La crisis en Bolivia ha despertado pasiones en Argentina y ha mostrado, una vez más, la baja condición moral de mucha gente de la política a partir del afán de evaluar los hechos según su ideología. Carecen de interés por la búsqueda de la verdad o, como decía mi admirado Bertrand Russell, en el estudio de los hechos.
También tuvimos opiniones que rondaron lo estrafalario en el periodismo, algunos escritores y gente del espectáculo “progre” (el habitual patetismo de gente que se autodenomina de la “cultura” y dice disparates políticos sin pausa) y todos los opinólogos que, muchas veces, parecen personajes de algún programa de humor. Pero trataré de abordar el tema en el ámbito político, donde la miserabilidad moral está a la orden del día en la Argentina.
La discusión se centró en si fue golpe o no y en condenarlo en caso de que sí lo fue. Hasta aquí, todo normal. El gran problema es la doble moral que surgió a partir de esto.
Muchos de los que dicen que en Bolivia hubo un golpe de Estado condenan al presidente Piñera de Chile por, justamente, defender la institucionalidad chilena de ataques terroristas (no la gente que se manifiesta en paz sino los encapuchados que no paran de incendiar y herir gente). Muchos de este grupo no se refieren a Venezuela como una dictadura sangrienta aunque el informe Bachelet (dirigente socialista) dice que en 2018 hubo más de 5.200 ejecutados y más de 4 millones de personas debieron emigrar. Para muchos matar gente en Venezuela está bien y enfrentar con el ejército a los encapuchados que destrozan bienes y hieren a ciudadanos comunes merece el pedido de renuncia de Piñera. El clamoroso silencio sobre Venezuela y la sobreactuación en el caso de Chile es un modelo preciso de opiniones políticas donde la moral llega a sus niveles más bajos. Como nada es casual, la nueva presidente boliviana denunció que gente de inteligencia de ese régimen estaba en Bolivia atentando contra la seguridad interna. Lo que siempre se supo: el cáncer chavista haciendo metástasis en Latinoamérica, eso que los políticos argentinos hipócritas callan para defender su postura mojigata (y cómplice) con respecto a Evo Morales.
Hubo toda clase de desatinos en estos días. Algunos radicales pusieron su aburrida cara circunspecta de políticamente correctos para condenar el golpe en Bolivia olvidando su silencio atronador y su complicidad canalla en el golpe civil contra De la Rúa, soslayando además el hecho de que los golpes no se hacen sólo con los ejércitos. A veces los hacen los “ejércitos” militantes y los políticos inescrupulosos. Los radicales recibieron luego sus premios en cargos y prebendas en el gobierno de Duhalde, siguiendo con la tradición espuria que se arrastraba de los 90, cuando Duhalde era gobernador de la provincia de Buenos Aires y el radicalismo de ese distrito hacía una oposición de chiste.
En un programa radial la ex canciller Malcorra dijo que en Bolivia hubo golpe. Sin embargo, cuando el periodista Guillermo Lobo le preguntó por la caída de De la Rúa, Malcorra titubeó y agregó: “Aún no se pudo analizar bien aquello”. Se analizó hasta el infinito, pero para algunos la verdad molesta. Le puedo recomendar varios libros a la ex Canciller donde se analizan los hechos que condujeron al golpe civil. También le ofrezco mi propia experiencia cuando un mes antes de la caída del gobierno un dirigente que terminaría siendo ministro de Duhalde me dijo: “O devalúan o se van”. No devaluamos y nos fuimos. Después produjeron una devaluación brutal que hundió a muchos en la pobreza y enriqueció a unos pocos de manera infame. El sometimiento intelectual de algunos radicales a las versiones mafiosas peronistas es una constante: Síndrome de Estocolmo se llama.
