En 2016, en el cumpleaños de un dirigente de Cambiemos, conversé larga y amablemente con José Luis Espert. Él ya en ese momento manifestaba su desacuerdo con las políticas de Macri, por considerar que eran muy blandas y que no atacaban en serio el gasto público. Objeté que llevar a cabo recortes como los que pretendía era operar abiertamente para la vuelta del populismo, dado que un ajuste drástico en jubilaciones, empleo público y subsidios implicaría una abrupta baja de popularidad del gobierno y la casi segura derrota en 2017. Era entrar en el juego perverso que proponía el kirchnerismo: que los gobiernos republicanos ajusten y paguen los costos políticos para que, luego, vuelva el populismo, empiece a repartir y se lleve los aplausos. Espert escuchó mis reflexiones en silencio, casi diría sombrío, y luego replicó: "Si no lo hace el gobierno lo hará el mercado".
Y efectivamente en 2018 el mercado hizo un reacomodamiento, pero el oficialismo ya había ganado las elecciones de 2017. De haber hecho lo que Espert pretendía de entrada, dado que los beneficios de un ajuste se metabolizan a largo plazo, hubiera caído abruptamente la confianza pública en el Gobierno a un punto de no retorno. Lo que esta anécdota muestra, dando por sentada su buena fe, es el total desprecio de Espert por la política.
Esa visión de que la economía domina todo y que la política sería un epifenómeno prescindible ya fue refutada por el economista liberal James Buchanan, quien ganó el Premio Nobel a raíz de sus aportes en ese terreno. La misma experiencia práctica muestra el error en el que Espert incurre al exigir un shock: Alan García ajustó y en la elección siguiente su popularidad bajó a menos de 10 puntos, terminó suicidándose; Temer, en Brasil, ajustó y terminó preso; el presidente ucraniano que ajustó terminó perdiendo contra un cómico que lo imitaba; en Portugal los partidos que ajustaron en la última década sucesivamente perdieron; y le acaba de pasar nada menos que a Tsipras en Grecia.
Sobre la base de ese error, Espert y sus seguidores cometen una segunda falla: sostienen que Macri no es liberal sino socialista. En todo caso, Macri sería un socialdemócrata, lo que no tendría nada de malo, pero en rigor Macri encarna el mayor liberalismo que nuestra sociedad está en condiciones de tolerar desde el punto de vista político y social. La prueba está en que muchos economistas liberales, como Carlos Melconian o Enrique Szewach, por nombrar sólo dos, son una vertiente dentro del oficialismo.
Y montado sobre estos dos errores, Espert se lanza a una candidatura testimonial, dado que –según las encuestas más serias– no puede obtener grandes guarismos ni entrar en el balotaje, y profundamente improvisada. Tal improvisación se advierte no sólo en el hecho de que no tiene un partido propio que le de andamiaje jurídico, debiendo alquilar sellos, o incluso en candidatos que se bajan a último momento, sino en que no se le conocen referentes en áreas cruciales de gobierno como Cultura, Educación, Salud, Acción Social, Transporte, o siquiera Trabajo. Más aún: hace pocos días me abordó en La Biela un conspicuo armador de Despertar preguntándome cuáles eran las leyes laborales que deberían abrogarse si querían reducir las indemnizaciones: un homenaje a la perplejidad. Es decir que Espert no es una alternativa en términos de gobernar efectivamente el país. A lo sumo sería un personaje simbólico. En rigor, sospecho que su candidatura obedeció a su creencia de que Macri estaría mucho peor para estas elecciones y, por ende, él podría posicionarse con cierto liderazgo de cara al 2023, hipótesis que se reveló falsa, mostrando –dicho sea de paso– su incapacidad de predicción.
Bajo todas estas premisas, referentes históricos del liberalismo argentino, como Alberto Benegas Lynch (h), que desde la cátedra y los libros ha hecho escuela, y Roberto Cachanosky, otro adalid de las ideas liberales, le han pedido a Espert que baje su candidatura presidencial para evitar el riesgo de que los eventuales tres puntos que podría sacar en las elecciones permitan el retorno del populismo. La réplica, en este caso, fue que en las PASO se puede votar con libertad dado que no se juega nada. Esta afirmación es audazmente falsa: el mercado está previendo un triunfo del kirchnerismo por no más de cinco puntos. De suceder un triunfo por más de cinco puntos los operadores podrían entrar en pánico, producirse una corrida y causar un daño grave a la gobernabilidad. De cinco a ocho puntos la diferencia es muy poca pero bastará para detonar las alarmas: son los tres puntos de Espert. De modo que las PASO, lejos de ser inocuas, pueden ser decisivas. Como en el dilema de la nariz de Cleopatra, un hecho muy menor es apto para cambiar la historia.
Tampoco es aceptable el argumento de que Macri es kirchnerismo de buenos modales, con lo cual les da lo mismo que gane uno u otro. Afirmar eso es afirmar que les da lo mismo el cepo que la libertad cambiaria, que les da lo mismo el INDEC de Moreno que el de Todesca, que les da lo mismo el alineamiento con Maduro e Irán que con la Unión Europea, que les da lo mismo, en fin, la república que el autoritarismo. Esta elección no es entre dos ideas dentro de un mismo sistema, sino entre dos sistemas. La opción Espert hoy nos invita, no sin temeridad, a discutir mínimos matices en la cubierta del Titanic.
Escritor y periodista