En 2015 la expedición "Mars Gaming", liderada por los hermanos españoles Miguel y Rafael Gutiérrez Garitano, descubrió en Perú un complejo que los incas utilizaban durante el siglo XV para rendir culto a los dioses en épocas de sequía o ante desastres naturales. También encontraron cerca del santuario una necrópolis con enterramientos en cuevas. En ese centro ceremonial oculto, a unos 5.000 metros sobre el nivel del mar, debían celebrarse sacrificios humanos para invocar el favor de los dioses. Este tipo de ofrendas se llamaban Capacochaes o Capac Cocha en la época de Túpaq Inka Yupanki, el décimo soberano inca (en el trono desde 1471). El santuario se encuentra en el distrito de Vilcabamba, a unos 150 km de Cuzco.
En estos montes sagrados, los incas rendían culto al dios del agua, que en conjunción con el dios Sol ("Inti") fertilizaba a la diosa Tierra, la Pachamama, madre de las mujeres y hombres andinos. En períodos de sequía o carestía de alimentos hacían ofrendas -como indica hoy la academia, tan afecta a los eufemismos- que en realidad eran sacrificios humanos. Como estas situaciones se repetían periódicamente, los incas construyeron una serie de centros ceremoniales a lo largo de sus dominios y a grandes alturas.
Los rituales, que incluían el sacrificio de personas, especialmente de niños -por lo general de entre 7 y 8 años-, se hacían para lograr el favor o apaciguar la ira de la Pachamama. Para los incas, la muerte era el paso a otra vida, y los elegidos siempre eran niños y niñas porque eran "puros". Debían ser físicamente muy bellos y sin ningún defecto. Los seleccionaban cuidadosamente de entre las buenas familias que, al entregar a uno de sus niños, ascendían socialmente en el sistema político del imperio Inca.
A los sacrificados la muerte les llegaba de una manera dulce; no sentían nada porque los narcotizaban con coca o chicha. Una vez dormidos, los dejaban expuestos a temperaturas de 20 grados bajo cero y morían congelados.
En el volcán de Llullaillaco, en la frontera entre la provincia argentina de Salta y la región chilena de Antofagasta, fueron halladas tres momias -en realidad, una criopreservación debida a la altura y el frío intenso y seco-: dos niños de 8 y 12 años y una niña de unos 15. Los varones están vestidos de manera lujosa, mientras la niña, que parece más "pobre", tal vez fue incluida como sirviente de los niños.
El ritual se iniciaba en el Cuzco en presencia del Inca, desde donde en procesión se llevaba a las ofrendas humanas hacia los santuarios de altura, con un ajuar de fina confección y elementos del arte cuzqueño. En la cumbre del Llullaillaco había plumas de aves amazónicas y adornos de Spondylus (algas marinas).
Actualmente estas momias están expuestas en el Museo de alta Montaña de Salta, no sin controversia en virtud de que sus tumbas fueron abiertas por los científicos y sus cuerpos trasladados. Para muchos, entre los que me incluyo, tras realizar los estudios y las fotos, y relevar muestras, los cuerpos deberían haber regresado a sus tumbas.
Una de las mayores especialistas en cultura incaica, María Rostworowski, describe la ceremonia del Capac Cocha (sacrificio de niños) en ocasión de la coronación de Pachacutec como soberano supremo de los Incas, entre 1530 y 1540: "Al momento que los doscientos niños, de dos en dos, varón y hembra, salían hacia el templo, iniciaban los sacerdotes las plegarias al Inti a fin de conseguir suerte y prosperidad para el soberano. Escogían, para el efecto, las más hermosas criaturas, que no tuvieran tacha ni deformidad, las cuales ataviaban, para la ocasión, con lujosas vestimentas. El jefe de los sacerdotes, el villac umu, iniciaba el primer sacrificio ofreciéndolo al Hacedor, rogaba por una larga vida para el Inca, por sus futuras victorias, y hecha esta oración ahogaban a las criaturas dándoles primero de comer y de beber a los que eran de edad y a los chiquitos sus madres, diciendo que no llegasen con hambre ni descontentos a donde estaba el Hacedor. La misma ceremonia se repetía al ídolo del Sol, al Trueno, a la huaca de Huanacauri y a Pachamama con la invocación de: "¡Oh! ¡Tierra Madre! a tu hijo el Inca tenlo, encima de ti, quieto y pacífico´'. A los niños los ahogaban y los enterraban junto con una numerosa vajilla de oro y plata y preciosas conchas".