Es público y notorio que las marchas y protestas en Bolivia vienen dándose desde 2016 en respuesta a Morales y su afán de perpetuarse en el poder con artilugios y desprecio por la voluntad popular, como en el caso del referéndum donde el pueblo se había expresado para que no haya reelección indefinida. La constitución boliviana permite una sola reelección y Morales estaba yendo por el cuarto mandato.
En el Congreso Nacional argentino se llevó a cabo una deplorable sesión y no faltaron diputados de izquierda que pidieron condenar el golpe en Bolivia y la renuncia de Piñera. Si la insurrección es contra alguien que me cae bien es golpe. Si es contra alguien que me cae mal está bien. El patetismo ideológico argentino da para todo.
Pero para intentar superar la dicotomía golpe o no golpe me parece que se puede pensar más profundamente. Evo Morales estaba cumpliendo todas las etapas de muchos dictadores con su pretensión de perpetuarse en el poder. Venía, desde hacía mucho tiempo, dando señales de eso, pero en los últimos años se consolidó: un referéndum no le permitía la reelección y él se presentó de todas formas manipulando a la Corte Suprema (para algunos no respetar el resultado de las urnas es algo normal). Luego de aquello y al ver que el resultado lo podía conducir al balotaje, detuvo el escrutinio durante 23 horas haciendo maniobras que provocaron renuncias de funcionarios que no querían avalar conductas fraudulentas. Se convocó a la Organización de Estados Americanos que, luego de fiscalizar todo, confirmó que había habido fraude. Luis Almagro es el secretario general del organismo y afirmó: “Hubo golpe de estado en Bolivia en el momento que pretendieron robarse las elecciones y perpetuar a Evo Morales en el poder”. Para los que les gusta pensar en conspiraciones, es bueno aclarar que tanto Bachelet como Almagro provienen de partidos de la izquierda latinoamericana.
La aseveración de Almagro da por tierra con la idea maniquea de la discusión argentina. Evo Morales desconoció el mandato popular y quiso eternizarse en el poder. Hete aquí, una típica conducta dictatorial. Los que “sugirieron” su renuncia lo hicieron por eso. Millones de ciudadanos venían manifestándolo: no queremos un dictador.
John Locke (1632-1704), el filósofo inglés, sostenía que ningún gobierno es legítimo sin el consentimiento de los gobernados y ese consentimiento sólo puede ser expresado mediante una decisión mayoritaria: esa decisión mayoritaria fue la que, a través de un referéndum, dijo que Morales no se podía presentar nuevamente. Por no respetar el resultado de las urnas, se rompió el consentimiento ciudadano.
¿Qué deben hacer las instituciones y los ciudadanos frente a los dictadores? ¿Someterse? ¿O tienen que oponerse a su dictadura? Vuelvo a la moral flexible de muchos progresistas de cartón. Si el que quiere convertirse en dictador comparte su misma ideología lo justificarán hasta de las maneras más absurdas.
¿Cuántas vidas se habrían salvado si hubiera habido un movimiento que derrocara al criminal Maduro? ¿Cuánta gente no habría sido torturada? ¿Cuántos no tendrían que haber huido de su país? Mientras pasa todo esto algunos se resisten a llamarlo dictadura. Lo podrán llamar de cualquiera manera, pero no podrán negar que hay libertades conculcadas y vidas que se perdieron.
El 20 de junio de 1944 el general alemán, Claus Schenk Von Stauffenberg, colocó una bomba en la llamada “Guarida del Lobo” (el cuartel desde donde operaba Hitler en Prusia; la famosa “Operación Valquiria”). Fracasó por poco y fue fusilado el mismo día. Fue un intento fallido de golpe de Estado contra un dictador. Hubiera sido fantástico que tuviera éxito. Hoy en Alemania se lo considera un héroe.
Defender la legalidad y enfrentar a los dictadores nunca debe ser cuestionado. El que se arroga poderes dictatoriales, el que mata, el que manipula las decisiones democráticas es siempre el victimario. Nunca la víctima.