En abril del año 2011, el periodista Pepe Eliaschev publicó una primicia tremenda: informó que existía un documento de la cancillería iraní según el cual la Argentina había propuesto olvidar los reclamos contra ese país por el atentado contra la AMIA a cambio de mejorar las relaciones económicas. El entonces canciller Héctor Timerman se ofendió terriblemente por la nota y eso generó un cruce muy violento entre ambos. Tiempo después se sabría que la nota de Eliaschev contenía una noticia verdadera y muy relevante: el acercamiento de la Argentina con Irán efectivamente existía y luego derivó en la firma del polémico Memorándum de Entendimiento entre los dos países. Desde ese momento, existe una gran pregunta que fue potenciada, en un gesto desesperado, producido pocas horas antes de morir, por el fiscal Alberto Nisman.
La pregunta es obvia: ¿qué fue ese Memorándum de Entendimiento que le generó a la Argentina tantos dolores de cabezas y ningún beneficio? ¿Por qué se firmó tremendo desatino? Desde la muerte de Nisman, en enero de 2015, se ha discutido mucho sobre ese personaje cuyo nombre quedará marcado, de una manera u otra, en la historia del país. ¿Se suicidó o lo mataron? Su acusación contra Cristina Kirchner por traición a la patria, ¿era un mamarracho jurídico, o era -en cambio- un planteo serio que debería haber servido para que la Justicia investigara el caso con ecuanimidad? ¿Era un héroe o un villano? ¿Un hombre de la noche o un hombre de la Justicia?
Cada una de esas preguntas podrá tener distintas respuestas. El escrito de Nisman puede haber sido sólido o no. Personas muy relevantes del ámbito jurídico -como Eugenio Zaffaroni y el fallecido Leopoldo Schiffrin- han opinado en sentido opuesto sobre el asunto, así como los hicieron Daniel Rafecas y Claudio Bonadío, los dos jueces que tuvieron la causa en sus manos. Nisman puede haber sido asesinado o haberse suicidado: de hecho, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner se inclinó por una hipótesis y por la contraria. Nisman puede haber sido un adicto y un ladrón manejado por la CIA o un héroe ejemplar que se inmoló por la causa AMIA.
Pero aun en el peor de los casos para Nisman, eso no responde la gran pregunta que dejó como herencia. La presentación final de Nisman puede ser un papelón en términos jurídicos, Nisman puede haberse suicidado, desesperado por encontrar una salida a un laberinto que ya no la tenía, Nisman podrá haber sido un hombre despreciable y manejado como un títere. Todo eso puede haber pasado, o no. Pero aún si todo eso fuera cierto, la pregunta sigue sin ser contestada. ¿Por qué un gobierno firmaría un acuerdo con aquellos a los que, al mismo tiempo, consideraba los autores del peor atentado terrorista de la historia argentina? ¿Que hay detrás de esa historia? Esa pregunta cambia completamente el eje de cualquier discusión, porque el protagonista de la respuesta ya no es Nisman, sino Cristina Fernández de Kirchner.
La existencia de ese acuerdo había sido anunciada por Cristina en enero del 2013. Eso generó, naturalmente, un debate muy duro. ¿Cómo? ¿La Argentina firmaría un pacto con aquellos que consideraba culpables del peor atentado terrorista de la historia del país? ¿No sería eso, nuevamente, la consagración de la impunidad? ¿No sería como firmar un acuerdo con los militares de la dictadura para que hubiera juicios? Cristina sostuvo, y ese fue el principal argumento para la aprobación parlamentaria del memorandum, que el único objetivo era destrabar la causa Amia...¡mediante un acuerdo con los acusados! Desde la oposición se combatía el memorándum con dos argumentos: unos sostenían que era una ingenuidad, que Irán jamás permitiría eso; otros sospechaban que, en función de intereses económicos o de un giro geopolítico, la Argentina había decidido entregar la investigación de la AMIA. La firma del memorándum fue un giro tan impresionante que dividió a toda la sociedad, inclusive a los familiares de las víctimas. Las dos dirigentes que habían sido las que denunciaron con más énfasis la impunidad menemista -Diana Malamud y Laura Guinzberg- opinaron de manera opuesta.
Las preguntas que se hicieron entonces se transformaron en un escándalo cuando Nisman presentó su dictamen en enero del 2015 y, más aún, después de su muerte. El impulso inicial de Cristina consistió en indignarse ante la mera insinuación de que existía algo oscuro detrás de esta trama. Fiel a su estilo, la actual vicepresidenta repartía acusaciones contra Estados Unidos, Israel, Carlos Menem, Ruben Beraja, Alberto Nisman, Jaime Stiuso, pero no se preocupaba demasiado por responder sobre la firma del memorándum. Había que creerle que se trató de un intento de romper con la impunidad pactando con aquellos que la Justicia argentina consideraba culpables. Creer o reventar.
La autocrítica finalmente llegó seis años después de la firma del memorándum. En su libro Sinceramente, la vicepresidenta escribió: “Era la posibilidad histórica de destrabar una causa con la que yo estaba comprometida afectiva y políticamente...Sin embargo, la ilusión de ver en Teherán al juez de la causa interrogando a los acusados iraníes fue, hoy lo puedo confirmar una verdadera ingenuidad de nuestra parte, que nos hizo olvidar los intereses geopolíticos en pugna...Esa voluntad mía y la omnipotencia de que podíamos arreglarlo todo finalmente nos jugó en contra...Fueron esos los componentes que se condensaron en el memorándum: una mezcla de ingenuidad, omnipotencia y creo, mirándolo en retrospectiva, mucho voluntarismo...Siempre tuve vocación por las cosas históricas y creo que eso se notó en mis dos presidencias”.
Es algo que ella dice de sí misma. ¿Habrá sido así? ¿Fue solo un error que se explica por cuestiones psicológicas? ¿Entendería ella a otro presidente que tomara un giro tan dramático y explicara el fracaso de esta manera? Pero además, si fue un error grave, guiado por la ingenuidad y la omnipotencia, ¿no tenían razón quienes lo advirtieron y estaban equivocados los que defendían, a los gritos, ese fracaso tan previsible? ¿No tenía razón Nisman en impulsar una investigación? ¿O la sociedad se tenía que limitar a creer que todo fue producto de la ingenuidad, la buena voluntad y la omnipotencia? ¿Puede decir un jefe de Estado así, simplemente, como si tal cosa, “me equivoqué”, en un tema tan terrible, cuando además mucha gente se lo advirtió? ¿Por qué sería más creíble su versión y no las que cuentan que, a partir del acuerdo con Irán, Nisman comenzó a recibir amenazas de muerte para que dejara de apuntar en esa dirección y tal vez ese clima hostil cumplió un rol en su propia muerte?
Los tres protagonistas del comienzo de esta nota ya han fallecido. Eliaschev y Timerman murieron de cáncer, mientras eran insultados por las posiciones que defendían. La muerte de Nisman aun sigue siendo motivo de polémicas durísimas. Tal vez nunca se sepa si el memorándum fallido fue apenas un error imperdonable producto de la ingenuidad de alguien que muy pocas veces es ingenua, o una negociación espuria que perdonaba a los culpables de un hecho espantoso.
El atentado contra la AMIA, como se sabe, sigue impune.
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