Durante buena parte del siglo XX, muchos especialistas, y también activistas, negaron la importancia y hasta la existencia de los sacrificios humanos en la cultura incaica. Cuando se produjo el primer hallazgo de momias de altura, en 1905, sobre la cima del nevado de Chañi a 5.900 metros de altura (límite entre Salta y Jujuy), argumentaron que era una práctica esporádica. El hallazgo se produjo durante una expedición dirigida por un Teniente Coronel del Ejército argentino de apellido Pérez, que extrajo de la cumbre el cuerpo momificado de una criatura de 5 cinco años, envuelta en varias mantas de vivos colores y con objetos de madera y cerámica del ajuar funerario. La momia fue donada al Museo Etnográfico de Buenos Aires, en cuyo depósito permanece hasta la actualidad.
Las crónicas de los sacerdotes católicos durante la conquista española describen profusamente esta práctica, pero hasta 1905 nunca hubo pruebas. Sin embargo, el consenso entre los arqueólogos sugería una exageración o simple propaganda de sacerdotes urgidos por evangelizar y para ello desacreditar los cultos incaicos. Pero entre 1920 y principios de 1922, un baquiano llamado Felipe Calpanchay descubre lo que aparenta ser una tumba precolombina en el cerro Chuscha a 5.175 metros de altitud. Junto a un minero chileno llamado Juan Fernández Salas, violentaron la tumba utilizando dinamita, y extrajeron el cuerpo momificado, junto con textiles y otros objetos del ajuar funerario. La momia fue bajada y los habitantes de Tolombón la llamaron "Reina del Cerro". Mientras estuvo allí le prendieron velas y le entregaron ofrendas.
Esta momia tiene una historia digna de una película. Para 1922, un comerciante y coleccionista llamado Pedro Mendoza compró la momia y la llevó a Cafayate. En 1924 la vendió a Perfecto Bustamante, un herboristero de la ciudad de Buenos Aires que puso la momia en exhibición en su local comercial. Para 1935, la viuda de Bustamante la entregó a un arqueólogo aficionado llamado Pedersen, que la guardó en su sótano junto a otros objetos arqueológicos, sin ningún cuidado durante 50 años. Entre tanto, entre entusiastas de la arqueología y el andinismo, se había desatado una verdadera "búsqueda del tesoro" para dar con la momia "perdida". En marzo de 1979, el señor Milenko Jurcich muestra la única fotografía de la momia en su programa de televisión "Más alto que los Cóndores", solicitando a la audiencia que, si tenían noticias de su paradero, hicieran la denuncia correspondiente para su "repatriación".
En 1985, la momia fue vendida a un anticuario de San Telmo por la suma de 48 dólares. Poco después, era ofrecida en una exposición y venta de "objetos arqueológicos" y adquirida por Carlos Colombano. Y en 1991 la momia es vista e identificada por Marcelo Scanu, andinista y explorador, cuando era exhibida en la vidriera de un banco en la calle Florida de la ciudad de Buenos Aires. Recién en 2001, la Fundación CEPPA, Centro de Estudios para Políticas Aplicadas, adquiere el cuerpo con el pequeño ajuar que aún se conservaba, y destina fondos para realizar los primeros estudios científicos y trabajos de conservación. Así pudieron conocerse algunos aspectos de la vida y muerte de esta niña sacrificada durante el dominio inca.
A esta altura, la credibilidad de los relatos de los europeos del siglo XV sobre los sacrificios incas cobra nueva dimensión. En 1974, a escasos metros de la cima del volcán Quehuar, a 6.100 metros de altura, el Director del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Alta Montaña de San Juan (CIADAM), Antonio Beorchia Nigris, descubre el cuerpo momificado de un niño, que intenta recuperar del duro y congelado suelo, sin éxito. Años después, unos saqueadores dinamitaron el sitio y dañaron el cuerpo momificado. En 1999, la expedición dirigida por el doctor Johan Reinhard de EEUU, el arqueólogo peruano José Antonio Chávez, y la arqueóloga argentina María Constanza Ceruti, e integrada por un equipo de estudiantes de arqueología peruanos y argentinos, rescató parte del cuerpo. Finalmente, en 1999 el equipo del Dr. Johan Reinhard, co-dirigido por Ceruti, ubicó y retiró de la cima del volcán Llullaillaco, a 6.730 metros de altura, los tres cuerpos de niños congelados con un hermoso y rico ajuar funerario que no había sido profanado. Estaban en perfecto estado de conservación.
