Esclavos de la memoria

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El fiscal Alberto Nisman (Martín Rosenzveig)
El fiscal Alberto Nisman (Martín Rosenzveig)

Borges escribió en la emocionante y dura “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, en El Aleph: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un sólo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.

Tadeo Cruz tenía una misión. Pero no era la suya. Recién en el momento en que siente en las venas la revivificante marea del saberse y saber su historia, la descubre. Fue un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo. Simbólicamente entonces se quita la chaqueta que lleva puesta, porque esta ya no dice hacia fuera quien es él por dentro. Asume su lugar en la historia, para 40 años después de que le arrebataran su origen, empuñar en sus propias manos la defensa de la justicia.

¿Qué somos? ¿Quiénes somos? ¿Somos dónde y entre quiénes nacemos? ¿Una conjunción errática y azarosa de genes? ¿Una multiplicidad de casualidades? ¿El resultado de una sumatoria de consecuencias? ¿La herencia de nuestra genealogía? ¿Somos elegidos para una misión, o la desarrollamos y definimos desde nuestra propia, libre y soberana búsqueda?

Moisés es sin dudas el personaje más destacado del texto bíblico, y una de las personalidades más relevantes para el pensamiento y la construcción de las bases de la sociedad, en la cultura occidental. El 80% del texto bíblico relata sus también cuarenta años a través del desierto, guiando a los suyos a la Tierra de Promesa. Una misión que transformará su vida y que 3.300 años después comentamos cada domingo en esta columna. Sin embargo poco nos habla el texto sobre su edad temprana, y mucho menos acerca del porqué es elegido para tamaña misión.

En el momento de la revelación divina en la zarza ardiente, Moisés hace las siguientes dos preguntas: “¿Quién soy yo para llevar adelante esta tarea?”. Y la segunda: “¿Cómo es que voy a lograrlo?” (Éxodo 3:11). Dios solamente responde la segunda pregunta: “Porque Yo voy a estar ahí con vos”. Él lo necesita como su emisario, su voz y sus manos. No estará solo. La respuesta a su incógnita acerca de sus fortalezas, será la potencia espiritual para lograr las metas, la energía que brota desde dentro para alcanzar lo que parece inalcanzable. Dios le asegura que va a lograrlo porque Él estará allí. Pero solamente si Moisés atraviesa sus propios miedos, incertezas, dudas y debilidades de espíritu acerca de sí mismo. Si acaso logra responder por sí mismo, la pregunta primera.

La pregunta, “¿Quién soy yo?”, sólo puede responderla aquél que la formula.

Es importante recordar que las preguntas de la Biblia no son apenas para el personaje en cuestión, sino eminentemente para sus lectores. Los personajes se transforman en disparadores para intentar revisar las propias respuestas.

Al repasar los breves relatos que figuran acerca de Moisés antes de su pregunta existencial, podemos descubrir la esencia de su personalidad.

El primer relato de Moisés, como príncipe en el palacio de los Faraones, lo encuentra interviniendo y salvando a un esclavo hebreo que era golpeado y torturado por un capataz egipcio. En el siguiente se lo ve terciando entre dos hebreos que discutían y peleaban entre sí. Una vez exiliado a Midián, lo encontramos defendiendo a un grupo de mujeres acosadas por hombres, a quienes él sólo logra expulsar.

En los tres casos, lo que no soporta Moisés es la falta de Justicia. Esa es su esencia. Lo que define su alma. Sea contra su propia gente o entre sus hermanos, o con personas que ni conoce ni son de su tribu, él interviene. Pone su cuerpo, su carácter, sus fortalezas y su voz. No le importa si es contra un grupo de malvivientes, o dentro del seno familiar, o contra la autoridad y el poder del estado. Siente desde dentro el murmullo que le susurra al alma que cuando somos testigos de un acto de injusticia, debemos alzar nuestra voz. Esa es la respuesta a su pregunta existencial.

En tiempos de flaqueza y desigualdad social, de insensibilidad con los que no tienen voz, de carencia de derechos igualitarios, de falta de oportunidades para todos, de acoso, abuso y violencia de género, de bullying, de maltrato al diferente y al extranjero, de discriminación al que piensa, vota, reza o ama distinto, de resquebrajamiento de instituciones que deben salvaguardar el estado de derecho, de odio fanático, de cualquier tipo y forma de injusticia, debemos preguntarnos: ¿quiénes somos en este mundo?

El proyecto de redención de la esclavitud y el oprobio de Egipto nos hizo pasar de ser esclavos del Faraón a ser esclavos de la memoria. Memoria para poder responder a esa pregunta existencial acerca de quiénes somos en un mundo en llamas, con la convicción de que frente a las victimas de la impunidad, estaremos de pie para reclamar y gritar que nunca serán victimas de nuestro olvido. Porque el recuerdo y la memoria de los gemidos de dolor de la humanidad debe forjar nuestra identidad, nuestros ideales, nuestras metas, nuestra misión y nuestros compromisos.

