*El autor es periodista y asesor de contenidos en redes sociales de la Presidencia de la Nación
La columna de Julio López, publicada en Infobae el miércoles, abunda en imprecisiones, atribuciones equivocadas y fuentes fantasma. Como el autor opina directamente sobre mí y sobre mi trabajo, me gustaría aprovechar la oportunidad no exactamente para responderle, sino para reflexionar sobre la tentación en la que a veces caen los análisis como el suyo, que creen encontrar causas en hechos aislados a los que encadenan como si fueran historias coherentes, cuando son apenas una ilusión.
En el libro del Premio Nobel Daniel Kahneman "Pensar rápido, pensar despacio" hay un capítulo titulado "La ilusión de entender". Por distintas circunstancias lo leí varias veces, ya que con frecuencia me encuentro con situaciones en las que aparece la ilusión de entender. Aparece en la prensa, en los consultores, en los encuestadores, en los politólogos, en los economistas, en los meteorólogos, en los testigos de un accidente en la calle… pero también en nuestra propia narrativa personal, cuando nos contamos a nosotros mismos las cosas que nos pasan alterando las piezas para reubicar acontecimientos inconexos de una forma lineal que parece tener sentido. La motivación siempre es alcanzar una narración tranquilizadora que nos haga sentir que tenemos el control, una historia que haga menos amenazador el caos de la vida y que, en lo posible, reduzca nuestra responsabilidad ante los hechos. La ilusión de entender produce tranquilidad porque simplifica y da sentido a aquello que podría no tenerlo, o cuya complejidad escapa a las capacidades humanas. Dice Kahneman: "Las historias explicativas que la gente halla convincentes son simples; son más concretas que abstractas, otorgan significado al talento, a la estupidez y más a las intenciones que al azar, y se centran en unos pocos acontecimientos llamativos más que en otras incontables cosas que no llegaron a suceder. Las buenas historias proporcionan una explicación coherente de las acciones e intenciones de las personas".
Algo así es lo que hace López en su columna. Une organizaciones distintas (Juntos por el Cambio con las redes del Presidente), épocas distintas (una conferencia de 2016 con la elección de 2019), una metodología de análisis de datos (big data) que las redes del Presidente no usan porque no hacen publicidad de ningún tipo (y por lo cual no se analizan ni en grandes ni en pequeñas cantidades datos de usuarios, territorios, o gustos personales) con la campaña publicitaria de los candidatos -semejante a la que hicieron todas las fuerzas políticas- que, como sucede con toda la publicidad del mundo, es sí segmentada por territorios y poblaciones específicas, lo que hace que sea más efectiva que cualquier otra, como demuestran los números de la distribución de la pauta publicitaria mundial.
Finalmente, López usa un anecdotario equivocado que me atribuye una autoridad sobre las redes que no tengo, porque soy solo una parte de un gran equipo que toma infinidad de decisiones consultando, dudando y arriesgando en equipo.
Pero contar estas especulaciones públicamente, enlazando eventos inconsistentes que poco tienen que ver entre sí, atribuyéndose al mismo tiempo conocimientos superiores a los de los demás que le darían la autoridad para unirlos y darles sentido, y luego compartir esas ilusiones con los lectores no es algo gratuito, eventualmente esa versión distorsionada podría ser la que quede como la historia verdadera, cuando es falsa. Las cosas no funcionan así. La historia que se contó en esa columna no es la verdad, es una ilusión de entendimiento.
Como todos los analistas retrospectivos, López tiene derecho a fantasear y a especular, aunque se equivoque. Pero hay un punto que me gustaría aclarar particularmente, y es el que dice:
"Julián (Gallo) se enamoró de la figura de Macri, su cliente y nuestro Presidente. Y ya sabemos qué ocurre cuando el director de la película se enamora de la primera actriz… toda la película se va al demonio"
Como dije, soy parte de un equipo integrado por profesionales y talentos muy comprometidos con su tarea. Tomamos la comunicación del Presidente con la responsabilidad que eso significa. Podemos cometer errores porque muchas veces avanzamos sobre "terra incógnita", espacios verdaderamente desconocidos por la comunicación hasta hoy, que obligan a correr riesgos. Puedo aceptar las deformaciones que produce la ilusión de entender, y hasta comprender la necesidad de una narrativa tranquilizadora sobre un hecho complejo. No acepto, en cambio, la ironía, el desdén y la subestimación del trabajo del equipo de comunicación del Presidente Macri, del que con orgullo formo parte.