Educación: cuando los dogmas se convierten en anclas

(Foto: IStock)

Las escuelas, al igual que otras casas de estudio, son acuerdos institucionales concebidos para un contexto de época particular, refinados en su práctica durante décadas y siglos, y convertidos en dogmas. Los dogmas son problemáticos, pues se aceptan colectivamente como verdades reveladas, aunque se demuestren ineficaces para cumplir su mandato fundante, y con el tiempo se rodean de profesionales defensores de su práctica. No todos los dogmas derivados de acuerdos institucionales son ineficaces, pero cuando lo son, modificarlos resulta un problema serio y una tarea trabajosa de final incierto. Los dogmas tienen la dual capacidad de, por un lado, enlazar con naturalidad prácticas y creencias actuales con una tradición e historia particular. Pero, por otro lado, esos mismos dogmas también pueden asfixiar de ideas e impulsos reformistas a quienes se atreven a observar algunas inconsistencias entre la práctica que los sostiene, el contexto que los aloja y los problemas que permanecen.

En los últimos 25 años, el mundo cambió de una manera drástica, dejando desactualizados, entre otras cosas, procesos colectivos de producción y transmisión de conocimiento con larga tradición de práctica. Lo que antes se aprendía casi exclusivamente en las escuelas o dentro de un aula, ahora se puede aprender desde un smartphone con un click a través de tutoriales de YouTube mientras se está en la playa escuchando el sonido de las olas, en la tribuna esperando el inicio del partido, o en la Metrobús yendo de aquí para allá. Dicha transformación repentina y radical ha puesto al sistema educativo de Argentina y de la región en crisis. Nunca antes el sistema recibió tantos fondos públicos, tanta normativa y atención, y nunca los resultados agregados de aprendizaje fueron tan pobres. Con algunas escuetas excepciones, de países en la región y de jurisdicciones en nuestro país, así lo indican las pruebas PISA, los operativos de medición de aprendizaje que la UNESCO realiza regularmente sobre los sistemas educativos de la región, y también los propios procesos de medición impulsados por cada país.

Innovar en educación, en este contexto de época y ante este panorama de resultados agregados de aprendizaje, no es una opción sino un mandato de la clase dirigente, en particular de los dirigentes políticos que crear políticas educativas. Lograr aprendizajes de calidad a escala en la región para un mundo dinámico, hiperconectado y de cultura digital es la acción colectiva más estratégica que pueda emprender una Nación en la actualidad. Es necesario pensar nuevos procesos, sistemas y formatos que acerquen a esta época novedosa y desafiante con la acción política de construir ciudadanía y estabilidad en un mundo incierto y cambiante. El actual sistema no está diseñado para graduar hombres y mujeres de paz, para un mundo en transformación y discutido a los gritos, así que debemos pensar un formato diferente. La escuela no debe ocuparse simplemente de graduar ni de titular, como máximo aspiracional, sino de preparar para la vida adulta y para el mundo del trabajo. Y mientras no lo haga, o prepare para un mundo inexistente, hay que repensarla, aunque ello nos enfrente con los dogmas y, más importante aún, con los dogmáticos de turno.

Además de nuevas ideas, son necesarios nuevos liderazgos, personas con capacidad para e intensión de impulsar un proceso tan complejo, pero tan necesario e ineludible a la vez. El liderazgo siempre ha sido una competencia clave para comandar organizaciones y procesos complejos, así que no estamos diciendo nada original en este sentido. Sin embargo, para este momento particular de la historia, es necesario alentar la emergencia de líderes más positivos, fundadamente optimistas, humanos y con capacidad de escucha, sensibles y pacientes pero firmes, entusiasmados con la época y amigados con las tecnologías de la información y las comunicaciones. Y atención, que la jerarquía formal en este debate e intríngulis no necesariamente acredita condiciones de liderazgo, a pesar de que la sociedad suele realizar erróneamente esa asociación. Un ministro puede ser excelente en su función sin llegar a ser nunca un verdadero líder, de la misma manera que un sencillo docente puede ser un enorme líder, sin nunca llegar a tener una jerarquía de autoridad superior a la de ese cargo.

El liderazgo crea espacio de interacción únicos, ya que acepta y alienta la participación de todos. También crea equipos de trabajo únicos, ya que transfiere responsabilidades con confianza y alienta a otros a hacer, celebrando logros intermedios y convirtiendo errores en aprendizajes colectivos. Finalmente, el liderazgo crea impactos y resultados que sirven y perduran, desacreditando construcciones dogmáticas cerradas en sí mismas.

La educación puede ser el mejor aliado de una Nación en su camino hacia la cuarta revolución industrial, peor también puede ser su peor talón de Aquiles. Son los dirigentes quienes tendrán que dilucidar cómo resolver este intríngulis, asumiendo con confianza y generosidad la tarea de liderar una transformación clave, ya adentrados en el siglo XXI.

En el sistema educativo es necesario hacer frente a dogmas que actúan como anclas, y a dogmáticos de miradas bajas e ideas desactualizadas. Mientras no lo hagamos, seguiremos defraudando a nuestros niños y niños, y arriesgando nuestro proyecto colectivo.

El autor es presidente de la Asociación Civil Educación 137.