Perrerías

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Rafael Bielsa
Rafael Bielsa

Por entre sus dientecitos ocres, reparados por la cirugía estética (la anomalía se llama diastema o “diente doble”), asoma la lengua mellada de Horacio Verbitsky, el hijo del gran escritor Bernardo, quien acuñó para la desdichada realidad aumentada de la pobreza, la feliz -por gráfica- expresión “villa miseria”. Esta vez, es para tildarme de “empresario de AA2000” (tweet del 04/09/19).

Primero, la refutación. ¿Yo empresario? Carezco en mi patrimonio (debidamente declarado), de una sola y mísera acción, no sólo de AA2000, sino de ninguna otra sociedad, sean estas de propiedad de Eduardo Eurnekián, o de cualquier otro llamado “empresario” con propiedad, ni aquí ni en el mundo entero.

En cuanto a AA2000, dejé su Presidencia de abril de 2017, o sea hace dos años y medio, merced a los buenos oficios del Ministerio de Transporte de la Nación, o al Santo Oficio de la repartición susodicha.

Estoy a cargo (en ejercicio) de la Presidencia de la Corporación América, empleo que supone un alejamiento absoluto de las cuestiones operativas de las empresas relacionadas con la matriz, dado que se trata de un “trabajo”, no de una “inversión”. No es necesario saber de administración para, al menos, intuirlo. Sí se requiere de buena fe. O de profesionalismo respecto de la información que se propala.

En cuanto al trágico suceso (que se llevó la vida de José Bulacio, el capataz de los aparejos que se derrumbaron en la nueva terminal del Aeropuerto de Ezeiza), que está siendo debida y concienzudamente investigado por un juez de la Nación, existen empresas subcontratistas, contratistas, empresa contratante, órganos de control internos y externos y Ministerios, todas ellas entidades ajenas a las tareas de las que soy y me hago responsable.

¿Cuál es, entonces, la razón por la cual alguien, excepto el mencionado maledicente, habría de mencionarme en un lacónico tweet con un contenido mentiroso? Al fin y al cabo, tampoco nadie mencionó al señor Martínez o al señor Pérez, minuciosos contables, empleados como yo de la Corporación, a cargo de la llevanza de los números.

Es que el apodado (también felizmente) “Viboretzky”, ingenioso alias -por descriptivo-, cada vez que fui funcionario o pretendí serlo (desde Canciller a candidato a Gobernador), su lengüecita hizo su entrada con pretensiones triunfales en el escenario. No recuerdo ninguna en que haya dicho algo veraz a mi respecto.

En cuanto al juicio personal que le merezco, está en todo su derecho de poseerlo y de hacerlo público. A lo que no tiene derecho es a caracterizarme como quien no soy y a sugerir cosas que no se compadecen con la realidad.

Tampoco es necesario ser abogado para saber de responsabilidad a un nivel tan elemental. A quien escribe, que tanto se ha dedicado con prosa de plantígrado a la materia, no le haría nada mal una temporada en la Facultad de Derecho, que dista de ser el infierno que tanto teme.

La Argentina es un país que vive celebrando una misa de cuerpos presentes: nadie termina su vida, nadie es sepultado, nadie puede vivir. Con su recurrente mecanismo de invertir las mentiras y convertirlas en inversión a futuro, H.V. es el absceso, que ni remite ni madura.

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