Todas las encuestas dicen que el 27 de octubre ganará el Frente de Todos por amplísima diferencia, un piso de 15% que hace inapelable cualquier cuestionamiento. Kirchneristas, peronistas más tradicionales, renovadores, aliados ubicados más a la izquierda, lograron ponerse de acuerdo en una coalición que nadie sabe cómo podrá convivir, en caso de que se confirmen los pronósticos, pero que no deja de generar asombro sobre todo en las grandes capitales del mundo, que no pueden comprender la sorprendente vigencia del peronismo.
Por cierto, tampoco es sencillo para los argentinos explicar la persistencia de una fuerza política que tuvo la capacidad de transformarse a lo largo de las décadas en cualquiera de las máscaras posibles. Pasando de ser anticomunista a incluir al PC en sus filas, de golpista a respaldar enfáticamente a la democracia en los aciagos días del desafío carapintada, de antiliberal a menemista, de promover la amnistía a los militares involucrados en la represión ilegal a fomentar una política de derechos humanos más cercana a la venganza que a la justicia, como muy bien lo puntualizara el fallecido fiscal de las Juntas, Julio César Strassera.
El peronismo es una manera de ser argentinos para exculparnos de cualquier cosa o, quizás, la única manera avalada por la intensa mirada.... peronista.
Ser peronista es estar incluido en la densa familia argentina, con odios que llevan a asesinar al hermano, y amores que aseguran la protección, aún cuando la justicia te persiga por delitos aberrantes. Bajo ese sistema de creencias, un radical que a un peronista le cae bien, “debería ser peronista”. Y cualquier crítica se acalla cuando alguien dice: “soy peronista”, algo así como el carnet de pileta para ingresar al club argentino, que no tiene las restricciones del Jockey Club Argentino pero, igual, solo podés entrar si te lleva alguien que pertenece.
Como lo prueba la historiadora María Sáenz Quesada en su último libro 1943. El fin de la Argentina liberal, el peronismo no surgió en 1945, sino con el golpe del 4 de junio, momento en el que el grupo de oficiales GOU se apura a hacerse del gobierno, ante la inminencia de que la Unión Nacional o Democrática ganara las elecciones que ya estaban convocadas para setiembre.
El protoperonismo no pudo esperar tres meses para que la población se pronunciara y diera inicio a una nueva era de democracia sin fraude, con buenos recursos económicos y el viento de cola que supondría la victoria de los aliados, que en enero de ese año ya empezaba a delinearse.
“Los golpistas de 1943, tomando en cuenta la falta total de popularidad del gobierno de Castillo y la inminencia de las elecciones presidenciales, en las que el candidato oligárquico Robustiano Patrón Costas seguramente sería derrotado por la conjunción de fuerzas democráticas denominada Unión Nacional, que en su programa se proponía revertir todo lo realizado hasta entonces, los golpistas decidieron voltear dicho gobierno”, testimonió el dirigente e historiador del PC, Leonardo Paso (Vorovisky), según consignó Sáenz Quesada.
Con talento, porque la Segunda Guerra Mundial no estaba aún definida, el GOU diseñó un primer gabinete golpista dividido en partes casi iguales entre aliadófilos y germanófilos, que más bien logró confundir a la ciudadanía de entonces, al punto que varios sectores democráticos creyeron que se proponían terminar con el fraude.
Pero, con el avance del tiempo, a pesar de que era claro que el Eje iba indefectiblemente a la derrota, el gobierno golpista se fue haciendo cada vez más favorable al lado malo del mundo de entonces, seguramente por las ventajas que obtenían de parte de Alemania en materia de compra de alimentos y dando la bienvenida a las inversiones que llegaban de empresarios alemanes que abandonaban sus posiciones económicas europeas para protegerlas en el lejano sur.
Sáenz Quesada puntualiza que “el movimiento de junio se proponía llevar adelante algo más que un golpe de Estado tradicional que convocara a las urnas al poco tiempo. Su intención era modificar profundamente a la sociedad, a fin de extirpar de raíz el régimen ‘oligárquico, liberal y antipatriota’. Esta voluntad se reflejaba en la modalidad que asumieron las intervenciones en las provincias y en las universidades, en el control riguroso de la radio y de la prensa, en la prohibición de la actividad política partidaria”.
De paso, no está de más contar que la historiadora demuestra el interés temprano que tenía Perón por inventar relatos (lo que definitivamente aprendió en su viaje de dos años por el lado Eje de Europa), haciéndose publicar un reportaje en la revista Ahora, que dio en sus oficinas de Viamonte y Callao, (sede de la inteligencia del Ejército, de la que ya era jefe), donde dio una versión del 4 de junio que nunca pudo ser verificada.
En su libro 1943, Sáenz Quesada reprodujo unas declaraciones del economista estadounidense Paul Samuelson: “Si alguien hubiese preguntado en 1945 ¿qué parte del mundo espera usted que experimento el más dramático despegue económico en las próximas tres décadas?, probablemente yo hubiera dado una respuesta parecida a la siguiente. La Argentina es la ola del futuro”.
Haber llegado a ser Premio Nobel de Economía en 1970 no evitó que la errara tan dramáticamente en el diagnóstico. Por cierto, no es el único que se dejó entrampar por las chances de la Argentina, quizás una de las pocas naciones donde la ola se empecina en ir hacia atrás.