Las dos materias que aún debe aprobar Alberto Fernández

El presidente argentino, Alberto Fernández, habla cerca de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en un escenario frente a la casa de gobierno después de su asunción, en Buenos Aires, Argentina, 10 de diciembre de 2019. REUTERS/Ueslei Marcelino

Si algo aprendió Alberto Fernández del fracaso del gobierno de Mauricio Macri es a tener en cuenta las enseñanzas de Nicolás Maquiavelo y de Abraham Maslow. El funcionario y filósofo político florentino escribió hace 500 años que el príncipe debía hacer “el mal” todo de golpe y de entrada, para luego ir haciendo el bien de a poco.

Lo opuesto al tristemente célebre gradualismo que propuso el consultor Jaime Durán Barba y que llevó a Macri a postergar las reformas estructurales sin las cuales no iba a poder lograr resultados económicos.

El psicólogo estadounidense Maslow instaló hace 80 años su teoría de Pirámide de las jerarquías o necesidades humanas: en la base está la alimentación. Luego viene la seguridad personal. Los temas éticos y filosóficos están en la punta y vienen luego de que se resolvieron todos los anteriores.

Es lo opuesto a la creencia del equipo de comunicación de Macri, liderado por el jefe de gabinete Marcos Peña, de que la confrontación con la corrupción del kirchnerismo sería suficiente para lograr la reelección aun sin tener para mostrar ningún resultado económico o que las obras públicas podían compensar las dificultades de amplias clases sociales para llenar su heladera.

Por eso, al cumplirse el primer mes de la gestión Fernández-Fernández ya puede vislumbrarse como relativamente exitosa la estrategia de plantear todas las medidas de ajuste e impuestazos de entrada.

Pero la base de ese sacudón para la clase media, el campo e incluso los jubilados que no cobran la mínima es lo más acertado: plantear la herencia recibida como catastrófica y como justificación para “hacer el mal todo de golpe”: exactamente lo opuesto a lo que hizo Macri.

Y no fue necesariamente el eslogan de “Tierra arrasada” en el que hizo tanto hincapié el gobernador bonaerense Axel Kicillof, ni el polémico documental de Tristán Bauer que lleva ese título: el mayor acierto fue instalar una suerte de crisis de hambre, que no puede esperar.

El Plan Argentina contra el Hambre, más allá de que pueda sonar polémico que uno de sus númenes sea el presentador Marcelo Tinelli, es una brillante metáfora que busca sintetizar la herencia macrista: ante el hambre no puede haber otra cosa que solidaridad, y cualquier impuesto está justificado.

Quizás a la implementación del impuestazo le faltó algo de sintonía fina y no contempló que la clase política también debía mostrar algo de solidaridad. Como cuando recién después de la conmoción que generó en las redes sociales el hecho de que “los políticos” no tenían pensado congelarse sueldos y jubilaciones, la política empezó a hacer algunos gestos de empatía con los privados y jubilados que aportarán el grueso del ajuste.

Otra metáfora brillante del albertismo que solo podría recibir aplausos de Maquiavelo: el Presidente se mostró tomando examen en la Facultad de Derecho cuando acababa de asumir como mandatario, con la carga laboral que implica en la Argentina presidencialista ser jefe de Estado y de gobierno al mismo tiempo. Esa fue la mejor forma de alimentar el capital de reputación y credibilidad que necesitará el Presidente para justificar la polémica reforma judicial que está gestando. Esa reforma recibirá muchos cuestionamientos de la oposición porque podría condicionar los procesos e indagatorias en marcha contra Cristina Kirchner.

Incluso Fernández parecería estar sorteando bien la mayor de sus crisis de imagen desde que llegó al poder: el tema Nisman y el documental de Netflix que volvieron a poner en el tapete sus radicales cambios de opinión con respecto a la ex Presidenta. Fernández sostenía en ese documental, de 2017, que creía que a Nisman lo mataron, y hoy, para no contrariar a la vicepresidenta, afirma lo contrario: que se suicidó. El tema seguirá resonando y mortificando al gobierno durante enero como mínimo.

Sin embargo, una encuesta a profesionales de comunicación realizada por la revista Imagen indica que apenas un 30% de los expertos cree que esa nueva contradicción entre el Alberto Fernández de hace un par de años con el de ahora puede afectar seriamente su imagen: después de todo, las pantallas de TV y las redes sociales se llenaron de las durísimas críticas del pasado de Fernández contra Cristina Kirchner, y el kirchnerismo ganó igual cómodo.