El descubrimiento de los "niños del Llullaillaco" causó asombro. Las fotografías difundidas en abril de 1999 mostraban el rostro de un niño sumergido en un sueño de cinco siglos. En el número de noviembre, el National Geographic sacaba en tapa una de las estatuillas del ajuar funerario. Todos los objetos del ajuar funerario pertenecen a la nobleza Inca, lo que hace pensar que los niños provenían de la capital del Imperio incaico. Los estudios de ADN indicaron que no había parentesco entre ellos.
Los descubrimientos de la expedición "Mars Gaming" vinieron a confirmar la importancia de estos sacrificios humanos en el culto antiguo a la Pachamama. Son una serie de recintos rectangulares que podrían corresponderse con edificios. Tras estudiar la formación se determinó que se trataba de una típica estructura inca conformada por un edificio tipo kallanka, acompañado, al menos, de otros cinco edificios más pequeños situados en torno a una plaza o kancha. Se trataba de la clásica distribución adoptada por algunos centros ceremoniales. La importancia del yacimiento ha llevado al grupo de expertos a creer que en la montaña se llevaban a cabo rituales muy importantes y que se trataba de uno de los principales complejos sagrados del Reino Neoinca de Vilcabamba, aunque el lugar tal vez tuviera su origen en épocas anteriores; entre los ritos que se podían haber dado estaría el de los sacrificios humanos. También han descubierto, esta vez de manera casual, una "enorme necrópolis inca de decenas de tumbas situadas en cueva" sobre una colina de una hectárea a unos 3.700 metros de altitud.
Con cierta liviandad se suelen reivindicar estas tradiciones y ritos antiguos sin tener mucha información sobre sus orígenes y sentido. Practicando un ritualismo instagrameable se suman ceremonias al calendario turístico o, en campaña, fotos políticas de ocasión.
También se promocionan estas ceremonias para atraer "la prosperidad" que, junto al horóscopo y las terapias alternativas, terminan de componer un conjunto de ideas mágicas muy alejadas de la ciencia y la medicina. Cualquiera podría argumentar que son "inofensivas" hasta que vemos cómo convergen con los "antivacunas", las runas, el cuestionamiento a las terapias medicas contra el cáncer, el "Telar de la Abundancia" o la "duendología".
Muchos organismos internacionales -ONU, Banco Mundial, Unicef- impulsan desde hace décadas cierto indigenismo, potenciando estos ritos para inculcar un "respeto a la tierra" que acusa a la industrialización y al progreso, instalando sutilmente la teoría, sin fundamento científico, de que el planeta es un "organismo vivo".
El año pasado trascendió el ultimo, y posiblemente más importante hasta ahora, de los descubrimientos arqueológicos sobre los ritos de sacrificios humanos en la cultura andina. El mayor sacrificio de niños en el mundo ocurrió hace unos 550 años en Perú, donde arqueólogos descubrieron los restos de más de 140 criaturas y 200 llamas. Ocurrió en un acantilado sobre el océano Pacífico, en la región norteña de La Libertad, una zona donde se expandió la civilización precolombina Chimú, zona que fue luego incorporada al Imperio Inca.
Las investigaciones fueron realizadas por un equipo interdisciplinario internacional liderado por el peruano Gabriel Prieto, de la Universidad Nacional de Trujillo, y John Verano, de la estadounidense Tulane University. Se encontraron "evidencias del mayor sacrificio masivo de niños de América y probablemente de la historia mundial, personalmente, no lo esperaba (…). Y creo que nadie más se lo podría haber imaginado", declaró Verano en el informe de la National Geographic Society, entidad que financia los trabajos. Las excavaciones se remontan a 2011, cuando se encontraron los restos de 42 niños y 76 llamas en un templo de 3.500 años de antigüedad. "Para cuando finalizaron las excavaciones en 2016, se habían descubierto en el sitio más de 140 restos de niños y 200 llamas jóvenes", dice el informe. Las pruebas con radiocarbono a sogas y textiles fecharon los objetos hallados en las tumbas entre los años 1400 y 1450. "Los restos esqueléticos de los niños y los animales –agrega el informe- muestran evidencias de cortes en el esternón, así como también dislocaciones de las costillas, lo que sugiere que el pecho de las víctimas se abrió y se separó, quizás para facilitar la extracción del corazón".
Hay una gran diferencia entre el respeto, el conocimiento y la comprensión de los antiguos rituales andinos y la promoción acrítica, y algo ignorante, de la trascendencia simbólica y cultural de estos ritos ancestrales. El culto a la Pachamama implica mucho más que tomar caña con ruda.
*El autor es profesor de Historia Económica (UBA y UNlaM). Fue asesor de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación