Desde el regreso de la democracia, en 1983, sólo dos peronistas perdieron la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Uno fue Herminio Iglesias, un caudillo de Avellaneda, que quedó en la historia por haber quemado un cajón con la sigla UCR en el acto de cierre de campaña. Ese episodio dejó una expresión que quedó grabada en la historia política argentina. Desde ese momento, "el cajón de Herminio" pasó a ser una metáfora que se usaba cada vez que un político se pegaba un tiro en el pie durante una campaña electoral. El segundo peronista en perder una elección en la provincia fue Aníbal Fernandez frente a María Eugenia Vidal. El viernes, Aníbal irrumpió en la campaña electoral con su propio cajón de Herminio: "Si tengo que elegir con quien dejar a mis hijos, prefiero dejárselos a Barreda antes que a Vidal", dijo. Hay una diferencia entre Herminio y Aníbal. Al quemar el cajón, Herminio se perjudicó a sí mismo. Aníbal, con su bravuconada, perjudica a otros: a Alberto Fernández, a Axel Kicillof y a todos los que sueñan con desplazar del poder a Mauricio Macri.
La expresión de Aníbal Fernández sorprende por razones éticas, ya que incluye la reivindicación pública de un asesino, más precisamente de un femicida. En cualquier momento de la historia, eso sería una barbaridad. Pero en estos tiempos, en los que afortunadamente ya no hay tolerancia a ese tipo de chistes espantosos, es como si no hubiera entendido nada de lo que se viene discutiendo en estos años en la Argentina. "Salame", fue la precisa expresión que usó la joven Ofelia Fernández para definirlo.
Aníbal fue una de las razones por las que Vidal ganó la provincia de Buenos Aires hace cuatro años
Pero, además, Aníbal sorprende por su brutalidad política. María Eugenia Vidal es, desde hace 4 años, la política más popular del país. Aníbal Fernández, en cambio, es uno de los más rechazados. Además, él fue una de las razones por las que ella ganó la provincia de Buenos Aires hace cuatro años. El brulote de Fernández contra Vidal, entonces, ¿a quién favorece? ¿Quien habrá festejado la rutilante reaparición del ex jefe de Gabinete de CFK? ¿Quién se habrá agarrado de los pelos?
Los exabruptos han sido una constante en la carrera de Aníbal Fernández. Fue él quien difundió que los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán habían sido productos de un enfrentamiento entre piqueteros, fue él quien justificó el accionar policial durante el asesinato de Mariano Ferreyra, o el que acusaba a dirigentes de izquierda y los mandaba a detener cada vez que se producían rebeliones de usuarios del tren Sarmiento. El estilo de Aníbal lo ha llevado en su vida política a una cadena interminable de derrotas: perdió como candidato a gobernador, y debió renunciar antes de tiempo a la conducción de la Sociedad Argentina de Hockey, al Club Quilmes y a la intendencia de su ciudad. Su machismo no es una novedad. Cuando recién había asumido Néstor Kirchner, Aníbal calificó como "pelea de peluquería" una discusión entre Cristina Kirchner e Hilda Duhalde.
Pero esta historia sería menor si no fuera apenas la expresión más elocuente de una interminable cadena de hechos muy llamativos. Ganar una elección presidencial es siempre difícil y especialmente cuando quien se lo propone no pertenece a un gobierno. Desde la posguerra, en Estados Unidos, solo dos presidentes que se presentaron a la reelección no la lograron: Jimmy Carter y George Bush, padre. En la Argentina, los tres que lo intentaron -Juan Perón, Carlos Menem y Cristina Kirchner- también lo consiguieron.
En el caso actual, además, se le suma la reconocida capacidad de la conducción del Gobierno para ganar elecciones que, a priori, parecen imposibles. Por si fuera poco, Mauricio Macri es la expresión de una sólida alianza de poder que incluye desde Donald Trump, que forzó la decisión del FMI gracias a la cual se estabilizó el dólar, hasta los medios de comunicación de más penetración en la Argentina. Contra todo eso van los Fernández.
Al comienzo de la campaña, la fórmula opositora parecía arrasar, apoyada en un hecho que compensaba con creces todos los anteriores: la gestión económica del Gobierno fue realmente muy mala y sus resultados sociales -especialmente el aumento de la pobreza y la caída del consumo- fueron pésimos. Tenían enfrente a un gobierno ineficiente e injusto.
Cuando aparece Aníbal en acción, ¿qué sentirá el votante independiente con más fuerza? ¿”Con Macri no doy más” o “estos tipos no pueden volver”?
Pero aun así, aun frente a este Gobierno, la elección sería difícil. Por eso, el foco de atención, de unos y otros, debía apuntar a los indecisos. Hay muchas personas cuya indefinición se apoya en una frase compleja: "Con Macri no doy más, pero estos tipos no pueden volver". O, al revés: "Estos tipos no pueden volver, pero con Macri no doy más". A ellos había que convencer. La campaña de unos y de otros debía lograr que los indecisos sintieran más fuerte en el alma la parte de la frase que más le conviene a su propio candidato. Cuando aparece Aníbal en acción, ¿qué sentirá el votante independiente con más fuerza? ¿"Con Macri no doy más" o "estos tipos no pueden volver"?
Vidal es el arma más potente del oficialismo. ¿Tiene sentido que hablen tanto de ella? ¿No sería mejor dejarle a ella sola el esfuerzo por recordar que es candidata?
Pero Aníbal no está solo. Al comienzo de la campaña, distintos referentes sociales del kirchnerismo convocaron a realizar una "Conadep del periodismo" y a avanzar sobre la Justicia. Una de ellas era la propia Cristina Fernández. Con el correr de los días, fue Cristina la que apuntó contra Vidal. Primero se burló de su imagen de "hada virginal". Dos semanas después, se volvió a burlar de sus errores al tratar de explicar el crecimiento de la desocupación. "Le faltan insumos intelectuales", dijo CFK. Vidal es el arma más potente para juntar votos que tiene el oficialismo. ¿Tiene sentido que hablen tanto de ella? ¿No sería mejor dejarle a ella sola el esfuerzo por recordar que es candidata?
Luego Cristina, en una de esas misas laicas en las que presenta su libro, acusó a Luis Novaresio de haberla torturado con preguntas frente a miles de personas. Después le pidió disculpas "si se sintió ofendido". Pero horas más tarde insistió en que, para enterarse de lo que pasa en la Argentina, como en los tiempos de la dictadura, hay que leer la prensa internacional. Otro día, un militante k insultó a Macri. Al rato, en Avellaneda, una patota amenazó con golpear al candidato de Cambiemos Luis Otero. En otro momento, Máximo Kirchner se abrazó con Santiago Cúneo, un candidato antisemita.
Como se ve, el cajón de Aníbal es parte de un problema más grande.
En el medio de todo esto, navega Alberto Fernández, el inesperado candidato presidencial. Fernández realiza un esfuerzo sobrehumano desde principios de año por articular consensos y sumar dirigentes moderados a la campaña del kirchnerismo. Pero esta semana, hubo otro episodio que demuestra que su estrategia no es clara. Fernández se enredó en una discusión con Joaquín Morales Solá acerca de cuánta responsabilidad les correspondía a Cristina y a Macri en la crisis actual. La discusión tuvo un tono muy personal y desafiante. Sus partidarios reprodujeron más de un millón de veces un fragmento donde, aparentemente, Fernández derrotaba a Morales Solá con su argumentación acerca del cepo, la inflación y el déficit fiscal.
Más allá de si eso era cierto o no, ¿habrá sido ese episodio favorable a Fernández? ¿No habrá ocurrido que los independientes percibieron un round más de la interminable batalla entre el kirchnerismo y los periodistas?
Naturalmente, Cristina, Alberto y Aníbal pueden discutir con quien quieran lo que se les dé la gana: preferir a Barreda antes que a Vidal, sostener que vivimos en una dictadura, o irritarse frente a una pregunta. Pero, en una campaña, no se trata de sacarse las ganas sino de ganar votos.
En el año 2009, Néstor Kirchner enfrentaba a Francisco de Narváez. Durante el acto de cierre de la campaña, se vio en primera línea a Guillermo Moreno agitando una bandera argentina. Moreno era el personaje más desprestigiado y temido del Gobierno. En el 2015, Aníbal Fernández le armó un búnker paralelo a Daniel Scioli el día que se contaban los votos de la primera vuelta. Todo el mundo pudo ver la guerra que se avecinaba si llegaban al poder. En el 2017, Máximo Kirchner se mostró en el acto de cierre con barras bravas de Racing Club.
Es cierto que hay medios de comunicación muy influyentes que le inclinan la cancha en contra al kirchnerismo.
Pero, si es así, ¿por qué se la hacen tan fácil?
En el diario La Nación, de ayer, Eduardo Fidanza se preguntaba cuáles eran las razones por las que un gobierno con tan malos resultados económicos empezaba a emparejar una elección imposible.
Quizás sea hora de que, sin enojarse, con frialdad y serenidad, los Fernández traten de responder la misma pregunta.
Todavía hay mucho por andar.
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