A 75 años de la liberación del Campo de Concentración de Auschwitz, la campaña mundial #WeRemember grita en su nombre nuestra responsabilidad no sólo para no olvidar, sino para ser la voz de los millones de torturados, hambreados y masacrados en cámaras de gas y Campos de Exterminio Nazi. Apenas han pasado tres cuartos de siglo, y el Holocausto es banalizado en comparaciones y conversaciones que no guardan la altura ni el respeto a las millones de historias que dejaron de ser contadas. Movimientos negacionistas del horror siguen haciendo su propaganda de odio y ceguera a las atrocidades que el hombre puede hacer contra el hombre. Pero cuando se descubre y se sabe quién se es, se recuerda. Por eso recordamos. Porque sabemos que somos los continuadores de sus historias, respondiendo a la destrucción con renovada construcción.

En el Libro de los Proverbios (24:16) el Rey Salomón, el más sabio de los hombres, dice: “Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”. A primera vista podría leerse que la intención del pasaje es enseñarnos que el justo cae siete veces y, a pesar de eso, se vuelve a levantar. En realidad, la profundidad del mensaje apunta a que la esencia del hombre justo radica en levantarse otra vez, precisamente por haber caído siete veces.

Son justamente las veces que hemos caído en lo oscuro, en la angustia, en el horror, en la tragedia, la desesperación o la injusticia, la fuente de nuestra energía, nuestra resiliencia y nuestra rebeldía. Sea contra nosotros o contra otros. Allí debemos poder decir y responder quiénes somos en verdad.

A cinco años de la muerte del fiscal Alberto Nisman z”l, en la Argentina vuelve el debate acerca de si reabrir o no la carátula donde decenas de peritos confirmaron su asesinato y la vergüenza de cómo se manipuló y ensució, no sólo la escena del crimen, sino su nombre. A 25 años del aún impune atentado a la AMIA, Nisman se transforma en una nueva víctima del atentado, del encubrimiento, del terrorismo, de la complicidad política y policial, de intereses espurios y campañas difamatorias. Pero nunca víctima de nuestro olvido y del desafío de ser guardianes de la memoria y firmes perseguidores de la justicia.

Desde lo profundo de la conciencia colectiva argentina debemos preguntarnos: “¿Quiénes somos?”. Porque son nuestras acciones, nuestros valores y lo que nos aturde desde dentro al ser testigos de lo injusto aquello que nos define.

El país que gestemos, la sociedad que construyamos, el futuro para nuestros hijos que diseñemos, se basa en la respuesta a esa pregunta. Podemos sabernos cómplices en el silencio, eternos conformistas de lo que hay, autores de nuevos olvidos, y encubridores por omisión. Entonces asumir que tal como escribió Bertolt Brecht: “Quien no ha compartido la lucha, compartirá la derrota”.

O bien podemos conocernos como escritores de nuevas páginas de historia, diseñadores de renovados compromisos, esclavos de nuestra memoria, hacedores de libertades genuinas, la voz de los silenciados, la conciencia moral ante el poder, y la respuesta a nuestra misión y nuestro ser. Y así materializar el grito de Juan Pablo II: “Por eso América: si quieres la paz, trabaja por la justicia. Si quieres la justicia defiende la vida. Si quieres la vida, abraza la verdad.”

En hebreo la palabra crisis se escribe “Mashber”. La misma palabra se utiliza en este idioma para nombrar la silla de parto donde nacen los bebés. Somos nosotros, quienes podemos tomar los tiempos difíciles y de oscuridad de espíritu, al volver a levantarnos más sabios y más fuertes, con nuestra memoria en las manos, para hacer nacer la vida, la familia, la sociedad y el mundo que esperamos, necesitamos y merecemos.

Tadeo Isidoro Cruz comprende quién es cuando recuerda. Recuerda a su padre asesinado cuando él tenía apenas días. Recuerda la injusticia, la muerte, el dolor, el abandono. Recuerda el pajonal, la tiniebla espesa casi indescifrable, la huida, y aquél injusto final. Comprende que ningún destino es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva dentro. Entonces, siente que su padre renace en él, recuerda quién es, descubre su verdadera misión, se abraza a la justicia y a su propio ser. Era esa, en definitiva, su propia Tierra prometida.

En palabras de Cristian Degtiar z”l, hermano menor de mi esposa Marina, asesinado en los escombros de la Amia hace 25 años a sus apenas 21: “La memoria y la conciencia colectiva, serán las mejores armas para que nunca más volvamos a vivir el horror”.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.

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