¿Por qué en una época y lugar en el que prácticamente todas las mujeres somos feministas -en el sentido de defender el principio de igualdad de derechos y oportunidades-, muchas nos sentimos perturbadas por las manifestaciones más recientes del movimiento feminista? En mi opinión, aquello que nos perturba no es el feminismo, sino la ideología.
Las ideologías, según las describe Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, son esos "ismos" que representan la lógica de una idea y pueden explicar todo y cada suceso deduciéndolo de una sola premisa. Reducen la complejidad del pasado, presente y futuro a una única premisa arraigada en la realidad de la cual derivan una serie de deducciones lógicas e inescapables que permiten explicar el mundo de manera acabada, independizándose a partir de ese momento de toda experiencia nueva o diferente perceptible a través de los sentidos. En el caso del feminismo ideológico, dicha premisa es la opresión patriarcal. Porque, ¿quién puede hoy discutir que la mujer ha sido históricamente oprimida por el patriarcado y que dicha opresión subsiste aún hoy en muchos contextos? Sin embargo, el feminismo ideológico se basa en esta premisa para emanciparse de la realidad, reinterpretándola en función de la opresión que considera oculta detrás de todas las cosas perceptibles: el lenguaje, la religión, la ciencia, la educación, etc., dominándolas desde ese lugar oculto y requiriendo de la perspectiva de género para tomar conciencia de ella -perspectiva que deja así de ser una herramienta intelectual iluminadora para convertirse en un modo de adoctrinamiento ideológico.
El feminismo ideológico describe la opresión patriarcal en Argentina sin hacer distinciones de tiempo, lugar o nivel de vulnerabilidad, desconociendo el modo en que la gran mayoría de los hombres argentinos han acompañado el proceso de ampliación ininterrumpida de derechos de las mujeres, e invisibilizando situaciones de mayor opresión basadas en aspectos ajenos al género. Pero, además, genera tres efectos negativos que constituyen retrocesos (esperemos que transitorios) en el camino de igualación del estatus real de las mujeres, distrayéndonos de los verdaderos problemas que hoy nos afectan y alejándonos de sus posibles soluciones: la victimización, la indiferenciación y la limitación a la libertad de pensamiento.
La victimización de la mujer es una consecuencia inevitable de fundamentar todo el engranaje lógico del feminismo ideológico en la premisa de la opresión patriarcal, y genera una variedad de efectos adversos: devalúa nuestros reclamos legítimos, al plantearlos desde un lugar percibido desde fuera del feminismo ideológico como ficticio y exagerado; disminuye la autoestima de las mujeres, especialmente las jóvenes (más allá de que simultáneamente se predique su necesidad de "empoderamiento"); y deteriora el vínculo fraternal que debería existir entre mujeres y hombres para resolver los problemas que nos afectan. Pero, además, a un nivel más profundo, la victimización nos retrata como personas no responsables de nuestros actos ni, por lo tanto, de sus consecuencias.
La indiferenciación deriva de confundir la aspiración a que mujeres y hombres tengan iguales derechos y oportunidades de realización personal y participación en la vida pública con la aspiración a que sean iguales, es decir, a que las mujeres puedan poseer un cuerpo libre de las ataduras biológicas que les impone su capacidad gestante. El imperativo de ajustar la realidad corporal de la mujer al ideal corporal masculino (para terminar con la opresión patriarcal) es tan intenso, que la referencia al cuerpo de la mujer elude toda discusión sobre si el embrión o el feto son o no un cuerpo humano (i.e., el cuerpo de una mujer o de un hombre) dentro del cuerpo de la mujer gestante, mostrando una llamativa desaprensión por la vida humana. La capacidad gestante de la mujer, que todavía hoy no puede ser replicada en forma artificial y por lo tanto es necesaria para la preservación de la especie, no ha sido impuesta a la mujer por el patriarcado, sino por la biología. En una época en la que valoramos la diversidad, el énfasis del feminismo ideológico en describir el cuerpo de la mujer en términos equivalentes al del hombre es una muestra más de que la humanidad no ha podido escapar aún del error de considerar al hombre, en su individualismo y libertad biológica, como "patrón de normalidad", en lugar de aceptar y promover la singularidad del cuerpo femenino y, con ella, la singularidad de la mujer.
