la Rúa, por su parte, asistió al Foro Internacional contra el Holocausto en Suecia reuniéndose con sus pares de Alemania e Italia. Néstor Kirchner eligió como primer viaje al exterior, una reunión bilateral con el por entonces presidente brasilero, Lula Da Silva, mientras que Cristina Fernández de Kirchner hiso lo propio viajando a una Cumbre del MERCOSUR en Uruguay, el mismo itinerario que realizó Mauricio Macri, pero en Paraguay.
De las varias lecturas posibles que hay respecto al significado que tuvieron los viajes de los mandatarios, una posible destaca la referencia al país elegido –sin tener en cuenta el motivo- y otra tiene en cuenta la agenda que inspiró la asistencia de cada comitiva.
Teniendo en cuenta sólo el destino geográfico, de los siete mandatarios que asumieron entre 1983 y 2019, cuatro tuvieron como primer destino internacional un país latinoamericano; dos un país europeo y uno un país asiático. Si por lo contrario consideramos la agenda de los viajes, de siete mandatarios, dos hicieron su primer viaje al exterior para asistir a cumbres del Mercosur; dos hicieron lo propio a conmemoraciones por el día del Holocausto; uno asistió a una asunción presidencial; y dos asistieron a reuniones bilaterales.
Lecturas yuxtapuestas
Un mandatario argentino que elige Brasil como su primer destino se ajusta a una variable objetiva: el país vecino es desde hace años nuestro principal socio comercial, y el principal destino de nuestras exportaciones. Sin embargo, una elección distinta no tiene por qué ser menos estratégica.
Fernández optó por Israel como su primer destino como presidente. Seguramente la decisión, como la mayoría de las que se toman en Balcarce 50, no debe de haber dejado de tener detractores y promotores. Más aún cuando en un principio había trascendido que Argentina enviaría como su representante al ministro de Relaciones Exteriores Felipe Solá.
El motivo oficial del viaje de Fernández y la comitiva que lo acompaño consistió en asistir al Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, en referencia al 75° aniversario de la disolución del infame campo de concentración de Auschwitz en Polonia, donde fueron brutalmente asesinadas en sus cámaras de gas más de un millón de personas. Se trata de un evento en el cual Israel, año a año, congrega a diversos mandatarios de todo el mundo en un evento que también entraña la oportunidad de generar encuentros bilaterales con líderes mundiales.
Lo cierto es que, a veces, en política las lecturas no son lineales, sino yuxtapuestas, siendo posible una infinidad de elementos que van en paralelo: para la Argentina, su par de medio oriente no es un Estado más en el concierto de naciones, siendo que en nuestro país se encuentra la colectividad judía más grande de Iberoamérica; por otro lado, uno de los principales interesados en fortalecer el rol de Israel en la conflictiva región de medio oriente es Estados Unidos, país al cual la Argentina necesita como apoyo para afrontar su deuda externa con el FMI; al mismo tiempo, para Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, la visita de Fernández y otros mandatarios fortalece su imagen ante sus votantes previo a las elecciones parlamentarias que tendrán lugar el 2 de marzo. Tampoco hay que descartar –en el plano interno- el gesto que la visita implica de cara a la causa AMIA y el malogrado pacto con Irán que signó el debate político durante el último tramo del gobierno de Cristina.
En definitiva, una lectura predominate sobre todas las posibles solo ocultan la complejidad de tramas y subtramas que siempre se barajan en las relaciones internacionales.
¿Qué esperan los argentinos de la política exterior de Fernández?
Quizás lo más difícil que tiene por delante Fernández es delinear qué vínculo tendrá respecto a los Estados Unidos y, en particular, con el siempre polémico y a menudo impredecible Donald Trump. El mandatario norteamericano, que no conoce los grises y tiende a mirar al mundo a través de un prisma que sólo muestra blancos y negros, es por cierto un actor clave para encausar las negociaciones por la deuda que Argentina se apresta a comenzar en el sistema financiero internacional.
Durante su presidencia, Macri decidió que su vinculación con Trump sea la de una amistad a distancia; un viejo conocido de toda la vida, un empresario (como Macri) con quien existía afinidad ideológica, personal y, hasta incluso una vieja relación comercial. Obviamente esta no es una carta posible de ser jugada por Fernández, por diversos motivos.
América Latina ya no es la misma que durante los años del kirchnerismo, donde los bríos del progresismo se adueñaban de la región, y los Estados Unidos eran gobernados por Barack Obama. Hoy la región vive una nueva oleada de gobiernos conservadores o de centro derecha, con una administración estadounidense que parece haber retomado en gran medida las viejas agendas para su “patio trasero”.
En tiempos en que ni el “vivir con lo nuestro” ni una “tercera posición” parecen estrategias viables, lo cierto es que mucho de lo que el mandatario pueda hacer en materia de relaciones internacionales, especialmente –pero no excluyentemente- con Estados Unidos, repercutirá en la delicada situación económica que aqueja al conjunto de los sectores sociales en el país.
*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (Parmenia, 2019)