Quiero empezar aclarando una cosa. Decidí rescatar dos hechos históricos que tienen que ver con el líder más importante que dio nuestra aún joven democracia, Raúl Alfonsín, porque advertí que hay un nuevo intento del peronismo de apropiarse de su enorme figura. La mezquina jugada provino de los mismos que negaron su legado en materia de Derechos Humanos, de quienes se sintieron dueños de la Historia y no dudaron en reescribirla a su antojo.
Pero mi ánimo no fue polemizar en términos personales con quien es candidato a presidente del peronismo, Alberto Fernández. Sólo le remarqué dos hechos que están documentados por todos los diarios para poner de manifiesto que, si bien hoy muchos kirchneristas rescatan valores que inculcó a todos los argentinos el ex presidente Alfonsín, en su momento, cuando fueron gobierno, no siempre tuvieron actitudes gentiles para con él.
El primer hecho sucedió en 2004, cuando Néstor Kirchner, escoltado por Alberto Fernández en la ESMA, dijo que la democracia tenía una deuda a la hora de juzgar y condenar a los responsables de la represión durante la dictadura. Pocas cosas le dolieron tanto a Alfonsín como aquellas despiadadas palabras que intentaron borrar de la historia y de la memoria colectiva el Juicio a las Juntas Militares.
El segundo hecho parece una anécdota menor, pero haberla recordado fue lo que parece haber molestado más a Fernández. En 2006, el doctor Alfonsín y un centenar de dirigentes radicales no pudieron ingresar a la Casa Rosada a dejar una ofrenda floral en el busto de Arturo Illia, a 40 años de su derrocamiento. El homenaje debió hacerse en la calle.
En vez de reconocer aquellos errores, retrospectivamente, Fernández escogió atacarme en términos personales. Su actitud destemplada denota una carga de soberbia que no es aconsejable para nadie que desee conducir una Nación. Después de tantos años de fracasos económicos, los argentinos precisan que la política se ponga de acuerdo para impulsar una agenda que nos permita salir adelante y desarrollarnos. Ser moderado no puede ser sólo una promesa de campaña. La moderación se ejercita todos los días.
Yo no soy un paracaidista en la Unión Cívica Radical ni fui un arrimado en la vida política del ex presidente. Tuve el enorme orgullo de conocerlo a Alfonsín, de militar junto a él desde mis 17 años. Fue él quien me impulsó a ser Vicegobernador de Córdoba en 1987. Con él tuve muchas discusiones, porque los radicales no obedecemos a nadie ciegamente. Pero el vínculo entre ambos siempre fue rico y respetuoso. Él nos enseñó dos cosas fundamentales: no mentir y no robar.
Ayer Fernández me acusó de mentir por recordarle aquellos dos maltratos que realizó el gobierno de Néstor Kirchner a don Raúl. Sus palabras fueron más allá: dijo que yo le mentí a los radicales para entregar el partido. Nada más lejos de la realidad. La UCR no define sus estrategias partidarias en una pieza con la luz apagada. En 2015, en una histórica Convención Nacional que se realizó en Gualeguaychú, decidimos conformar Cambiemos para frenar el populismo que el propio Alberto Fernández caracterizó como “deplorable” y “patético” cuando se refirió públicamente al último gobierno de Cristina Kirchner, hoy su mentora y compañera de fórmula.
Los radicales volvimos a ratificar la alianza Cambiemos este año, con más votos en Parque Norte que en la Convención de Gualeguaychú, porque las banderas que Alberto Fernández dice que hemos arriado están bien altas. La ética de la UCR nada tiene que ver con la corrupción, la impunidad, el “vamos por todo”, la cooptación del Poder Judicial, el silenciamiento de quienes piensan diferente y cualquier otra práctica contraria a los valores republicanos.
Sería recomendable para quien quiere ser presidente de la Nación que antes de meterse en la vida de otra fuerza política mire primero cómo están las cosas dentro de su partido, donde hasta ahora sólo puede decirse que hay un acuerdo precario sostenido en pos de llegar al poder. Ser candidato no es sólo hacer equilibrio entre tantos intereses en tensión. Sin ir más lejos, esta última semana, tres figuras de su espacio lanzaron polémicas frases que describen qué tipo de sociedad intentarán diseñar de llegar nuevamente al gobierno. El ex presidente de la Biblioteca Nacional, Horacio González, pidió rever la historia de los años ’70 para rescatar el rol de la guerrilla. La presidenta de Justicia Legítima, Cristina Caamaño, pidió una reforma del Poder Judicial vía reforma de la Constitución. La candidata a Vicejefa de Gobierno porteño, Gisela Marziotta respondió al pasar que quiere una Conadep del periodismo.
Los argentinos tenemos que defender todos juntos el legado de Alfonsín. Digo todos juntos porque los valores que Alfonsín defendió son los que hacen posible la vida en comunidad. Una sociedad no es libre sin verdad, sin justicia, sin paz. La mentira, la impunidad y los enfrentamientos fogoneados desde la cumbre del poder nos deterioran como pueblo.
Alfonsín no es de nadie, es de todos. Quienes coincidan conmigo, entenderán mi dolor al advertir este nuevo intento del PJ de apropiarse de su figura nada menos que en medio de una campaña electoral.
El autor es presidente del bloque de Diputados de la UCR y del Interbloque Cambiemos