Venezuela: la estrategia de Alberto Fernández es inviable

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Oficiales de la Guardia Nacional
Oficiales de la Guardia Nacional Bolivariana intentan impedir que el líder de la oposición venezolana, Juan Guaidó, ingrese al edificio de la Asamblea Nacional de Venezuela en Caracas. 5 de enero de 2020. (REUTERS/Manaure Quintero)

En sus primeros pasos como presidente, Alberto Fernández ha comenzado a desplegar una estrategia tan previsible como inviable respecto a Venezuela. Previsible en el sentido de que era esperable un acercamiento a la dictadura de Nicolás Maduro, principalmente por afinidades políticas e ideológicas. Pero al mismo tiempo inviable, en relación a la ilusión de apoyar una salida a la crisis venezolana a través del diálogo y la búsqueda de una supuesta “tercera posición” en la región.

El “diálogo” entre Fernández y Venezuela inició inmediatamente después de las elecciones del 27 de octubre. El dictador caribeño celebró el triunfo de Fernández y lo llenó de elogios. El argentino agradeció a Maduro, aunque le hizo una advertencia, tan tibia como ambigua, sobre la necesidad de la “plena vigencia de la democracia”. Previamente, Fernández había explicitado que él no considera que en Venezuela haya una dictadura, contrario a la opinión mayoritaria en América Latina y el resto del mundo. Las masivas violaciones de derechos humanos y abusos de poder de Maduro han sido constantes y están bien documentadas. Así y todo, Fernández las ha minimizado.

La tibieza y la ambigüedad para con el régimen venezolano fue tomando forma de estrategia con el correr de los días. En noviembre, Fernández anunció que no abandonaría el Grupo de Lima, pero buscaría activar el denominado “Mecanismo de Montevideo”, con México y Uruguay. Sin embargo, tras ser electo presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou anunció que Uruguay no continuará en ese foro, adhiriendo a la postura mayoritaria del Grupo de Lima. Cabe destacar que Argentina y México también se quedaron solos en relación al apoyo concedido al boliviano Evo Morales.

El pasado 10 de diciembre, con motivo de su asunción presidencial, Alberto Fernández quedó envuelto en un verdadero bochorno internacional por Venezuela. Aunque tenía prohibido su ingreso al país, el ministro de Comunicación venezolano, Jorge Rodríguez, llegó a la Argentina y hasta fue recibido en la Casa Rosada. A raíz de la inexplicable presencia de Rodríguez y otros funcionarios venezolanos en el país, los dos máximos referentes de la delegación que envió EE.UU. pegaron el portazo y se volvieron antes de la asunción. Muy tempranamente, Fernández cruzó una “línea roja” fijada por Donald Trump sobre Venezuela.

Tras el nuevo golpe perpetrado por Maduro a la Asamblea Nacional, Fernández volvió a responder con ambigüedad e insistiendo con su llamado al “diálogo”. Para el gobierno argentino, Venezuela aún sería una democracia, que acumula problemas y se va volviendo más autoritaria. Aunque parezca insólito, aún no sería una dictadura. Argentina no quiso firmar el último comunicado del Grupo de Lima, quedando en la práctica autoexcluida de ese foro.

El fallido experimento de Guaidó

Ahora bien, hay que reconocer que en algo acierta Fernández sobre Venezuela: el flamante mandatario considera “etapa superada” el experimento de Juan Guaidó, actual “presidente encargado” de Venezuela. La estrategia para deponer a Maduro, avalada por los EE.UU. y varios países de la región, no ha funcionado.

A pesar de la descomunal presión diplomática, financiera y las movilizaciones en las calles pidiendo su renuncia, Maduro se las ha rebuscado para sobrevivir. Incluso, puede decirse que hoy el dictador luce más fortalecido que un año atrás, cuando la operación fue lanzada. Por supuesto, ello ha sido a costa de más vidas humanas y más miseria para Venezuela. En un contexto cada vez más adverso y represivo, Guaidó apenas subsiste como líder opositor porque no hay una mejor alternativa. Mientras tanto, Maduro aspira a gobernar, por lo menos hasta 2025.

