La extinción del mandato de Macri

Y volvieron nomás. No se pudo. Pese a la frenética gira del presidente Macri por las principales ciudades del país y a la enorme y costosa campaña de demonización, Cambiemos no pudo dar vuelta la elección. El presidente tratando de convencer a los argentinos para que le dieran una nueva oportunidad, que esta vez todo iba a ser mejor, como un marido violento que le insiste con volver a su mujer maltratada. Por más que se quiera forzar un sentimiento de triunfo en virtud del resultado obtenido, es altamente probable que el actual oficialismo entre en una profunda crisis existencial por extinción de mandato.

Como lo hemos dicho en reiteradas oportunidades, el mandato constituye un concepto clave a la hora de entender el por qué determinada fuerza o personaje asciende y se mantiene en el poder. Generalmente se trata de una, dos, a lo sumo tres razones centrales y muy generales que lo sostiene en la cumbre. El mandato se va gestando a lo largo del tiempo y se consolida en las campañas electorales, cuando la ciudadanía compara y otorga su voto mayoritario a alguna de las opciones disponibles. Es como una especie de contrato tácito que se puede extinguir por cumplimiento total. En ese caso no se precisaría más de los servicios del elegido y rápidamente la sociedad buscaría un nuevo tema o desafío y un nuevo encargado de llevarlo a cabo: que pase el que sigue…o “next”, como se suele decir en inglés.

Pero el mandato también se extingue por incumplimiento. Si el gobernante no honra la razón central que lo justifica en el poder, su liderazgo caerá en crisis y rápidamente esa construcción política entrará en riesgo de colapso. Es lo que probablemente le espere a Macri en sus últimos días de gobierno y en su aspiración de convertirse en el líder de la oposición a Alberto Fernández, por más esfuerzos y operaciones que por arriba y por abajo de la mesa siga haciendo su equipo de redes encabezado por el incansable Marcos Peña.

Haciendo un racconto de los diferentes mandatos presidenciales desde el fin de la última dictadura, encontramos a un Alfonsín que fuera elegido para consolidar la democracia y terminar con la amenaza militar; Menem que iniciara sin un objetivo claro pero que logra consolidarse después como el garante del fin de la inflación; De la Rúa y su mandato trunco de terminar con la fiesta de la corrupción; Kirchner y su rol central en la consolidación de la autoridad presidencial; Cristina y su intento fallido de transversalidad, reemplazado después por la ampliación de derechos y una fuerte recuperación económica. Así llegamos a Macri, que muy poco tiempo antes de la elección del 2015, logra convencer a los argentinos de ser la mejor opción para derrotar al kirchnerismo, además de significar una alternativa cierta de un gobierno más eficiente y superador, en virtud de sus antecedentes porteños.

Esta última posibilidad se fue esfumando en los primeros meses de gobierno y pese a las reiteradas promesas de “segundos semestres” y “brotes verdes”, quedó aniquilada con las trágicas devaluaciones del año 2018.

Todo el edificio de Cambiemos terminó entonces sostenido por un sólo pilar: ser la mejor alternativa para evitar un regreso del kirchnerismo al poder. Para ello debía mantenerse siempre viva esa corriente, alimentando irresponsablemente la grieta, aún a costa de poner en riesgo la propia gobernabilidad, asustando a la sociedad cada tanto con Cristina y sosteniendo desde el propio Estado a varias usinas de pensamiento K y a muchas de sus estructuras territoriales. Todo basado en la premisa que finalmente, en un mano a mano, ellos prevalecerían. Hipótesis que probó ser correcta en la elección parlamentaria intermedia del 2017, pero que se complicó posteriormente al no contemplar el agravamiento de la situación económica.

Así llegamos al triste espectáculo de un presidente que mendigaba desesperadamente por su reelección, sin casi ningún logro que mostrar y solo agitando el miedo al pasado autoritario y el odio visceral de parte de la sociedad al peronismo. Otra actitud por lo menos irresponsable que vuelve a demostrar el carácter coméstico y marketinero que prevaleció en su presidencia y en sus candidaturas.

Hace algunos meses Dick Morris señalaba que esta elección argentina prometía ser una verdadera anomalía, ya que parecía un enfrentamiento entre dos fuertes negativos: el miedo al regreso de CFK versus la bronca a Macri. En democracias más avanzadas hubiera sido poco probable que ambos se presentaran. Hábilmente la ex Presidenta al correrse, permitió que el miedo a su retorno algo se aplacara, mientras que del otro lado la actitud insistente y algo caprichosa del todavía presidente, pese a las reiteradas alertas de sus asesores en opinión pública, fue pavimentando su camino a la debacle de Agosto.

La idea que Macri, después de su derrota que permitió el regreso del kirchenrismo al poder, aniquilando el único vestigio de mandato que le quedaba, se transforme en el líder de la oposición es por lo menos voluntarista y probablemente utópica. Mucho más si su fin de gobierno continúa pareciéndose en forma acelerada al último tiempo de CFK en el poder, especialmente en materia económica; lo que se agravaría si el año que viene, como todo parece indicar, empezara el tour macrista por Comodoro Py. Mucho más si Alberto Fernández resulta no ser un abominable monstruo chavista, como se lo pintaba en la enorme campaña negativa de Cambiemos en su contra que tenía al Senador ex kirchenrista Pichetto como principal abanderado, incógnita que se irá develando en sus primeros meses de gobierno. Ningún liderazgo sobrevive a la extinción del mandato.

El desafío por delante será el de construir una verdadera opción al nuevo oficialismo, que le ponga límites si quisieran “ir por todo” y debata a fondo jugándose en el mundo de las ideas y los proyectos. Con más verdades y menos globos de colores. Una oposición que no tenga que hacerse cargo de estos años de desmanejo macrista y sea superadora a la grieta. Que entusiasme con propuestas y personas, sin tener que apelar a las viejas heridas y peleas que a lo largo de la historia han dividido peligrosamente a los argentinos. Los años que vienen pintan difíciles y muy duros, pero hay mucha gente que quiere y espera algo nuevo, algo distinto, algo más moderno. Una tarea para nada fácil pero más que entusiasmante.