La cultura bíblica como proyección para una metodología ética

Múltiples y variadas son las definiciones de la religión. Si bien Edward Tylor la concibe como creencia en seres espirituales, para Durkheim es un sistema compuesto de creencias y prácticas relacionadas con lo sagrado, mancomunando moralmente a todo adherente. Edward Norbeck reduce dicho sistema a ideas, actitudes, creencias y actos referentes a lo sobrenatural, aunque Robert Bellah y Anthony Wallace la definen como un conjunto de actos y formas simbólicas que relacionan al hombre con las condiciones últimas de su existencia; o bien de rituales relacionados con los mitos, motorizando fuerzas supra-naturales con el propósito de lograr una transformación del hombre y la naturaleza. Clifford Geertz define la religión como un sistema de símbolos para establecer estados de ánimo y motivaciones poderosas y perdurables en el hombre, formulando concepciones de un orden general de existencia, revistiéndolas con un aura de factualidad para hacerlas parecer excepcionalmente realistas. Por último, Michael Banton considera la religión como una institución donde las diversas culturas crearon la interacción de hombres y superhombres; y Jan Van Baal analiza la religión como lo referido a ideas o nociones explícitas o implícitas aceptadas como verdaderas y relacionadas con una realidad que no puede ser verificada empíricamente.

Ahora bien, todas estas concepciones de religión han sido fórmulas donde se racionalizaron diversas confesiones, creencias, cultos o actitudes respecto de lo sobrenatural u objetos de veneración, incluyendo ceremoniales habientes de pensamiento mágico. Como correlato de esta simplificación en estructuras que no satisfacen lo religioso, resultó la omisión y hasta adulteración de culturales legales tal como la propia bíblica, y por ende judía, la cual siendo teocéntrica e incluyendo algunas de aquellas características mencionadas, no se determina por ellas, sino por un marco normativo que regula las acciones y actitudes en todos los aspectos de la vida individual y colectiva de forma cotidiana. Este corpus jurídico que abarca lo público, penal y privado, más el cúltico, económico y civil, basado en los preceptos bíblicos y talmúdicos, es llamado en hebreo halajá "conducirse". De hecho, los vocablos hebreos "Torá", significa instrucción, y "dat", ley, aunque hoy se traduce como religión, aunque en el sentido del latino "religo", escrupulosidad, donde "relegere" es leer minuciosamente respecto del saber ritual y cumplimiento de los deberes, opuesto a "negligere", negligencia. En coherencia con su otra acepción "religare", vinculando subordinadamente al hombre con la divinidad cumpliendo con Sus leyes.

Pero es Maimónides quien atendió a la proyección metodológica de aquel sistema nomológico, para la ética del no creyente y como instrumento de transformación del hombre. Y así, en orden a una efectiva conducta ética, debe educarse mente y cuerpo, donde deseos y apetitos deben ser influidos por una fuerza emocional de la voluntad que los someta disciplinándolos hacia la acción moral requerida. Esto acontece en la interioridad psíquica y en la exterioridad del organismo como instrumento de acción. Luego, para educarlo, existen preceptos proscriptivos y prescriptivos prohibiendo u obligando respectivamente determinadas acciones en el quehacer cotidiano.

Fuera entonces del canon intelectualista griego, la cultura bíblico/talmúdica no apuesta a que el razonamiento convenza al cuerpo, por cuanto éste es inasequible por aquel. El cuerpo sólo aprende haciendo, así como el deportista, practicando, más allá de los textos o videos que pudiera haber leído o visto. La única forma de educar el instrumento biofísico es haciéndole ejecutar u omitir acciones, en este caso, el conjunto de preceptos. Tal como se desarrolla en la milicia, donde no se aprende las técnicas de combate mediante el estudio sino efectuándolas. Sería necio ir al combate sin entrenamiento previo, pretendiendo aprender todo súbitamente en la misma acción bélica. La solución es la instrucción, donde se enseña el arte militar adquiriendo sus habilidades en una situación artificialmente creada pero asumiendo que es real. Replicando situaciones y condiciones de guerra, se aprende a actuar y hasta pudiéndose equivocar sin serias consecuencias. Si bien enviar reclutas sin entrenamiento al campo de batalla sería el método más directo y rápido para enseñar el arte de la guerra, lo será sólo para quienes sobrevivan, obteniendo mínimas posibilidades de victoria, incluso supervivencia. Todo adiestramiento enseña conductas haciendo que la persona obre como lo esperado, mediante inhibiciones y obligaciones parciales. Este es el método indirecto más exitosamente probado para desarrollar comportamientos.