El “diálogo” con Maduro pone en serio riesgo las relaciones con EE.UU. y Brasil

Fernández está convencido de que se debe dialogar con Maduro y aceptar que es el presidente en funciones, guste o no guste. Y ha demostrado de manera elocuente estar dispuesto a chocar con los EE.UU., pese a la enorme importancia de ese país para la Argentina, en este momento económico tan delicado.

La otra relación central que Fernández compromete por su postura sobre Venezuela es Brasil. Nuestro vecino se ha alineado firmemente con los EE.UU. en política exterior, incluso avalando el asesinato del comandante Qasem Soleimani en Irán. De hecho, Jair Bolsonaro teme Argentina “se convierta en Venezuela”. Para el ex capitán, podría producirse un éxodo masivo de argentinos hacia Brasil, debido a la política económica de Fernández.

En otro movimiento disonante respecto a EE.UU. y Brasil, Argentina va a apoyar la candidatura de la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, muy cercana al ex presidente prófugo Rafael Correa, para dirigir la Organización de Estados Americanos (OEA). Ello en contraposición con la postulación a la reelección del actual secretario de ese organismo, Luis Almagro, figura decisiva para desenmascarar el mega-fraude de Evo Morales en Bolivia. Justamente, Espinosa adhiere a la postura “dialoguista” sobre Venezuela. La elección de la OEA será el 20 de marzo y, desde ya, su resultado impactará fuerte en la política regional.

Por qué es inviable la estrategia de Fernández

La posición de Fernández sobre Venezuela no tiene sustento con la realidad. En primer lugar, porque no caben dudas de que Venezuela es una dictadura. Maduro, fuertemente apuntalado en las fuerzas armadas, ha demostrado capacidad para mantenerse en control, sin la más mínima intención de ceder en su posición. ¿En qué marco institucional se podría dialogar con un despiadado dictador que abolió todas las instituciones democráticas de su país? ¿Y ese diálogo sería a espaldas del grueso de los países de la región?

En segundo lugar, la búsqueda de una “tercera posición” en política exterior es pura nostalgia peronista, la cual remite a un mundo, a una región y a una Argentina que ya no existen. Aunque hoy también estamos frente a dos grandes potencias pujando, como en los tiempos en que Perón fijó su “tercera posición”, tenemos un mundo altamente inestable y con diversos polos de poder. En cuanto a la región, tiene a sus organismos multilaterales virtualmente paralizados, prevaleciendo una línea ideológica opuesta a la de Fernández. Además, Latinoamérica está económicamente hundida en la periferia global.

Respecto a nuestro país, lejos estamos de ser aquella potencia regional que salió intacta de la Segunda Guerra Mundial. Argentina es hoy uno de los países con peor desempeño económico del mundo y, claramente, no somos referencia política para nadie en la región.

En conclusión, Argentina no está en condiciones de fijar una posición alternativa y dialoguista sobre Venezuela, que además no resolvería nada y complicaría severamente nuestras relaciones con aliados clave e irremplazables, como son EE.UU. y Brasil. Para colmo, Fernández apenas tiene a un devaluado México como socio relevante, en el marco de su posición “dialoguista”.

Finalmente, no olvidemos que del otro lado está Trump, un hombre de acción, a quien no le temblará el pulso para eventualmente castigar a la Argentina en materia de financiamiento e inversiones. La sorpresiva reimposición de los aranceles al acero puede ser tomada como advertencia. ¿Y si envalentonado por Irán, Trump decide endurecerse aún más sobre Venezuela? ¿Estamos preparados para ese probable escenario? Sería bueno que Fernández revisara su estrategia sobre Venezuela, a todas luces predestinada al fracaso y a un mayor aislamiento internacional de la Argentina.

El autor es politólogo y docente universitario (UCA y Universidad de Zhejiang), director de la consultora Diagnóstico Político y del Observatorio Sino-Argentino.

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