El tempo político en el que vive la Argentina es asombrosamente inestable. Venimos de un año en stand by, suspendido por la disputa electoral. Hace menos de diez días la asunción del Gobierno inauguró una nueva dinámica temporal, en la que la hiperactividad, los anuncios, las sorpresas y otros episodios –algunos incluso violentos como la batahola en la sede de la UTA- se suceden sin respiro. De la quietud y la parálisis a la intensificación de movimientos.
Pasan tantas cosas que muchas quedan inadvertidas. Lo que no pasará de largo es la negativa de la oposición a dar quórum para tratar la triple emergencia que el ejecutivo esperaba aprobar para reactivar una economía deprimidísima y signada por valores inflacionarios alarmantes. El fenómeno es inédito porque no suele, en democracia, tensarse la cuerda al punto de rechazar sin discusión cualquier iniciativa de un gobierno flamante. Esto no es poner piedras en el camino, es apedrear al equipo entrante.
El cambio de humor de Cambiemos, que había prometido ser una oposición que pivotease entre el acompañamiento y el control, se reveló con claridad en menos de 12 horas. Si el martes al mediodía todo parecía fluir, por la noche la negativa a dar quórum para el tratamiento de la mega Ley estalló en redes. “En el interbloque de Juntos por el Cambio resolvimos no acompañar la ley enviada por el gobierno ya que anula las funciones constitucionales del congreso delegando sus facultades al ejecutivo. Además, resolvimos no dar quórum en la sesión del próximo jueves”. El textual corresponde a un tweet de Mario Negri, hoy presidente del interbloque opositor más grande.
Según trascendió, la delegación de facultades al ejecutivo que prevén las leyes de emergencia, en particular la autonomía para redefinir aspectos impositivos, la reforma de organismos descentralizados y los temas tarifarios, se transformó en la piedra de la discordia que dividió las aguas y puso fin al anhelo de unidad para la Argentina. Efímero y utópico, el llamado a la unidad se dio de narices con la realidad de quienes priorizan sus intereses por sobre el bien común.
El dilema de la Argentina se emparenta con el dilema de Alberto Fernández. El nuevo presidente tiene dos premisas. Terminar la grieta y terminar el hambre. Juntas, parecen incompatibles. Y entre el diálogo y la emergencia, la prioridad es la emergencia. Lo peor que puede pasarnos es que Argentina no encuentre la salida a una disputa que a lo largo de los años tuvo diferentes intérpretes pero que su ADN se puede rastrear entre campo e industria. La industria genera cohesión social y viene con las virtudes del mundo del trabajo pero no es autosuficiente; el campo es rentable, y autosuficiente en términos económicos, pero deja afuera a millones de argentinos. Genera dinero, no hace sociedad.
Esta tensión entre campo e industria no es nueva. Tiene un antecedente cercano en la disputa del 2008 en la que el campo decidió entrar en paro. También tuvo picos de intensidad durante el pacto económico y social de Ber Gelbard. En palabras de Aldo Ferrer, “la historia de las frustraciones argentinas revela la incapacidad de resolver los conflictos de intereses entre el campo y la industria en un contexto mutuamente beneficioso para ambos y para la economía y la sociedad”. El reclamo del sector agropecuario esconde una justificación que no puede verbalizarse y ancla su enojo en consideraciones mezquinas. Pero también es cierto que el impuesto actual nació licuado por la anterior administración y al mantener su valor en pesos, estaba destinado a perder su fuerza proporcional en relación a sus ganancias. “El primer deber de la solidaridad es ofrecerle empleo a todos”, expresó alguna vez el ex primer ministro británico Tony Blair. Y sabemos que el campo, lejos está de lograrlo.
Las presiones, por otro lado, no sólo llegan del campo. Los bancos y las energéticas se suman a los grupos de presión que, según trascendidos, se oponen tajantemente al cambio de rumbo. Campo, sector financiero y mundo energético son tres sectores que no sólo sobrevivieron sino que han tenido ganancias extraordinarias mientras la depreciación de la calidad de vida del argentino medio y pobre se aceleraba. Estos grupos de interés tal vez expliquen el cambio de humor de Cambiemos. La pata del Estado que presiona a los que más tienen, es la misma sobre la que se apoyan los que menos tienen. El desafío es encontrar el equilibrio. Será la destreza en la que Alberto tendrá que especializarse de ahora en más.
La autora es magister en Comunicación y Cultura, UBA. Docente. Directora de la consultora de investigación Trespuntozero