A finales de la década del 50, Antonio Berni imagina y le da vida a Juanito Laguna, el hijo de un peón de la metalurgia que crece entre la pobreza del bañado de Flores, en uno de los barrios más miserables del arrabal bonaerense. Su madre, Ramona Montiel, es joven y bella. A diferencia de Juanito, Ramona se deja seducir por el lujo cuando se convierte en la amante protegida de un poderoso círculo de amigos influyentes. Con la saga de Juanito Laguna, Berni profundiza su crítica social a partir de un personaje que, combinando el pop con el realismo expresionista, logra convertirse en un símbolo de la niñez en las villas miseria de las grandes ciudades. Antonio Berni anticipó varias décadas a Braian Gallo, el joven discriminado en redes sociales por su vestimenta cuando se desempeñaba como autoridad de mesa en Moreno. La iconografía de Berni hoy se pinta con gorro y campera de tres tiras.
Braian-Juanito trabaja en una cooperativa que sanea arroyos y ayuda como voluntario del Club de Fútbol Casa 2000. Llegó a las oficinas de la calle México acompañado de su mamá y su hija poco después de que el presidente electo, Alberto Fernández, escribiera en su cuenta de Twitter: “El país que se viene va a dejar atrás los prejuicios y la discriminación. Todos somos Braian”. “Nos cagamos de risa un rato cuando se puso la gorra. Es un orgullo haber estado ahí. Nadie mejor que él que te diga que te va a ayudar”, expresó por su parte Braian tras el encuentro con el futuro primer mandatario. Este caso escenifica una línea de fuerza que subyace en la grieta y que permite desdoblar y sopesar lo que contiene, expresando políticamente una división de orden social.
Los más correctos se refieren a Braian como “el chico discriminado”. Mientras, él experimenta el rechazo en su cotidiano y sabe que su aspecto representa una amenaza para otro segmento de la población. Su lengua también es distinta, es la lengua de los barrios más desplazados. Es la foto misma del crecimiento en la pobreza. Es la historia de Diego Armando Maradona en Villa Fiorito o de Carlitos Tévez en Fuerte Apache. También son parte de este universo, para el que no se producen mecanismos de integración y mucho menos de ascenso.
El propio Braian explicó en un móvil televisivo que muchos de sus amigos hoy se encuentran “privados de su libertad”. Este es el destino de muchos de los chicos de los sectores más carenciados, familiarizados tanto con las instituciones carcelarias como con la muerte joven. Cárcel y muerte no es un destino excepcional, sino la maquinaria que funciona para reducir a los bolsones de pobreza que la propia sociedad produce.
El ensayista Christian Ferrer con su retrato crítico de la vida y la obra de su colega Ezequiel Martínez Estrada podría servir como epílogo de este nuevo episodio en la serie de Juanito: “El cuadro de lo que no cambió es el juego del odio y la frontera. El indio (odioso obstáculo para los negocios) es expropiado de sus tierras; el gaucho sabio y libre es reducido a peón de campo como corolario de una fulgurante modernización de la valorización agraria. Y si la frontera ha sido reabsorbida, no ha desaparecido, sino que ha transmigrado, junto al odio, a la villa miseria, a los arrabales, a los asentamientos y a otros bordes”.
“Discriminado por villero”, indicó algún medio con claridad. La Argentina está llena de Braian, que condensan, materializan y manifiestan una idea que flota en el aire: vuelven los villeros. Esta, como la de Juanito, es una historia que merece ser contada.
La autora es magister en Comunicación y Cultura, UBA. Docente. Directora de la consultora de investigación Trespuntozero