Similarmente, el significado metodológico ético del conjunto de proscripciones y prescripciones bíblico/talmúdicas, consiste en disponer el organismo biofísico para la efectiva acción mediante situaciones donde se entrena. Toda proscripción oficia de mandato dirigido a una situación real de conflicto o tentación, mientras que toda prescripción obliga a actuar de forma innecesaria para la naturaleza, imponiendo obstáculos al deseo. Para obedecer los preceptos, debe inhibirse las emergencias pasionales y esto no sucede únicamente estudiando las Escrituras, sino controlándose a sí mismo mediante el entrenamiento, dada la peligrosidad de pretender aprender aquellas conductas esperadas in situ. Desde esta perspectiva, el significado metodológico educativo del código normativo bíblico/talmúdico, es lo que modernamente podría llamarse un entrenamiento ético. Aquél código contiene una variedad de situaciones que exigiendo al hombre sobreponerse a la consecución inmediata de su puntual deseo algunas veces parcial y otras totalmente. Así, tal como el soldado en su adiestramiento debe camuflarse y realizar maniobras como si el enemigo estuviera presente, desarrollando destrezas y habilidades, el observante preceptual también. Con la salvedad que este último también quiebra la mismidad psicológica y orgánica, controlando el egocentrismo, entrenando cuerpo y mente practicando el "no" a ciertas demandas internas y el "si" a otras que no son productos de la naturaleza, cumpliendo dicha finalidad mediante el propio entrenamiento. La obediencia a dichas leyes, entonces, es un ejercicio de conducta, transformando la pulsión mediante el hábito adquiriendo una nueva naturaleza. Quien haya adquirido el hábito de rezar, y en el momento y lugar requerido sus labios se mueven casi inconscientemente pronunciando la liturgia, si bien no es la forma ideal de rezar, indica que los labios han aprendido a rezar por sí mismos, sin la participación consciente del sujeto. El elemento físico se ha habituado a una nueva naturaleza, absorbiendo la guía otorgada por la práctica.

Concluyendo, las prescripciones desarrollan disposiciones físicas para actuar por petición voluntaria fuera del dominio físico y las proscripciones desarrollan mecanismos de inhibición para sobreponerse al dominio de las pulsiones y deseos. Y así cuando la situación de conflicto y tentación deviene verdadera, intensa o grave, lo alcanza a uno disciplinado y con mayores posibilidades de éxito. El hombre ha creado muchos sistemas éticos pero en todos ellos la voluntad que debe regir la conducta es dirigida hacia la socrática demanda de la razón o hacia el kantiano sentimiento del deber, pero siempre permaneciendo el hombre sometido a sí mismo por cuanto son variables naturales. El único sistema, desde la perspectiva ética, donde el valor reside en la conducta del sujeto no condicionada a su naturaleza sino al deber de una Ley trascendente que extrae al hombre de su dominio animal permitiéndole su humanidad, es el bíblico.

Esto no presupone que quien se proponga este entrenamiento logrará cumplirlo cabalmente, sino que su éxito es el propio y sincero esfuerzo en el entrenamiento. No hay atajos, sólo mediante el cumplimiento de la Ley se transformará al hombre y su conducta como unidad psicofísica, alcanzando su destino y llegando al fin de su historia.

Rabino y Doctor en Filosofia. Miembro Titular de la Vaticana Pontificia Academia para la Vida. Premiado con la máxima distinción del Senado Nacional "Mención de Honor Domingo F. Sarmiento" (2018)