Cristina Fernández de Kirchner cree en el ejercicio desmedido del poder. Por presencia por o ausencia. Le gusta mostrar que tiene todo el poder o disfruta el exhibir su total prescindencia de él. Sin términos medios.
En los primeros 45 días de gestión del mandato de Alberto Fernández, la vicepresidenta ha exagerado su ausencia pública de los espacios de decisión. Claro que se sabe que su injerencia en puestos de poder existe. Basta ver algunos nombres que recorren los pasillos de edificios con peso. El Poder Legislativo muestra en forma y fondo puro cristinismo. Los ámbitos abocados al Poder Judicial, a fuerzas de seguridad y al cabildeo político también lo son. Sin embargo, no se puede dejar de decir que el corrimiento de ella de la escena pública y la posición potente del Presidente terminaron por aventar el fantasma del doble comando o del control remoto inalámbrico ejercido desde el deseo total de la dama dos veces sentada en sillón de Rivadavia. Aquí, la vice se anotó un tanto. Su ampuloso silencio fue positivo.
La primera experiencia de Alberto Fernández fuera del país, con la natural sucesión transitoria de la vice, no encontró tampoco achaques. Se pudo ver que CFK no sólo se negó fisicamente a rozarse con la sede de gobierno sino que, cuentan desde el muy adentro del Ejecutivo, escrutó con minucia cada resolución que el día a día de un gobierno le suponía firmar en nombre de su compañero de fórmula. Estampó su rúbrica poco y en lo no importante. Con su “no estar” se mostró muy presente en el respeto por el Gobierno.
Sólo rompió el silencio en los pocos días de ausencia del Presidente a través de sus redes sociales. Y allí, claro, le ganó la desmesura. “Primero quiero hacerme cargo de mis prejuicios acerca de lo que uno esperaba que iba a hacer un documentalista inglés en una plataforma estadounidense con un tema como el de Nisman. Comprobé que se puede ser inglés, producir para EEUU, pero tener objetividad y honestidad intelectual”, escribió en su página la ex Presidenta. Nadie puede usar el cristal de la política para criticar semejante juicio a priori sobre un trabajo de la expresión cultural aunque no deja de llamar la atención el anacronismo y pequeñez de curiosidad al mirar tal o cual película o libro por la procedencia de su autor. Qué raro y caprichoso resulta que el ser inglés o norteamericano sea en 2020 un filtro para quien se gusta definir como un estadista. Todo esto es apenas un detalle. Lo que no lo es así es la ausencia de control para opinar desde uno de los lugares más salientes del poder atropellando el más elemental decoro y respeto por la división de poderes.
Dice Cristina: "Si antes de ver este documental alguien me preguntaba que opinaba del trabajo de la fiscal del caso Nisman, Viviana Fein, hubiera dicho, cuanto menos y que sea publicable, que no había dado la talla. Sin embargo, luego de haber visto todo lo que hizo, con filmaciones, fotos, testimonios y haber escuchado su propia palabra… chapeau”.
La vicepresidenta de la Nación, una de las cabezas de uno de los tres poderes republicanos (de paso: el vice es Poder Legislativo y no Ejecutivo; el PEN es unipersonal en la Argentina), sentencia desde ese mismo sitio institucional si está bien o mal lo que otro poder, el Judicial, está haciendo en la investigación de la muerte más estruendosa de los últimos años. ¿Nadie cree que es incompatible con la división de poderes que desde el Congreso juzgue públicamente lo que hacen los funcionarios judiciales en un proceso que está en curso?. Si hay sombrero vicepresidencial para Viviana Fein, ¿hay abucheos o palabras de denuesto que sean publicables (sic) para el fiscal Eduardo Taiano que lleva la causa que, de paso, piensa diametralmente distinto a Fein? Taiano dice homicidio. Fein apunta al suicidio. ¿Puede el vicepresidente en ejercicio del poder decir qué está bien o mal de un proceso judicial que, de paso, podría involucrarlo?
A la inversa: ¿acaso no puede CFK opinar del caso Nisman? No. No puede desde el día que dijo “sí, juro” como vice. No debe. Ya no es más la ciudadana rasa que no interfiere en la institucionalidad. Es la vicepresidenta de la Nación. La respuesta es no para lo que creemos en el sistema republicano tradicional que impide la intromisión, hasta de opinión, de un poder sobre el otro. Si CFK cree que el proceso es malo, y hay que imitar a Netflix, lo que debe hacer es comparecer en el juicio como tercero interesado y argumentar con los recursos de la ley. Para los que creen que la república es un detalle formal pasado de moda que debe aggiornase con, por ejemplo, instituciones paparruchescas de juicio sumario que crean delitos como el lawfare a gusto y piacere del que manda, no pasa nada con que la vice pida que los jueces hagan justicia como en el documental que se ve por 8 dólares de suscripción y no, como propone Juan Alberdi, en el debido proceso.
Cristina es la dirigente más importante del país con recursos de construcción política que el resto desconoce, al punto de ni siquiera intuirlos. No hay dudas. Quizá sea esta condición la que le hace pensar que puede mostrarse, por acto u omisión, sin tener en cuenta las reglas del juego que la preceden y que hace que todos, incluso ella, sean iguales ante la ley. Sólo el tiempo por desandar mostrará si ha vuelto al poder como cuando actúa el silencio o ejecuta la palabra.
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