Alberto Fernández gobernará la Argentina en un escenario internacional sumamente complejo e incierto, quizás como nunca en décadas. Varios procesos se desarrollan en simultáneo, con implicancias directas para nuestro país. Por ello, uno de los grandes desafíos de Fernández será hacer una buena lectura de este escenario y plantear una estrategia de inserción internacional acorde, considerando que la Argentina se ha vuelto muy dependiente y vulnerable frente al exterior.
El primer proceso es el conflicto entre China y los EEUU, centrado en la disputa por la supremacía tecnológica en una serie de campos estratégicos. El choque también tiene una faceta comercial, cuyas esquirlas han impactado en la Argentina, a través de las imposiciones de aranceles por parte de EEUU. Además, el conflicto derivó en una ralentización de la economía china y aumentó la volatilidad financiera mundial, lo cual son pésimas noticias para nuestro país. Ambas potencias son aliados estratégicos de la Argentina. Necesitamos ejercer un delicado y posible equilibrio.
El segundo proceso, también en pleno desarrollo y con desenlace incierto, es la ola de protestas ciudadanas que se extienden a lo largo y ancho del planeta. Se suele asociar estas protestas con cuestiones meramente económicas. Si bien desde ya que hay mucho de ello, vemos también que se reclaman cambios radicales de sistema político. El desfasaje entre las demandas y la posibilidad de que las instituciones vigentes y sus políticos las atiendan es abismal. El caso chileno es un muy buen ejemplo de ello. Todo esto nos plantea la pregunta inevitable. ¿Puede explotar también la Argentina, en caso de que Fernández fracase en resolver la grave crisis que hereda?
En tercer lugar, está en jaque el orden supranacional de raigambre liberal, que ha estructurado las relaciones internacionales desde 1945 a la fecha. La paradoja es que el principal cuestionador son los EEUU, otrora principales impulsores de este orden. El multilateralismo político y comercial se desvanece en un mundo donde prima cada vez más la voluntad unilateral de las grandes potencias, con líderes fuertes al mando. Si sólo fuese por Donald Trump, organismos como la OTAN ya no existirían. Para la Argentina, país mediano con serios problemas, es muy malo que se debiliten los organismos multilaterales, porque complica aún más nuestra inserción global.
Pasando a Latinoamérica, nuestra región se ha convertido en el vértice más débil de un tenso triángulo, en el marco de la disputa entre China y los EEUU. Para colmo, ahora también quedamos inmersos en la ola de protestas ciudadanas. Las mismas han retroalimentado un ciclo ya endémico de estancamiento económico. Y a eso se suman profundas divergencias políticas y la crisis de los organismos regionales.
Los primeros pasos de Fernández, previo a su asunción, no fueron alentadores: relanzamiento de la entelequia “progresista” del Grupo de Puebla, cruces verbales que han puesto en seria tensión la relación con Brasil, una gira a México con la improbable ilusión de replicar ese modelo de política exterior, otro viaje a Uruguay para apoyar a un candidato derrotado en las elecciones presidenciales, sumado a la condena, casi en soledad, al “golpe” contra Evo Morales en Bolivia.
Por otra parte, apenas tres jefes de Estado asistieron a la asunción del nuevo gobierno (hubiesen sido cuatro, de no ser por la imprevista cancelación a último momento del chileno Sebastián Piñera). A esto hay que agregar que los dos máximos referentes de la delegación que envió EE.UU. pegaron el portazo ante la inexplicable presencia de un funcionario de Nicolás Maduro, con prohibición de ingreso al país, que nadie supo explicar cómo y por qué llegó a la Argentina. Pese a ello, el cuestionado Jorge Rodríguez fue recibido en la Casa Rosada.
Es tiempo de hacer un agudo diagnóstico de este complejo escenario internacional y tirar las ideologías por la ventana. Necesitamos desarrollar una estrategia de inserción realista y efectiva, evitando pasos en falso que pueden ser muy costosos. Con la frágil situación económica y social del país, no hay margen para fallar.
El autor es politólogo y docente universitario (UCA y Universidad de Zhejiang). Miembro del Comité de Asuntos Asiáticos del CARI. Director del Observatorio Sino-Argentino.