Es análogo a la crisis de los Panama Papers que azotó al entonces flamante gobierno de Mauricio Macri: había ganado a pesar de que la opinión pública partía de la base de que su familia tenía un trasfondo de negocios non sanctos con diversos gobiernos. Se le perdonó incluso que la gestión comunicacional de la crisis por la filtración de los Panama Papers fuera calamitosa y ya mostraba la insolvencia de su equipo en crisis management.

Fernández, con su vocero Juan Pablo Biondi a la cabeza, está mucho mejor protegido en esa materia.

Pero, al igual que en el caso de Macri, a un presidente que recién arranca, la opinión pública siempre le pone un manto de piedad sobre sus primeros traspiés.

Sin embargo, Alberto Fernández haría bien en no confiarse demasiado en la paciencia de la opinión pública y prestarles más atención a partir de ahora tanto a Maquiavelo como a Maslow si quiere que la comunicación y la gestión lo lleven a buen puerto.

En el caso de Maquiavelo, el Presidente tendría que repasar que uno de los consejos fundamentales de el Príncipe es que debe deshacerse lo más rápido posible del “padrino” que lo ayudó a encumbrarse en el poder. En el caso de Alberto Fernández, no cabe duda: es su vicepresidenta.

En realidad ni eso queda tan claro. ¿Cristina Kirchner fue la clave para que Alberto Fernández llegara al poder o al revés?

Por lo pronto a Alberto Fernández le convendría ser él el príncipe y buscar independizarse de su vicepresidenta.

Los primeros 30 días lo mostraron en una constante búsqueda de equilibrio con Cristina que puede ser buena para conservar la armonía en la coalición peronista gobernante. Pero tanta indefinición puede ser un obstáculo para tener éxito para sus aspiraciones de resolver la complicada herencia económica.

Un ejemplo clarísimo de la semana pasada fue cuando obtuvo congratulaciones de Washington por un duro comunicado contra el régimen bolivariano de Venezuela por sus intentos de impedir por la fuerza militar el funcionamiento de la Asamblea democráticamente electa.

Luego Fernández se sintió obligado a compensar y obtener el beneplácito de la izquierda kirchnerista quitándole las credenciales diplomáticas a Elisa Trotta, la representante en Argentina del presidente encargado electo por esa misma Asamblea, Juan Guaidó, al que buena parte de los países occidentales reconocen como legítimo mandatario venezolano.

Estos devaneos pueden terminar quitándole a la Argentina el esencial apoyo de Estados Unidos ante el FMI para renegociar no sólo la deuda con el organismo internacional, sino también con los bonistas privados. Y de esas renegociaciones depende en buena medida la suerte de la economía de la gestión Fernández.

Y no solo deberá recordar a Maquiavelo en El Príncipe en todas sus recomendaciones. Fernández no debería dar por aprobada aún la materia “Pirámide de Maslow”.

Una encuesta de D’Alessio IROL Berensztein da cuenta de que con el arranque de su presidencia, la imagen de Alberto Fernández repuntó, la de Cristina Kirchner cedió, y hoy el Presidente supera a su mentora por 55 a 39 por ciento. Aunque está diez puntos por debajo de la imagen de arranque de su predecesor, Mauricio Macri.

Pero deberá prestarle más atención a las expectativas que genera su plan económico, porque de esas expectativas dependerá que vuelva el optimismo a una economía que viene mal desde hace bastante más que los dos últimos años de la gestión Macri. La misma encuesta está mostrando que apenas el 45% cree que las medidas de ajuste son parte de un plan económico estructurado, contra 49% que no ve ningún plan.

Como resultado, las expectativas económicas positivas, ante la pregunta de si cree que la economía estará mejor dentro de un año, no superan el 49% y se mantuvieron inalterables desde el día de la asunción, un mes atrás.

Para comparar, Macri arrancó con casi 70% de expectativas económicas positivas, aunque luego hizo un prolijo trabajo para defraudar a la opinión pública.

¿Qué nos están diciendo los resultados de esta encuesta? Que para mejorar esas expectativas -condición necesaria para impulsar el consumo y las inversiones- Fernández va a necesitar un plan económico que sea reconocido como tal por los líderes de opinión (economistas, empresarios, analistas, periodistas) para que su aval lleve optimismo a los actores económicos.

Ese plan podría implicar necesitar independizarse de su mentora, Cristina Kirchner, como recomendaba Maquiavelo. Después de todo, Fernández habría tenido al economista ortodoxo Martín Redrado como primera opción, descartada por CFK. Quizás el ex presidente del Banco Central de la hoy vicepresidenta hubiese generado un cambio veloz de expectativas.

Fernández corre ahora el riesgo de que, si no acata el consejo de Maquiavelo de librarse de su “madrina”, tampoco pueda cumplir con la premisa de la Pirámide de Maslow: que implica revertir urgentemente la crisis económica crónica de la Argentina.