Trabajás todo el año. Sobre todos los productos que consumís pagás un 21% más de Impuesto al Valor Agregado más Ingresos Brutos sobre la facturación de tu negocio independientemente de tu ganancia. Después de haber consumido todo el año pagás el 35% de Ganancias sobre la diferencia entre lo ingresado y lo gastado. Con eso decidís comprarte bienes que tributan impuestos municipales de alrededor del 1% anual y una alícuota de Bienes Personales del 0,5% aproximadamente.
A eso tenemos que sumarle que al campo, que aporta el 60% de los dólares que ingresan al país, se le retienen -dependiendo el producto- hasta el 30% de sus ingresos.
Toda esta recaudación, que surge aproximadamente de 8 millones de personas, es utilizada por la clase política -de la que yo soy parte- para sostener alrededor de 19 millones de personas que cada primero de mes recibe sus haberes, jubilaciones y/o pensiones y planes del Estado.
Hasta aquí, números fríos, incontrastables, que ahora sí comienzan a ser utilizados por el oficialismo para instalar los vectores que afianzan su relato y que por muy conocidos que sean no dejan de ser peligrosos y perversos.
El nuevo relato es meritocracia versus solidaridad.
Como vimos al comienzo de esta columna, la clase aportante, mayoritariamente denominada “clase media”, concede no solo un montón de dinero para sostener el Estado sino que lo aporta todo.
Ahora, la mayor perversión radica en que el nuevo relato, además de hacer valer por ley esa recaudación consagrada en la legislación nacional, insulta en forma directa y promueve que la masa crítica beneficiaria de dichos aportes odie al que produce y sustenta el funcionamiento del Estado.
Pero la psicopatía y la perversión se ven agravadas en que los administradores de esos dineros son políticos que se perpetúan en el poder a través de las décadas y que a muchos de ellos no se les conoce actividad privada alguna. Así es como muchas de las provincias feudales de nuestro país tienen gobernantes que trascienden en el tiempo y que son votados por masas criticas de hasta el 70% de la población local compuesta por empleados públicos que reciben el sueldo de quien es votado. Como si fuera poco, esos gobernantes tienen el tupé de acusar de insensible a la clase aportante que financia el baronazgo con su trabajo.
Meritocracia versus solidaridad, la dicotomía de hoy, es una gran mentira. Se trata de disfrazar con odio el hecho de que, desde el año 1983, hemos tenido un promedio de 36% de pobreza y 68% de inflación por la sencilla razón de que solo hemos aumentado el plantel de empleados públicos y los impuestos a los que producen, haciendo gala del tristemente célebre “combatiendo al capital”. Durante la década 2005-2015 las provincias aumentaron un 70% promedio su plantel de empleados públicos, lógicamente mediante el uso del déficit fiscal que solo puede ser bancado con emisión y/o crédito externo.
Como verán, yo no me desentiendo de ser parte de esta clase política que ha fracasado en la administración del Estado, pero entiendo que con la conciencia limpia en cuanto a mis valores, por lo menos, tengo la obligación de expresar estas ideas, denunciar lo que está ocurriendo y proponer cambios.
Los primeros días de gobierno del presidente Fernández me han decepcionado por esa retórica discursiva negadora, rancia y antigua que -a mi entender- viene a aumentar la vertiginosa espiral negativa de aplicar políticas que ya fracasaron, pero que además viene a enfrentar a los argentinos de la manera más perversa, diciendo que los va a unir.
La mal llamada clase media de la Argentina es esa clase trabajadora que hace todo el aporte y que, además, tiene que escuchar que sus gobernantes la insulte tratándola de insensible y espetándole falta de solidaridad cuando, como ya expresé antes, gran parte de ese dinero se destina a quienes se perpetúan en el poder.
