Las dificultades de compartir el poder

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Cristina Kirchner y Alberto Fernández
Cristina Kirchner y Alberto Fernández (Photo by RONALDO SCHEMIDT / AFP)

Si el futuro del gobierno kirchnerista será como la elección del gabinete, más las idas y vueltas, el pago de compromisos políticos antiguos, el rechazo contundente de algunos que ayudaron con votos contantes y sonantes, el país ya está en presencia un poder total bastante compartido.

Esta realidad ya estaba prevista entre los analistas políticos. Se demostró que quien consigue los votos tiene la sartén por el mango. No así el candidato a presidente mencionado en la lista electoral. El vicepresidente, una figura apagada históricamente, sólo tiene la obligación de presidir el Senado, pero no a distribuir cargos o a fijar condicionamientos, según todos los trascendidos.

Es una nueva manera de gobernar, personalista, que tal vez suene arbitraria. El futuro dirá si dará resultados o no. Pero está claro que el cristinismo o el kirchnerismo, llámese como se quiera, no tiene homogeneidad interna. Hay dos cabezas, cuatro manos y dos mentes que no funcionan al mismo tiempo. Tienen los mismos amigos, pero diferentes gustos. Más bien se parece a un tablero desordenado. El presidente electo no parece sumergido en las aguas profundas del populismo, pero su socia, Cristina Kirchner, ya muestra todas las facetas populistas de su administración anterior. Populismo en el sentido que imprimió el italiano Norberto Bobbio. Un liderazgo de tipo carismático y la formación de una élite de “iluminados”, de intérpretes de la voluntad y del espíritu del “pueblo”. El líder es el consagrado a hacer lo que el pueblo quiere. El líder es el que interpreta y aplica la decisión popular , el “vamos por todo”.

Estos días muestran por un lado a los gobernadores peronistas que están esperando reconocimiento, creen que han quedado al margen. Por otro lado está la juventud, aunque ya crecida en edad, de los conductores de La Cámpora. Finalmente los grupos dispersos que exigen recompensas con distintos cargos, pero hasta ahora no fueron consolados. A un costado los peronistas que se autodefinen “históricos” que miran y hablan con precaución, a la distancia, sin solidarizarse por ahora con los que ganaron la elección definitiva.

Las características del gobierno que viene a partir del 10 de diciembre es que a cualquiera que se nombra como participante del gabinete, salvo contadísimas excepciones, no está seguro de asumir. Daniel Arroyo y Felipe Solá hablan como si ya hubieran asumido. Lo hacen con precauciones y cintura política. Otros tienen la silla floja. Alberto Fernández asegura que en numerosísimos casos sólo dispone de emisarios respetables pero sin trabajo fijo asignado. Hubo cambios drásticos tras la llegada reciente de Cristina Kirchner de Cuba y el encuentro del binomio más la presencia de dos jefes de La Cámpora.

Mujeres y hombres que integraban las listas que comentaban los medios de comunicación fueron apartados. O por hablar demasiado, o por su ideología como especialistas y no por sus capacidades para tener éxito. O, quizás, por resentimientos personales de arrastre.

En la sociedad, por un lado están los que esperan soluciones frente a la crisis permanente, en un costado los que sospechan de los que vienen por sus movidas anteriores y por el otro los devotos seguidores de Cristina Kirchner. Todos, menos los seguidores, tienen un criterio escéptico y cauteloso frente a la crítica realidad que reciben, salpicada por muchos errores heredados en la elección de instrumentos económicos y políticos. Nadie duda de que el kirchnerismo no cometerá el mismo error del PRO en el primer día de su mandato. Divulgarán la pesada carga del “paquete” que los anteriores les derivan.

No se sabe si los que llegan tendrán la sabiduría de comprender a fondo que atrás dejaron una elección donde los opositores al kirchnerismo lograron más del 40 por ciento de los votos. No es para descuidarlos. Son mismos PRO en estado puro y los radicales que querrán tener presencia en el escenario de ahora en más y en especial en el Parlamento. Todo ello confirma que la grieta está, que se sigue ensanchando, que no asoma ninguna posibilidad de entendimiento ni de diálogo.

Ya están resultando “crispantes” algunas declaraciones de los que triunfaron, en la Argentina y en el exterior. Considerar a los señalados por la Justicia como “presos políticos” es un equívoco que se presta al derrumbe total credibilidad de la Justicia. Sin duda los tiempos de esa Justicia son de una lentitud muy cuestionable pero muchos magistrados demostraron a fondo los vericuetos del largo paso del kirchnerismo y el cristinismo a lo largo de tres gobiernos ininterrumpidos.

Esto lo tiene presente una parte de la población. Los que sostienen a los que llegan niegan de raíz la existencia de los delitos, compiten con los jueces. Eso es darle impulso al mayor de los escepticismos de la función del Poder Judicial, de los tres que sustentan el Estado Nacional. No se puede generalizar pero los jueces están en una disyuntiva seria: sus procedimientos no son reconocidos ni aprobados.

Eso es una parte de los problemas que se visualizan. Después está la campaña contra el periodismo y los medios de comunicación y el grito desaforado de estatización de los mismos, a través de lo cual desaparecen todos los preceptos que integran la Constitución Nacional. Salvo que se la quiera reformar. Alberto Fernández adelantó que ello no está en la mira.

El futuro no será fácil. El presidente electo recibe un país con una pobreza por ingresos cercana al 40 por ciento, una producción industrial en caída libre, un mercado achicado, donde sólo se han salvado los bancos.

En este mes de diciembre, las mediciones oficiales mostrarán que el indicador de pobreza evidencia un 37 por ciento, aproximadamente , de la población. Se habla de más de 17 millones de víctimas. Es la mayor tasa de pobreza desde 2008 y bastante más que 11 puntos más elevada que en 2017. El mal necesita, para curarse, o para paliar sus consecuencias, un esfuerzo mayúsculo no sólo de un gobierno con restricciones presupuestarias sino de toda una sociedad movilizada para disminuir los porcentajes a lo largo de, por lo menos, una década.

No faltan críticos de todo lo que abarca la definición de pobreza y de lo que se llama “necesidades básicas”. Otra cosa es lo que muestran los ojos y las encuestas: pauperización, estado en el que ingresan los ciudadanos con carencias dolorosas, imposibilitados de escaparse de la trampa de la miseria. Un trabajo de investigación de INSECAP y la UCES sostiene que la pobreza es terminante: mide los ingresos de un hogar respecto de una canasta básica, independientemente de cuánto ganan los demás. Así es a diferencia del concepto de “desigualdad”, que alude a una relación entre dos o más personas y por ello resulta relativo.

Esta desgracia es parte de un problema más grave. Abarca una deuda externa que el próximo gobierno ha prometido pagar pero no tiene con qué porque le resulta imposible hacerlo por falta de fondos. Y además su resolución es terreno minado. Después quedan dilemas muy apremiantes como ponerle fin a la inflación, que no es un paso mágico. Un Acuerdo Social no le pone freno definitivamente.

Con buen criterio político, Alberto Fernandez ha aclarado de entrada que gobernar no será cuestión resuelta. Se refería a los problemas que hereda. Faltan agregar las presiones internas entre los que ganaron en octubre pasado.

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