No es para mal de ningune, sino para bien de todes

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Quizás llego tarde, porque lo que abunda entre nosotros es gente despierta. Y como no leo las noticias todos los días, a lo mejor me perdí una declaración que ya anticipó esta modesta reflexión mía. Hecha esta salvedad, digo que ha llegado la hora de reescribir el Martín Fierro. Como están las cosas, hoy por hoy, muchos de los versos de José Hernández son políticamente inaceptables. Por ejemplo, el 469: “Y cuando se iban los indios / con lo que habían manotiao /salíamos muy apuraos / a perseguirlos de atrás / si no se llevaban más / es porque no habían hallao.

Nada de “indios”, por favor. Hay muchas variantes, que podrán alternarse de acuerdo a las necesidades de la rima. (Si es que esa rémora literaria sigue siendo significativa.) Pero no quiero irme del asunto: ¡nada de “indios”! Habitantes primigenios, oriundos de la tierra, nativos ancestrales. O lo más directo: pueblos originarios. Luego, eso de “manotiao”… Hernández se hace cómplice de la injuriosa creencia de que esa pobre gente robaba. Nada más alejado de la realidad. Lo que hacían era responder a la innata curiosidad que despertaba en ellos la odiosa exhibición de toda clase de objetos, que como cruel provocación ostentaban los habitantes de los poblados.

Lo antes posible, por favor, modifiquemos también el 482: “No salvan de su juror / ni los pobres angelitos / viejos, mozos y chiquitos / los mata del meso modo / que el indio lo arregla todo / con la lanza y con los gritos. ”Tengamos piedad de don José. Seguramente influenciado por las operaciones culturales, ha caído en la trampa y confunde inocentes rituales, llenos de gracia y movimiento, con supuestas agresiones. Pero él mismo lo confiesa: los gritos lo han despistado.

Pero inocente o no, el autor del Martín Fierro vuelve a modificar la verdad histórica, cuando escribe en el 511: “Hacían el robo a su gusto / y después se iban de arriba / se llevaban las cautivas / y nos contaban que a veces / les descarnaban los pieses / a las pobrecitas, vivas”.

Imagino lo inaceptable que para muchos sectores de nuestra sociedad resultan hoy estas otras líneas, a partir del 595: “Y son, ¡por Cristo bendito! / los más desasiaos del mundo, / esos indios vagabundos, / con repugnancia me acuerdo, / viven lo mismo que el cerdo / en esos toldos inmundos”.

Solamente una visión elitista como la de José Hernández puede desconocer el valor de la idiosincrasia de cada pueblo. Prisionero de su modelo cultural, pretendía que los indi… ¡perdón!…, los pueblos sojuzgados tuviesen el mismo hábitat que el escritor.Mal escritor, venimos a descubrir ahora.Porque también hemos sido víctimas de un lavado de cerebros que lleva décadas, en una monumental operación de manipulación cultural.En mi caso, en las clases de Literatura que dictaba el profesor Tévere, en aquella escuela secundaria del barrio de Flores ubicada en la calle Ramón Falcón. Ahora que lo escribo, me doy cuenta de la complicidad de los ediles municipales que bautizaron las arterias de la ciudad. Deberían cambiar ese nombre.En fin, la escuela estaba casi esquina Membrillar. A ésta sí, pronto le van a cambiar el nombre, acuérdense lo que les digo. Al profesor Tévere le decíamos “el tano”. Admito con vergüenza que no era nuestro único rasgo discriminatorio: entre los compañeros estaban “el gallego” Sánchez y “el ruso” Berman. Éramos unas bestias.

Pero bueno, qué otra cosa podíamos ser si en el presunto libro máximo de los argentinos, leíamos:“El indio la sacó al campo / y la empezó a amenazar / que le había de confesar / si la brujería era cierta / o que la iba a castigar / hasta que quedara muerta. / Llora la pobre afligida / pero el indio, en su rigor / le arrebató con furor / al hijo de entre sus brazos / y del primer rebencazo / lo hizo crujir del dolor. “Y no contento con eso, agregó:“Que le gritó muy furioso / confechando no querés / la dio vuelta de un revés / y por colmar su amargura / a su tierna criatura / se la degolló a los pies”. Nos han hecho creer que estas fantasías eran la barbarie.Reaccionemos. Hay que reescribir el Martín Fierro antes de que sea tarde.Y espero que los admiradores de José Hernández no se enojen por esta crónica: no es para mal de ningune, sino para bien de todes.

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