Para quienes conocemos la verdadera historia de los acontecimientos del fatídico 2001 y la tragedia del 2002, la versión mentirosa de Duhalde, siempre nos pareció despreciable. Pero que la reitere en el contexto de lo que pretende ser una reivindicación de la trayectoria de Fernando de la Rúa con motivo de su fallecimiento, es indignante.
Su hipocresía ya se trasunta en su descripción del origen de los problemas del gobierno de De la Rúa: "Su adhesión sin cortapisas a la convertibilidad, que ya desde el final del gobierno del gobierno anterior daba claros síntomas de agotamiento, el déficit fiscal que heredó y que se financiaba con un elevado nivel de endeudamiento externo y se combinó con un aumento de la recesión económica generaron un creciente ambiente de descontento social. Ese clima se acrecentó con las decisiones de la breve gestión de Ricardo López Murphy como ministro de Economía y el nombramiento de Domingo Cavallo como su reemplazante".
Es asombroso que sostenga que la causa de la crisis era el agotamiento de la convertibilidad y el déficit fiscal financiado con un elevado nivel de endeudamiento externo. Él sabe muy bien que el gran problema fue el déficit de las provincias, en especial el de su provincia, financiado con endeudamiento bancario interno, en particular, del Banco de la Provincia de Buenos Aires, al que dejó virtualmente quebrado al final de su gestión como gobernador.
También es inconcebible que diga que el clima de descontento se acrecentó por mi nombramiento como ministro de Economía. Recuerdo como si fuera hoy, que en mayo de 2001, cuando ya habían transcurrido dos meses de mi designación y comenzaban a implementarse los planes sectoriales de competitividad, me propuso que en las elecciones que iban a celebrarse en Octubre, fuéramos aliados el Partido Justicialista y Acción por la República. Por supuesto que yo no lo acepté, porque me parecía que no correspondía siendo yo ministro del gobierno de De la Rúa.
Los párrafos que siguen son aún más falaces: "De allí en más, todo fue desbarrancándose. Junto a Alfonsín constituimos por esos días el Movimiento Productivo Argentino y elaboramos un plan, que le presentamos junto con las dos CGT, con la idea de apoyar al gobierno si este decidía abandonar la convertibilidad y dar lugar a un plan que liberara las fuerzas productivas del país, a las que el corsé del uno a uno paralizaba de manera ya insostenible".
No presentaron ningún plan. Lo que insinuaban, teniendo como vocero al entonces Presidente de la UIA, Ignacio De Mendiguren y algunos adláteres, era simplemente la pesificación compulsiva de todos los contratos en dólares, sin contemplar que también significaba la confiscación de más del 50% de los depósitos de los ahorristas. Cuando me presentaron la idea en mi despacho, les expliqué que hacer eso significaba provocar una devaluación descomunal que deterioría en más de un 50% los salarios reales , las jubilaciones y los ahorros de las familias. También les expliqué que semejante medida provocaría un gran aumento de la desocupación y de la pobreza, dos problemas que ya eran graves, pero que la ¨solución¨ que ellos proponían, los agravarían aún más.
Pero la hipocresía mayor aparece en el párrafo siguiente: "Sea por el estrés propio de los tiempos que vivíamos, sea por el cansancio de las largas jornadas, sea por algún tipo de depresión causada por los sucesivos fracasos, lo cierto es que nos encontramos en ese momento, en las pocas veces que tuvimos acceso a él, con un De la Rúa dubitativo, ausente, más un espectador que un protagonista de los dramáticos hechos que vivía el país. En pocos días las protestas callejeras, el caos económico y la pérdida de apoyo político derrumbaron la presidencia de De la Rúa".
La realidad es que lo que De la Rúa les decía, cuando lo visitaban con esas ideas, era lo mismo que yo les había explicado en mi despacho. Él, de ninguna manera iba a permitir que en lugar de completar la reestructuración ordenada de la deuda, en la que ya habíamos avanzado por el 50% del capital, se declarara el default generalizado de todas las deudas, públicas y privadas, externa e interna, porque la pesificación compulsiva que ellos proponían era, precisamente, el peor default imaginable.
La desazón de De la Rúa derivaba de la incomprensión que observaba en los dirigentes políticos que le hacían esos planteos, en especial de la de quienes pertenecían a su mismo partido. Y porque además veía cómo se anteponían los intereses políticos personales por arriba de los intereses del país. Recuerdo la angustia que le causó la negativa de Duhalde a concurrir al diálogo político con el argumento de que De la Rúa había osado invitar a Carlos Menem, que era ni mas ni menos, el Presidente del Partido Justicialista. Nuevamente, la competencia y los celos de Duhalde con Menem, que tanto daño le habían hecho al país desde 1997, se constituía en un impedimento para el diálogo en un momento extremadamente crítico.
Con respecto a las protestas callejeras, era harto conocido que las promovían dirigentes de la provincia de Buenos Aires que luego integraron la Secretaría de Seguridad durante la presidencia de Duhalde. Mi familia había sufrido ese tipo de protesta en oportunidad del casamiento de mi hija en el mes de julio de 2001 y habíamos constatado que de ese lado venían los ataques.
Yo espero que cuando se escriba la historia objetiva de este período, quede absolutamente claro que la postura de De la Rúa, de negarse a implementar las medidas que le recomendaban los promotores del autodenominado "Movimiento Productivo Argentino", fue un acto de sensatez que, de haber prevalecido, hubiera evitado la tragedia del 2002, puerta de entrada al período más aciago de la historia reciente de la Argentina: los 12 años de Kirchnerismo.