El fin del populismo de izquierda

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Evo Morales (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)
Evo Morales (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

Podría ser que lo que venga sea aún peor, pero el populismo de izquierda latinoamericano, tal como lo conocimos en la última parte del siglo XX y primera década del XXI, está terminado. Una de las características más fuertes de la segunda década del siglo XXI en cuanto a la dinámica de políticos y partidos es su anclaje en dos pilares: nacionalismo y religión. Ni la globalización ni la modernidad lograron aventar el nacionalismo, por todos lados surgen líderes que, en el presunto interés de la gente, invocan temas tales como soberanía y tradición: Putín en Rusia, Erdogan en Turquía, Orbán en Hungría, Trump en Estados Unidos, el Brexit en el Reino Unidos y Narendra Modi en la India tienen esa nota distintiva. Al mismo tiempo la Primavera Árabe, con primacía de la Hermandad Musulmana y el EI, tenía claramente un componente religioso. Pero no sólo se da en Medio Oriente con el islamismo, en otros lugares son otras religiones las que tallan en las decisiones políticas. Los ortodoxos religiosos en Israel suelen ser los que, en los últimos años, arbitran entre los partidos políticos.

Por el contrario, la izquierda, tal como la concebíamos en el siglo XX, colapsó. El comunismo es hoy, a pesar de Cuba y Corea del norte –que son algo así como parques temáticos de museo–, inexistente. En Europa, tanto los partidos socialistas como los social demócratas, a pesar de que siguen jugando en las grandes ligas, están en declinación, la prueba está que en Francia prácticamente ha desaparecido. Más aún: muchos de esos partidos en los 90 aceptaron la lógica del mercado y se convirtieron en indistinguibles de los partidos liberales, tal el caso de Felipe González en España.

Específicamente en Latinoamérica, lo que se vio en la primera década del siglo XXI, con Chávez, Evo Morales, Correa, Lula y Kirchner, está en completa retirada pese a algunos estertores póstumos. En Venezuela, si bien es cierto que es imposible que los militares allí se den vuelta y mucho menos una intervención externa, con lo cual el chavismo podría perpetuarse mediante el fraude, está claro que el país ha implosionado social y económicamente (podría conjeturarse que sólo subsiste por vínculos espurios con actividades delictivas como el narcotráfico), tendiendo a la insignificancia. Evo Morales acaba de caer sumiendo a Bolivia en el caos. Correa es un prófugo de la justicia, radicado en el aguantadero belga y a sueldo de la televisión oficial rusa. Lula está sometido a múltiples procesos judiciales y el hecho de salir de la cárcel más que mostrar una debilidad mostró una fortaleza del sistema institucional brasileño. Por fin, en la Argentina está claro que la señora de Kirchner debió declinar su protagonismo en manos de un “enemigo íntimo” (pocas personas la denostaron tan claramente como Alberto Fernández) para poder mitigar los efectos de los múltiples procesos judiciales por corrupción y hasta por delitos de sangre que la agobian a ella y a su familia.

Al mismo tiempo vemos que gobiernos democráticos de centroderecha como los de Duque en Colombia, Viscarra en Perú, Lenin Moreno en Ecuador y hasta Mario Abdo en Paraguay gozan de buena salud, mientras que se presentan fenómenos inquietantes en Brasil, donde Bolsonaro ganó con el crucial apoyo de los evangelistas; en Bolivia, donde uno de los líderes opositores –Camacho– llegó a la casa de gobierno empuñando La Biblia; y en la Argentina, donde (siguiendo la versión del Financial Times) fue un simpatizante de Guardia de Hierro, Jorge Bergoglio, quien articuló la fórmula de los Fernández después de una reunión en el Vaticano con Alberto, siendo una versión razonable a poco que advertimos el protagonismo de personajes como Eduardo Valdez, Gustavo Béliz y hasta Julio Bárbaro en el proceso.

Un caso aparte es el de Chile, donde las revueltas contra Piñera (que podría inscribirse en la lista de modelos de centroderecha exitosos) muestran que así como la Argentina tiene demasiado peronismo Chile tiene muy poco, dicho ello en el sentido de que no hay un dinamismo social que pugne por mejoras de las clases bajas y medias bajas al ritmo del crecimiento del país, pero lo que en modo alguno puede sostenerse es que las revueltas en Chile desembocarán en un regreso del populismo de izquierda, en Chile después de la catastrófica experiencia de Salvador Allende no hay ninguna posibilidad de que retorne ese modelo.

Es por ello que hoy en día la verdadera disyuntiva política es entre populismos nacionalistas y religiosos de derecha o democracias liberales. No hay más. Cuando el régimen político se organiza, en cambio, entre dos populismos, uno pujante de derecha u otro declinante de izquierda, como podría llegar a suceder en Brasil, o incluso en la interna del próximo cogobierno peronista, el modelo es claramente fallido.

En su último libro (Identity, The demand for dignity and the politics of resentment, Picador, New York, 2018), Francis Fukuyama se pregunta cómo puede ser que sea la derecha nacionalista y no la izquierda la que capitalice el aumento de la inequidad. Y su respuesta es que, en rigor, esto viene pasando desde hace un siglo por un motivo simple: la izquierda populista promete a los pobres mejoras de las condiciones económicas mientras la derecha populista les ofrece una identidad. Más que la falta de recursos el problema de los pobres es que son invisibles: la invisibilidad es peor que la falta de recursos. El joven vendedor ambulante tunecino Mohamed Bouazizi, que luego de haber aspirado sin éxito a un puesto en el ejército trabajaba por casi nada para mantener a su familia, el 17 de diciembre de 2010 a las 10,30, sufrió la confiscación de su carro, su balanza y sus mercaderías, tan luego por una policía mujer en medio de una sociedad machista, y cuando fue a protestar a las oficinas municipales no fue escuchado con distintos pretextos. Consiguió en una gasolinera una lata de pintura inflamable, se dirigió a la plaza del pueblo y a las 11,30 de ese mismo día se prendió fuego. Su inmolación fue por ser invisible. Ese hecho aparentemente mínimo en un pueblo rural de Tunez desató, como una infección interminable, la Primavera Árabe.

El autor es escritor. Su último libro es Conversaciones irreverentes, en coautoría con Juan José Sebreli, Editorial Sudamericana.

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