Finalmente, el feminismo ideológico, con su carácter cientificista, ateo y revolucionario, funciona como una nueva religión: sus conclusiones son los nuevos dogmas, y el libre pensamiento, su mismo enemigo. Frente a la inescapable deducción lógica con la que construye sus postulados a partir de la premisa de la opresión patriarcal, toda idea u opinión que no los respete es automáticamente descalificada como contraria o anterior al feminismo (en el sentido de anacrónica) e incluso cómplice del sistema opresor. Las primeras feministas, cuya lucha prioritaria fue la de la libertad, se sorprenderían hoy al encontrar que el corsé intelectual impuesto por el patriarcado ha sido reemplazado por un nuevo corsé diseñado a medida por el feminismo ideológico, el cual nos perturba a quienes, siendo feministas, nos sentimos violentadas no sólo por aquellos postulados que no compartimos -como el que dice que el aborto es un "derecho de la mujer"-, sino por la percepción de que la "obligatoriedad" de dichos postulados anula nuestra aspiración más valorada: la libertad.
En Argentina, el imperativo del feminismo ideológico de legalizar el aborto se materializó en el proyecto rechazado por el Senado en 2018, que otorgaba a la mujer un derecho absoluto a abortar durante todo el período de gestación con sólo declarar en forma privada a un médico que el embarazo era producto de una relación sexual no consentida, obligando a dicho médico a realizar el aborto aún en contra de toda consideración médica que en su opinión pudieran hacerlo desaconsejable, y bajo amenaza de prisión. Es decir que, así como en el pasado la palabra de la mujer no tenía valor o efecto legal alguno, ahora, con tan sólo tres palabras: "yo fui violada", pasaba a tener el poder de decidir sobre la vida y la muerte de un ser humano en gestación hasta un día antes de su nacimiento, y sobre la libertad del médico actuante. Además, el debate público que lo acompañó evidenció hasta qué punto el discurso feminista-ideológico ignora los datos de la realidad para defender la legalización del aborto: descripciones de abortos clandestinos mecánicos, que han quedado en el pasado a partir del uso generalizado del Misoprostol; estadísticas preparadas por organizaciones feministas que se contradicen con las estadísticas epidemiológicas generadas en base a registros oficiales; referencias constantes a "embriones" para discutir un proyecto que permitía el aborto hasta el último día de gestación; omisión de toda referencia al estado colapsante de nuestro sistema de salud; utilización constante de los ejemplos de violación o peligro para la salud -causales de aborto ya previstas en nuestro Código Penal-; etcétera. También quedaron absolutamente fuera de la discusión los hombres, en su carácter de sujetos de potenciales derechos en relación con el ser humano en gestación: ¿cómo incluirlos si son parte del colectivo que constituye el responsable último de la opresión patriarcal que el aborto viene a remediar? Y del mismo modo que en la discusión global acerca del aborto, todo intento de incluir material audiovisual que pueda atravesar la idea del aborto con la realidad compuesta por material orgánico humano fue criticado como un recurso que violenta la libertad de la mujer para decidir sobre su cuerpo.
¿Qué llenó entonces el espacio vacío dejado por tanta ausencia de "experiencias del mundo real" sacrificadas en el altar del feminismo ideológico? La repetición ad nauseam de que, dado que el sistema patriarcal oprimió a las mujeres y se "apropió" de nuestros cuerpos, si no se legaliza el aborto, somos nosotros, aquí y ahora, quienes estamos continuando dicho sistema. No importa si en los últimos 40 años, desde que el aborto comenzó a legalizarse en EEUU y Europa, las circunstancias han cambiado de manera extraordinaria, tanto en relación con la libertad sexual y económica de la mujer y el rol del hombre en la crianza de los hijos, como desde el punto de vista científico. Las conclusiones lógicas del feminismo ideológico son siempre las mismas, inmutables e impermeables a cualquier experiencia del mundo real que no sirva como ilustrativa de que dichas conclusiones son verdaderas.
El feminismo ideológico parece estar más cerca de la compensación que de la reivindicación, implicando que como las mujeres (como colectivo) ya hemos sufrido demasiado como consecuencia del sistema patriarcal, merecemos que se nos otorguen derechos absolutos para poder remediar dicho sufrimiento. Sin embargo, para muchas de nosotras, la legalización del aborto no sólo no remedia la opresión patriarcal, sino que la perpetúa, actuando como una especie de "venganza" que, como explica Arendt en La condición humana, actúa re-accionando contra la transgresión original y manteniendo a todos atados al proceso. Así, la reacción en cadena contenida en la acción opresora del patriarcado sigue su curso sin ningún obstáculo en la legalización del aborto, replicando la violencia masculina sobre alguien más débil (la mujer) en la violencia femenina sobre sí misma y sobre el ser humano que anida en su cuerpo.