Soy parte de esa clase media. Hijo de un inmigrante que fue el primer profesional de su familia y que nos ayudó a sus dos hijos a ser profesionales en nuestro país. Hoy se podría decir que atiendo de ambos lados del mostrador. Tengo una profesión liberal independiente que me mantiene en contacto con la temperatura del sector privado, mientras que mi condición de legislador me permite ver que a lo largo de la historia se ha transformando al Estado en elefantiásico, incontrolable, vitalicio y definitivamente insustentable. Además de eso, el pragmatismo y lo fáctico nos muestra y demuestra que el aumento de la ayuda social vitalicia solo condena al no trabajo a un montón de gente a través del tiempo. Así se observa en diversos sectores del país y la sociedad, donde se registran tres y hasta cuatro generaciones de argentinos que nunca trabajaron. A pesar de que ciertos sectores de la política ayudados por operadores mediáticos y sociales que hasta hace poco escondían el hambre y los pobres que hoy exhiben como un trofeo que nuestro gobierno no pudo resolver, todos sabemos que los problemas estructurales de indigencia endémica empezaron mucho antes del año 2015.
No es solidaridad versus meritocracia. Ese es solo el pomposo título perverso que este populismo viene a usar para tapar el bosque de la opulencia e impunidad política que solo quiere perpetuarse en el poder como lo viene haciendo desde tiempos inmemoriales.
El presidente Fernández, con quien, debo reconocer, tengo muy poco en común, tiene un desafío enorme en esta nueva etapa que, a mi humilde entender, ha sido encarada con la fórmula de siempre que terminará utilizándolo como macho alfa de la manada para perpetuar el statu quo político de la masa crítica de sus miembros, mientras vive sus minutos de gloria antes de pasar a ser el líder descartable del que siempre del peronismo hace uso.
La manera de unir a los argentinos no es enfrentarlos. Es sincerarlos. La clase media o aportante no puede más y yo me hago cargo de la parte que me toca siendo un humilde diputado que no conformó ningún Ejecutivo. La clase media, de la cual yo soy parte, hace un enorme aporte y es solidaria. También creemos en la meritocracia. Somos los que nos levantamos a trabajar cada día. Ahorramos, pagamos impuestos, competimos y estamos dispuestos a defender ese modelo del esfuerzo sin depender del burócrata de turno que nos consiga un currito, o un contacto en el Estado. Creemos en el Estado presente, pero en el necesario. Todo el mercado posible y todo el Estado necesario. Nuestro país es un ejemplo en el mundo dando educación gratuita hasta la universidad a todos los habitantes. La salud es un servicio de acceso universal para todos nuestros compatriotas y la seguridad lo era, por lo menos hasta que hace 15 días la nueva administración decidió desarmar a la policía y anunciar la posible comercialización de drogas.
El desafío es ponerle tiempos y formas al asistencialismo sin anunciar y destruir el pacto fiscal -como ya lo hizo el Presidente- para que no sea eterno y acotar para la próxima década un decrecimiento de empleados públicos condicionados al aporte de la coparticipación que, como ya señalé varas veces en esta columna, se sustenta en lo generado por esa mal llamada clase media que trabaja de sol a sol.
Ese es el desafío que tiene el Presidente, a quien le deseo lo mejor, pero que en su arranque se mostró errático.
Hizo el ajuste más grande que yo recuerde en democracia disfrazado de solidaridad sin tocar a la clase política. Congeló a los jubilados y los conminó a juicios que todos sabemos que nunca van a cobrar. Impuso la doble indemnización y bonos a privados desalentando la inversión particular y aumentó ministerios, secretarías y direcciones anulando el decreto antinepotismo para darles trabajo en el Estado a los parientes de los políticos.
Señor Presidente, usted tiene una posibilidad histórica como la tuvieron otros que la desaprovecharon. Tiene la posibilidad de despegarse de ese proyecto que nos enfrenta, que compone la mitad de su gobierno, y llamar a las cosas por su nombre. Soy parte de esa clase media que, aunque esté enojada, va a acompañar estos cambios si hay esfuerzos desde el Estado porque no sabemos hacer otra cosa que trabajar, estudiar, aportar y apostar al crecimiento. O puede seguir por donde arrancó acusándonos de meritócratas a los que sentimos orgullo de serlo.
El autor es diputado nacional (Cambiemos)