Las dos fiestas cívicas más relevantes en una democracia son el día de las elecciones, en el que el pueblo reasume el poder para definir quien conducirá sus destinos, y el día en el que los elegidos representantes recogen ese poder delegado por el soberano pueblo, para ejercerlo durante el tiempo previsto en la Constitución Nacional. Hoy es, pues, uno de esos días, sobretodo porque asume un nuevo primer mandatario.
Alberto Fernández se convierte, en el día de hoy, en el cuadragésimo segundo presidente desde que en 1853 se sancionó nuestra Ley Fundamental, e inaugura el trigésimo período presidencial constitucional.
Este nuevo período presidencial constitucional es el séptimo que comienza un día 10 de diciembre, toda vez que, de los veintinueve anteriores que desde 1853 se iniciaron, trece lo habían hecho en días 12 de octubre (Bartolomé Mitre en 1862, Domingo F Sarmiento en 1868, Nicolás Avellaneda en 1874, Julio A. Roca en 1880, Miguel Juárez Célman en 1886, Luis Sáenz Peña en 1892, nuevamente Julio A. Roca en 1898, Manuel Quintana en 1904, Roque Sáenz Peña en 1910, Hipólito Yrigoyen en 1916, Marcelo T de Alvear en 1922, otra vez Yrigoyen en 1928 y Arturo Illia en 1963).
Asimimso hubo dos períodos presidenciales que arrancaron en días 20 de febrero (Agustín P. Justo en 1932 y Roberto Marcelino Ortiz en 1938), otros dos tuvieron inicio en días 5 de marzo (Justo José de Urquiza en 1854 y Santiago Derqui en 1860), dos períodos presidenciales constitucionales dieron comienzo en sendos 25 de mayo (Arturo Frondizi en 1958 y Héctor J Cámpora en 1973), dos comenzaron en días 4 de junio (Juan D Perón en 1946 y en 1952), y otros dos dieron comienzo en días 8 de julio (Carlos S Menem en 1989 y 1995). No hubo, por lo tanto, asunciones presidenciales en los meses de enero, abril, agosto, septiembre, noviembre ni diciembre.
Hoy vuelve a emerger en todo su esplendor un acto cívico e institucional maravilloso: el juramento presidencial en el Congreso de la Nación y el traspaso de los atributos de mando de un presidente a otro. Ese espectáculo que Cristina Fernández nos negó en el año 2015, renace ahora en un contexto en el que Alberto Fernández se convierte en el presidente constitucional número cuarenta y dos en recibir el bastón y la banda presidencial.
La “banda” encuentra su origen en España, y su utilización fue una costumbre de los primeros mandatarios de los países hispanoamericanos. En la Argentina fue la Asamblea reunida en el año 1813 la que, en 1814, dispuso su utilización para los integrantes del Directorio, estableciendo que debía ser blanca en el medio y azul en cada costado. El primero en portarla fue, por lo tanto, el primer director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio Posadas. Luego, el Congreso que declaró la independencia en Tucumán, ya trasladado a Buenos Aires en 1819, confirmó esa práctica, y a propuesta del director supremo Juan Martín de Pueyrredón, se le agregó a la banda, en la parte que cruza el pecho, un sol bordado en hilos de oro.
Sin embargo, hasta 1880 cada presidente hizo diseñar la banda presidencial de acuerdo a su gusto. Por ejemplo Justo José de Urquiza, al asumir como primer presidente constitucional en 1854, utilizó una banda de dos franjas, celeste la superior y blanca la inferior. Domingo Faustino Quiroga Sarmiento utilizaba, a veces una banda con tres franjas (celeste, blanca y celeste), y otras veces una banda de dos franjas. Lo mismo ocurrió luego con Nicolás Remigio Aurelio Avellaneda, quien además le agregó un escudo de banderas rodeado de catorce estrellas, que representaban a cada una de las entonces catorce provincias.
Desde la presidencia de Alejo Julio Argentino Roca, todos los jefes de Estado han utilizado una banda de tres franjas, hasta que en el año 1944, durante la presidencia de Edelmiro Farrell, se establecieron las características de la banda presidencial a través del decreto 10.302, el cual estableció que la misma debe estar confeccionada en gro de seda y con los colores de la bandera nacional distribuidos en tres franjas horizontales de igual tamaño, dos de ellas celestes y una blanca en el medio, con un sol bordado en el centro de la franja blanca, idéntico al grabado en las primeras monedas argentinas, de 4 centímetros de diámetro y treinta y dos rayos flamígeros y rectos de 2,5 centímetros, intercalándose uno y otro.
También dispone la norma que el color del sol debe ser amarillo oro y la banda debe tener 76 centímetros de largo por 10 centímetros de ancho, además de estar terminada con una borla de oro y flecos.
En cuanto al “bastón de mando”, cuya utilización siempre fue un símbolo de liderazgo, es una tradición que proviene de la Edad Antigua y que en Hispanoamérica fue heredada de España. Justamente por ello, en la Argentina dejó de utilizarse a partir de la Revolución de Mayo. Sin embargo la costumbre fue rápidamente recuperada, ya que Gervasio Antonio Posadas, quien como lo señalé antes, fue el que comenzó a utilizar la banda presidencial, hizo lo propio con el bastón de mando.
Teniendo en cuenta que tanto la banda como el bastón son propiedad de los presidentes que los utilizan, la altura de este último no es igual en todos los casos, ya que cada presidente lo manda a confeccionar según como le quede más cómodo en función de su propia estatura.
Por ejemplo Roque Sáenz Peña (quien presidió al país entre 1910 y 1914) usó el mismo bastón de mando que había utilizado su padre, Luis Sáenz Peña, entre 1892 y 1895. Éste, a su vez, lo heredó de su padre, Roque Julián Sáenz Peña, quien había integrado el Tribunal Superior de Justicia durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. El mismo bastón también fue utilizado por Arturo Umberto Illia, cuarenta y ocho años más tarde, al asumir la presidencia de la República el 12 de octubre de 1963.
En la actualidad no existe reglamentación alguna que establezca las características que debe tener el bastón presidencial. Hasta 1983 era confeccionado en caña de malaca con detalles de oro macizo y un par de borlas. Desde entonces el orfebre encargado de confeccionar los bastones presidenciales ha sido Juan Carlos Pallarols, salvo el de Mauricio Macri, cuya elaboración estuvo a cargo del orfebre Damián Tesoro, un joven artista oriundo de Mercedes, provincia de Buenos Aires.
El bastón que utilizará el nuevo presidente Alberto Fernández volvió a ser confeccionado por el célebre Juan Carlos Pallarols. Está hecho con una empuñadura de plata y de madera de urundai, típica de las provincias de Chaco, Formosa y Corrientes, que se caracteriza por no sufrir los efectos de la corrosión (motivo por el cual no se pudre) y por mantener su rigidez con el tiempo.
La posesión de la banda y el bastón presidencial no son los que confieren el poder de mando al presidente que los porta; es en cambio el juramento pretado ante la Asamblea Legislativa el que convierte al presidente electo en presidente en ejercicio. Pero el bastón y la banda son sin embargo símbolos representativos de ese poder, tan necesario e indispensable en cualquier organización política, que ejercido en el marco de los límites que impone una Constitución, es el más maravilloso instrumento de gobierno que haya podido alguna vez crearse.
El traspaso de ese poder político, con los símbolos que los representan, es una ceremonia que los argentinos, después de tantas penurias, tenemos el derecho de disfrutar en paz, dejando de lado, aunque sea por un día, los reflejos de una grieta que no está dispuesta a desaparecer con facilidad.
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