La causa Nisman es el paño sobre el cual se exhiben gran parte de las miserias que tenemos los argentinos. Las expresiones del Presidente, primero como ciudadano denunciando el memorándum de entendimiento firmado con la República islámica de Irán como un acto de encubrimiento y su posición respecto a la muerte del fiscal Nisman como asesinato, y las actuales -diametralmente opuestas- nos sumergen en un terreno de la irracionalidad rayano con la locura que exponen el nudo gordiano de un conflicto que debe ser resuelto y, cuanto menos, exhibido.
En cuestiones de Estado no se puede ir para dónde va el viento. El foco está dado en que como país no nos ha ido bien haciéndonos los distraídos en temas que nos atraviesan y nos avergüenzan como sociedad.
El presidente tuvo expresiones sobre la denuncia del fiscal Nisman que ningún opositor se atrevió siquiera a pensar. Dijo en una famosa entrevista que le otorgó al periodista Nelson Castro, allá por 2015: “Cristina va a terminar su mandato con dos máculas (...) la segunda, el encubrimiento al haber hecho aprobar por ley el memorándum con Iran que es definitivamente un acto de encubrimiento”.
Como si esto no merecería explicaciones, el Presidente escribió una columna a los pocos días de la muerte del fiscal que se tituló “Hasta que el silencio aturda a la presidenta”, y sobre la que hace una alegoría parte del título de esta columna en la que, en su condición de profesor de derecho penal y utilizando argumentos y terminología jurídica, sentencia entre otras cosas: “Solo un necio diría que el encubrimiento presidencial a los iraníes no está probado”. No fue esta una expresión oral del actual presidente sacada de contexto. Se sentó, la escribió, la reviso y la publicó en el diario La Nación.
También dijo, antes de la aparición de la serie documental sobre la muerte del Fiscal en la plataforma Netflix, que no creía que se tratara de un suicidio. Descartando, en relación al fiscal, la muerte natural, al haber aparecido con un disparo en su cabeza solo nos queda, por descarte, concluir en que el actual presidente de la nación argentina consideraba que la muerte de Nisman se trató de un homicidio sin que ningún nuevo elemento haya podido torcer la línea investigativa.
El lector se preguntara por qué me dirijo al Presidente y es bueno taxativizar los motivos: en primer lugar porque me resulta importante exponer con crudeza la laxitud en cuestiones éticas que gran parte de la sociedad tiene para con algunos referentes con lo que esto representa. Y la segunda, exhibir como explicación de gran parte de nuestros problemas irresueltos que sean muchos de los más encumbrados representantes cívicos de la sociedad quienes utilizan el termómetro de la indignación popular para posicionarse en función de lo que conviene en cada momento. Tal vez sea eso explique por qué hay decisión política de no avanzar hasta las últimas consecuencias en cuestiones de Estado considerando que a tantos les da lo mismo que así no sea.
En mi caso particular no soy ni abogado, ni periodista, ni era amigo del Fiscal, ni soy querellante en la causa de su acusación, ni estoy imputado ni procesado. Una rara avis para los detractores organizados asociativamente para denostar al que piensa distinto habiendo ya sufrido el armado de una fallida causa en 2015 por la que se me acusó de recibir órdenes de los fondos buitre y una acción del aparato para-estatal, hace unos días, en la que se me inventaron gastos en la Cámara de Diputados de la Nación. Solo en mi condición de ciudadano me resulta indignante tener que dar explicaciones por lo que pienso cuando desde el Presidente de la nación pasando por el diputado Massa hasta el procesado por autor intelectual del atentado, Moshen Rabbani, desde Irán, consideran que al fiscal Nisman lo mataron.
Me pregunto qué tara mental tienen aquellos que nos inventan a mí y a quienes creemos que al fiscal lo asesinaron todo tipo de conexiones fantasiosas y aplauden como próceres al máximo representante del Ejecutivo que argumentó jurídicamente acusaciones mucho peores sin que se le mueva un musculo de la cara.
Tengo algunas malas noticias para quienes navegan en estas aguas inexplicables desde lo racional, y buenas para quienes creemos que, con todos sus defectos, el sistema democrático y republicano que garantiza las diferencias, sigue siendo el mejor de todos los posibles.
La primera noticia es que la consagración de la muerte del fiscal Nisman como un magnicidio ya no tiene ni tendrá retorno jamás desde lo institucional y lo jurídico porque la Corte Suprema de justicia dijo por unanimidad que su muerte, más allá de la manera en que se produjo, estuvo vinculada a su función de fiscal federal y a lo que estaba investigando. Esta instancia ya es inapelable.
La segunda es que a pesar de promover la autocensura en muchos de los actores de la sociedad argentina y la persecución hacia quienes pensamos distinto, muchos argentinos -entre quienes me incluyo- no vamos a dejar de expresar nuestras posiciones.
Expresé al principio de esta columna, lo repetí en medio, y lo vuelvo a escribir ya al final, que la causa Nisman viene a exhibir muchas de las cuestiones por las cuales yo, entre otros compatriotas, no sentimos ningún orgullo.
El fascismo persecutorio al que fue sometido el fiscal primero, su familia después, su denuncia más tarde, la pericia sobre su muerte en todo momento, el procedimiento legal y sus actores (que se hubiese subsanado con los acusados sometiéndose a derecho como ocurre en cualquier democracia republicana normal del mundo) es definitivamente categórico e inaceptable.
La muerte del fiscal Nisman nunca va a tener una definición jurídica así como tampoco lo tendrá el atentado a la AMIA. Lamento si a alguno le molesta esta aseveración en la que creo y en la que definitivamente desearía no creer. Ningún país está exento de sufrir un atentado terrorista ni una muerte traumática de una figura del Estado, pero es el gobierno de turno quien tiene la obligación de instruir de manera impoluta sobre la escena del hecho. Todo lo contrario hicieron los gobiernos del presidente Menem en 1992 y 1994 durante los atentados a la embajada de Israel y la AMIA, y el de Cristina Fernández de Kirchner durante la firma del memorándum y la muerte del fiscal Nisman en 2013 y 2015.
Son y serán responsables políticos del no esclarecimiento de estos hechos porque por acción y/u omisión se encargaron o permitieron que las escenas se contaminen de formas que no permitirán nunca otro escenario que el de la turba, el relato, el aparato, la propaganda y la imposición de una única verdad revelada como contrapartida de asumir las responsabilidades que le caben.
Mientras Miguel de Unamuno se enfrentaba a un militar fascista en los inicios del franquismo en la Universidad de Salamanca, inmortalizó la siguiente frase que viene a cerrar mi ponencia en este aniversario de la muerte del fiscal Nisman y que definitivamente considero apropiada para la ocasión: “Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho”.
El autor es diputado nacional
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