Un inexplicable decreto de Macri

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Estuve varias horas intentando comprender qué se le habrá pasado por la cabeza Mauricio Macri, Marcos Peña y Dante Sica la semana pasada cuando, en medio de la crisis socioeconómica más grave desde 2001 tomaron una lapicera y firmaron el decreto 591/19 [N. de la R: referido a importación de residuos]. ¿Se les habrá escapado la tortuga en el vasto océano de su incompetencia, estarán pergeñando algún negociado o en verdad son tan despiadados como para hacer una cosa así en este momento? 

Lo cierto es que, mientras el pueblo hambreado busca en las sobras de quienes todavía pueden consumir algo la dignidad del trabajo, la gerencia macrista facilita la importación de residuos afirmando que "resulta innecesario un certificado de origen que acredite la no peligrosidad de los mismos". Así, como leés. Vamos a gastar las pocas divisas que nos quedan para que algunos socios del Gobierno puedan importar alegremente la basura del primer mundo. Tal vez estén buscando que Standard & Poor's ascienda a la Argentina de categoría "patio trasero" a la de "basural clandestino".

Me pregunto si cuando Miguel Ángel Pichetto reclamaba menos cartoneros y más mercado libre promovía este ingenioso emprendimiento de importar sin restricciones residuos que ningún país medianamente civilizado aceptaría ni regalados. ¿Se puede ser tan "basura" o son simplemente estúpidos? Tal vez la mejor teoría la haya aportado ayer Cristina Fernández en La Plata: acceden a todo lo que le piden sus amigos empresarios sin el más mínimo criterio de responsabilidad política, social, económica o ambiental.

Tal vez crean que cuando los fabricantes de papel, plástico y cartón reemplacen por basura Made in USA los residuos sólidos urbanos que recuperan los trabajadores cartoneros llegará algún inversor benéfico a montar un emprendimiento de e-commerce para las decenas de miles de familias despojadas de sus fuentes de trabajo. Tal vez crean que los trabajadores van a quedarse en la villa de brazos cruzados sobreviviendo con un miserable plan social y un bolsón de mercadería berreta que además viene sin leche. 

Porque, para colmo, el Gobierno no entrega leche a miles de comedores y merenderos comunitarios desde las elecciones. ¿No me creen? Pregúntenle a las iglesias y ONGs que están sufriendo el mismo desabastecimiento que las organizaciones sociales. ¿Estarán acaso castigando a la gente por no votarlos? Cuando preguntás en las oficinas de Desarrollo Social qué está pasando, te dicen que los proveedores se borraron y que el procedimiento administrativo tarde mucho. El Presidente tiene tiempo para firmar la importación de basura pero no la emergencia alimentaria. No entienden el drama que atravesamos y están creando la más grave de las inseguridades. Les está robando el pan a los pibes. 

De esto no se sale con asistencia, se sale con trabajo, dirá algún sesudo teórico de lo obvio. Este gobierno tiene el destacado mérito de haber destruido la cultura del trabajo en todos los sentidos posibles. En primer lugar, destruyendo el empleo registrado del sector privado que cayó abruptamente en los últimos tres años. En segundo lugar, anulando de facto el sentido constitucional del salario: garantizar la dignidad humana. Aún con el aumento miserable decretado unilateralmente por el gobierno, el salario mínimo sigue debajo de la línea de indigencia y representa menos de dos dólares por día para cada integrante de la familia. Son cifras subsaharianas.

Un militante podrá comerse cada tanto alguna "s" como afirma el destacado pedagogo Finocchiaro pero millones de argentinos no tienen para comer ni un plato de guiso sin carne. Entre ellos, las principales víctimas del descarte son las dos puntas de la pirámide demográfica que el Papa Francisco señala como la fuerza de un Pueblo: los niños que habitan las escuelas que se caen a pedazos y los ancianos a los que descaradamente prometieron una reparación histórica mientras les sacaban los medicamentos. No hablemos ya de una crisis social entonces, hablemos de una crisis humanitaria.

Nuestro pueblo pobre es bueno y paciente. En las movilizaciones sociales jamás se agredió a un periodista a diferencia de aquellas hordas revanchistas azuzadas desde la Rosada que destilan odio de clase a cada paso. Los movimientos populares soportan descalificaciones totalmente naturalizadas de aquellos que luego se escandalizan frente a cualquier aspereza verbal. Las madres pobres soportan los faltantes de leche con una mansedumbre que ningún ahorrista toleraría si faltaran sus dólares. 

Nuestro pueblo es bueno y paciente, pero la paciencia social se agota al mismo ritmo que las reservas. La bronca crece en los barrios a la misma velocidad que el precio de los alimentos. El hambre no entiende de cronogramas electorales ni de los buenos modales que exigen los malos gobernantes. El Presidente es responsable de garantizar la alimentación de las familias pobres, el derecho de los trabajadores, los haberes de los jubilados, las reservas del banco central, los fondos de los ahorristas y la soberanía ambiental del país. 

Firmar el decreto 591 es como tirar otro bidón de nafta en el fuego que amenaza con incendiar la Argentina. A veces me pregunto si Macri no será un Neroncito posmoderno. Cuenta Tácito en los Anales que el emperador Nerón, después de incendiar Roma, buscó en los cristianos el chivo expiatorio de semejante calamidad. Los persiguió cruelmente con falsas acusaciones, les arrojó a sus perros para que le desgarren el pellejo y pretendió distraer al pueblo romano con el espectáculo de la crueldad. No lo logró. Terminó su mandato traicionado por su propia guardia pretoriana y las élites que lo habían adulado. Sin embargo, aún en el minuto final, Nerón seguía echando culpas y cantando su propia alabanza. 

Espero que Macri no siga cometiendo los errores que podría evitar con menos de orgullo de patrón y más de conciencia histórica. Que Dios le ablande el corazón para que deje de castigar a nuestro Pueblo, termine su cacería de culpables y logre finalizar su lamentable mandato en paz. Este deseo, que es sincero y profundo, de ninguna manera implica abjurar de nuestras convicciones o abandonar la lucha por tierra, techo y trabajo. Mucho menos dejar de exigir el pan cotidiano de nuestra gente. 

Falta mucho para el 10 de diciembre, demasiado. El camino no será sencillo y los peligros que acechan a nuestra Patria numerosos. Mauricio Macri debe comprender que para él ya todo está perdido: nadie lo recordará como gran estadista republicano, un liberal moderno, el victorioso héroe de la batalla épica contra el populismo, el reformador que trajo a las pampas el American Dream. Detrás del glamour del poder y la burbuja mágica que él mismo creó siempre fue, simplemente, Macri. Tiene, sin embargo, la posibilidad de redimirse un poco del tremendo daño que ha hecho. Debe realizar un último acto de responsabilidad: cambiar el bidón de nafta por un vasito de leche.

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