El tránsito de las elecciones de octubre a la llegada a la Presidencia, un tiempo clave para el que asume, no ha resultado difícil a Alberto Fernández. En todo este tiempo parece haberse ocupado más de las relaciones externas que de las componendas locales. Y mal no le ha ido.
No se quedó sin aliento ni paró un minuto para relajarse. Desplegó energías para concretar alianzas cuando se convierta en Jefe de Estado. Todo sucedió en momentos en los que Mauricio Macri y su equipo se preparan para dejar la Casa de Gobierno sin provocaciones ni declaraciones altisonantes contra los que llegan. Más aún: el ministro de economía Hernán Lacunza invitó a los representantes del Frente de Todos para visitar juntos a las autoridades del Fondo Monetario Internacional y ofreció todo el tiempo que sea necesario para dialogar y aportar información a los que llegan. Lacunza no obtuvo respuestas.
Por supuesto que Cambiemos desborda rumores. Los radicales, por fin, dicen algunos dirigentes, se quieren cortar solos en el Parlamento y declarar lo que les parece conveniente. Mientras el círculo de Macri merodeó sin postura clara en torno a las dramáticas circunstancia en Bolivia, Alfredo Cornejo y Gerardo Morales no dudaron en calificar los hechos como un “golpe de Estado”. ¿Lo fue? Hay quienes dicen que no, que hay que tomar en cuenta la decisión poco legal de Evo Morales de presentarse a una tercera gestión que no aceptaba la constitución de su país y de ser protagonista de una elección general cuyos resultados, según la inspección de la Organización de Estados Americanos (OEA) fueron definitivamente turbios.
El presidente estadounidense Donald Trump saludó a Fernández y hasta le prometió ayuda ante futura negociaciones ante el Fondo Monetario Internacional. Pero de lo que nunca se supo es qué le contestó el próximo presidente ante semejante gesto, teniendo en cuenta que desde Washington hay desconfianza por toda administración populista.
Viajó a México donde estableció buen vínculo con el presidente Andrés López Obrador; participó del Grupo de Puebla (que representa tradiciones populista); se comunicó en dos oportunidades con Sebastián Piñeira, el presidente chileno que vive a caballo de una crisis social descomunal; y le dio la espalda al Grupo Lima que representa a gobiernos que cuestionan la presencia de Nicolás Maduro en Venezuela. Fernández también pidió ayuda a López Obrador para socorrer a Evo Morales de los duros enfrentamientos en La Paz y otras ciudades de Bolivia que hacían peligrar su seguridad.
Fue claro en el encuentro del Grupo Puebla a la hora de proponer llevar adelante un foro opositor a las movidas de Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, que suele adoptar estrategias demasiado caprichosas y veleidosas. El problema es que Argentina necesita del Mercosur.
Si Bolsonaro quiere erigir barreras Argentina saldrá muy perjudicada, tanto en la colocación de cereales como en el sector automotor. Bolsonaro ya movió las piezas y adquirió productos del agro y carne a otros proveedores mundiales.
El presidente francés Emmanuel Macrón felicitó al presidente electo y le abrió las puertas para dialogar y negociar, teniendo presente que fue él quien, desde Paris, se opuso a un acuerdo con el Mercosur. El Banco Interamericano de Desarrollo le prometió créditos y lo mismo hizo la titular del Banco Santander, Ana Botín, empresaria prominente en España. Un sector de la nueva alianza en España entre el Partido Socialista y Podemos le sonríe a Fernández mientras que el ex-titular del gobierno ibérico, José Luis Rodríguez Zapatero se hizo presente en Buenos Aires para festejar el triunfo del Frente de Todos.
Frente interno
A nivel local, los industriales que habían terminado en malos términos con Macri, ahora están expectantes de conocer la hoja de ruta económica de Fernández.
Los anuncios no llegan, pero el riesgo país está demasiado arriba por la expectativa mundial sobre si habrá o no un default, pese a que Fernández prometió refinanciación y no taponamiento con los acreedores. Lo que no se pudo frenar fueron las pérdidas crecientes de las empresas argentinas en Wall Street, el centro financiero mundial por excelencia. La desvalorización por las caídas ya superan los 30.000 millones de dólares.
En el ámbito de los acuerdos internos dentro de esa alianza frágil que es el Frente de Todos, La Cámpora y otros núcleos de la izquierda peronista no han abierto la boca con los contactos de Fernández con el Fondo ni con las gestiones de Guillermo Nielsen en Wáshington.
El silencio es llamativo. De la misma manera que ya se comprueban divisiones del peronismo en el Parlamento. Hay legisladores que no quieren supeditarse a Cristina Fernández de Kirchner y surgen chisporroteos en el interior mismo del peronismo, que tiene que hacer frente en ese ámbito a la futura oposición macrista. Luego de las elecciones, el país se partió en dos. Alberto Fernández y el Frente de Todos tendrán que tener presente que el 40 por ciento de votos que respaldaron a Macri son y serán una fuerza muy representativa.
Dentro del partido ganador también hay quienes tienen ánimos de venganza. Ya están atacando seriamente a periodistas y jueces. Se debe recordar que todas las actuaciones contra la corrupción de los últimos años, que los frentistas definen como “juicios políticos”, no pueden quedar en nada.
Hay décadas de vergonzosa corrupción no castigada ni sentenciada. Carlos Menem sobrevive amparado en los fueros legislativos. Una ética republicana y constitucional tiene que impedir que los planteos, denuncias y juicios contra la corrupción pasen al olvido.
Si así fuera, siguiendo el título del gran jurista Carlos Nino, Argentina se consagraría definitivamente como “un país fuera de la ley”.
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