Históricamente el aborto ha sido una de las expresiones más extremas de opresión patriarcal. Las mujeres han tradicionalmente abortado presionadas u obligadas directa o indirectamente por dicha opresión. El efecto legitimador que posee la reconfiguración del aborto como un "derecho de la mujer" no sólo aumenta la presión patriarcal por abortar en aquellos ámbitos en los que la mujer es más vulnerable, sino que incorpora un nuevo tipo de presión: la necesidad de competir con el hombre en igualdad de condiciones. En los países con aborto legal, la elección "libre" de abortar está tan afectada hoy por el feminismo ideológico como la elección de sacrificar el desarrollo personal para procrear estaba afectada en el pasado por el mandato patriarcal. Cuanto más alto es el desarrollo de una mujer en el ámbito profesional, mayor es su convicción de que si quiere competir en dicho ámbito de manera efectiva, debe sacrificar o postergar su capacidad gestante y/o su rol maternal, aun cuando los avances de la ciencia, el mayor confort en la vida doméstica y el aumento significativo en la expectativa de vida le permitirían compatibilizar su desarrollo profesional con la realización plena de la maternidad si la vida en sociedad se organizara de forma tal de compensar el mayor peso que las mujeres soportamos en la tarea de la procreación. El "derecho al aborto" se convierte así en la salvaguarda que le permite a esa mujer postergar o sacrificar su capacidad gestante cuando las precauciones tomadas por ella para no gestar hayan fracasado. Y existiendo esa salvaguarda, la mujer que elige no "ejercer su derecho" a ser igual al hombre, y en lugar de ello acepta y protege su embarazo deseado o no deseado (e inoportuno a nivel profesional), se ve relegada en un sistema que sigue siendo definido y dominado por los tiempos y la libertad corporal del hombre; un sistema individualista y materialista en el que una mujer sólo puede "ganarle" a un hombre si está dispuesta a igualarse a él, sacrificando o postergando su capacidad gestante y su rol maternal incluso hasta el punto de violentar su propio cuerpo, y el cuerpo del ser humano que lleva dentro, convirtiéndose así también ella en "opresora".
Si -como argumenté arriba- el problema no es el feminismo sino la ideología, la solución no puede ser una ideología alternativa o el retroceso hacia modos patriarcales de vinculación. Por el contrario, hoy más que nunca debemos reclamar el respeto a la libertad de pensamiento y al pluralismo de ideas en la búsqueda de soluciones a los problemas aún no resueltos que dificultan la integración plena de las mujeres a los medios de producción y a la vida pública. Para ello es necesario que ejerzamos nuestra capacidad de perdonar, que -según Arendt- contrariamente a la venganza, es la única reacción que no se limita a re-accionar, sino que actúa de manera nueva e inesperada, incondicionada por el acto que la provocó y por lo tanto liberando de sus consecuencias tanto a aquel que perdona como a aquel que es perdonado. Perdonar, entonces, no significa negar la historia de opresión patriarcal que nos une en nuestra condición de mujeres, ni renunciar a la lucha por combatir todo tipo de opresión presente en la actualidad (patriarcal, de clase, racial, etc.), sino evitar que sea la opresión patriarcal la que nos defina como mujeres, determinando nuestra visión del mundo y limitando nuestra capacidad de actuar, es decir, de comenzar algo nuevo.
Ese es el nuevo desafío que hoy tenemos por delante las mujeres que hemos nacido con igualdad de derechos civiles y políticos, y los hombres dispuestos a acompañarnos: Liberarnos no sólo de la opresión que en algunos aspectos subsiste como herencia del pasado, sino de la opresión que surge de permanecer atados al proceso de acción-reacción y nos lleva en algunos casos a creer que una injusticia puede ser remediada con otra injusticia. Cada acción humana, incluyendo el modo de resolver el conflicto de intereses que puede existir entre la mujer gestante y el ser humano que lleva en su cuerpo, debe ser juzgada en sí misma: no puede ser justificada en base a postulados ideológicos.
La autora es profesora de la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella