Por qué marcho

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“¿Por qué marchás?”, me preguntó la directora de Infobae. Cuando creí que la respuesta iba a ser tan obvia como un “por qué no lo haría” sentí que valía la pena repensar por qué es imprescindible que la marcha del orgullo gay, lésbico, bisexual, trans e intersexual (perdón si faltan otras denominaciones) sea un hecho masivo y público como lo fue este 2 de noviembre. Porque, antes que nada, la marcha fue increíble en su convocatoria. Emocionante.

Nico y Enrico fueron con sus dos hijos y dejaron los cochecitos de los bebés en la vereda de Avenida de Mayo para que los niños vieran pasar las carrozas hasta el Congreso. Elena y Aparición (esta última chica trans me dijo que podía decirle “Api” o “Aparición fugaz”, que era su nombre completo) trajeron a su abuela de 92 a la Plaza de Mayo para compartir la fiesta. La carroza de las meretrices repartían volantes de su agrupación en donde decían que su cuerpo era de ellas, hasta para venderlo. El colectivo de osos, hombres barbudos con panza y cuero, coreaban “a quién le importa lo que yo haga” al ritmo de la carroza de “La Loca” que sacudía a un Gustavo Pecoraro feliz, con todo derecho. Un Robin con un calzón ajustado se subía a un semáforo para agitar la bandera multicolor detrás de una chica con un cartel de “todos afuera del placard”. La carroza de Las Fuegas no paraba (¡gracias al universo!) de tanta música de Ricky Martin y Thalía, de tanta cumbia y de tanto vodka repartido desde una pistola de agua verde a quien quisiera poner la boca allí abajo. Un matrimonio heterosexual, con dos hijos adolescentes heterosexuales, se encargan de aclarar, todos allí, porque “es lo que dios manda”, me dicen. “Dios manda esta alegría y este amor de todes”, dice la mamá de unos 45 años. Dos chicos con carteles pegados a sus torsos decían que son portadores sanos de VIH: “Negativo no contagio”. Jay Mammon, Nikka Lorach y Mariana Genesio Peña no paraban de sacarse fotos con la gente que les decía “gracias por ayudarnos”. Un vendedor de cerveza me dice si soy el de la tele que “tiró todo hace poco para afuera” y se saca una foto, por las dudas. Un grupo del oeste que canta furioso “se va, se va, se va” y “no se pudo, no se pudo”, al lado de los pibes PRO por la diversidad. Se miran. Se ríen. Se convidan cerveza. Se abrazan y se dicen “aguante el orgullo”.

Por eso se macha. Porque la clandestinidad obligada no tiene luz ni paz. Porque Buenos Aires pudo sacar con orgullo y con el trabajo de las organizaciones heroicas LGTBIQ a la calle a miles, pero miles miles, hombres y mujeres que reclaman respeto e igualdad, derechos y dignidad.

La única discriminación que debe ser considerada es la positiva. La que impone destacar algo tan natural e individual como enamorarse de una persona del mismo sexo, para que esa discriminación, ese “aquí estoy como me ven”, surta efecto pedagógico en el colectivo todo que se resiste, en parte pero resiste, a que la diversidad es mucho más rica que el uniforme del “debe ser”. Esto es la marcha del orgullo: una discriminación positiva, asignarle un día arbitrario, para que se aprenda de todo lo que se hace segundo a segundo, día a día, mes a mes, año tras año.

La marcha fue dionisíaca. No sólo por la belleza de la exhibición orgullosa sino por el clima de fiesta. Fiesta de encuentro, de abrazos, de roces, de grito compartido, de existencia liviana y gozosa, de un rato universal de conciencia de lo posible. Fiesta. Es que estar orgulloso de uno, sin más que eso, es fiesta.

¿Por qué marcho? Porque no tendría derecho a no hacerlo. Si es que creo, como me pasa, que la libertad no es una utopía de bronce sino caminar, paso a paso, codo a codo con el que por cualquier motivo fue raro, puto de mierda, trola, degenerado o enfermo. Por cada insulto, por cada dolor inferido, se marcha.

“Amá siempre”, me grita en el oído una mujer adulta, muy adulta, maquillada entera con pintura multicolor y con una corona de luces en su cabeza. “Amá siempre, chabón, como yo la amo a ella”, me dice otra vez abrazando a su esposa y llorando con la angustia de la alegría atrapada después de tanta pelea.

Por eso se marcha. Para amar siempre. Nada menos.

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