El 4 de julio, en los Estados Unidos, ha comenzado la costumbre de realizar desfile militar para conmemorar Día de la Independencia. Fue importante y el presidente Donald Trump quiso usarlo como símbolo de que su país sigue siendo la primera potencia global. Pero la idea la tomó del 14 de julio de 2017, cuando asistió a la parada militar del día nacional de Francia, que como todos los años se hace con la participación de decenas de miles efectivos, por los Campos Elíseos, el que se repetirá esta misma semana, presidido por Emmanuel Macron, quien dos años atrás tuvo como invitado al presidente estadounidense.
En Venezuela, el desfile del Día de la Independencia ha sido el 5 de julio. Fue una manifestación de un régimen en decadencia. Los soldados desfilaron si armas, portando cajas de asistencia alimentaria, como señal de preocupación por la crítica situación de la población.
Este año, Argentina retoma la tradición del desfile militar, que fue suspendido el año pasado y que, previsto para el 25 de mayo, fue postergado para el 9 de julio.
El desfile militar como conmemoración o celebración de un Estado tiene su inicio en la antigüedad clásica. No solo sucedía en Grecia, sino también en los imperios de Asia, como el persa y el chino. En el romano, el desfile de las legiones, tanto tras campañas victoriosas como en actos conmemorativos, jugó un rol relevante en la construcción de la cultura estatal.
Esta costumbre cultural, que también puede ser denominada rito estatal, se mantuvo en la era cristiana y se transformó en un símbolo en los Estados naciones, siendo por lo general la fiesta nacional la oportunidad para realizar el desfile militar.
En la Francia del siglo XXI, el desfile militar a través de los Campos Elíseos el 14 de julio es un rito estatal permanente, que se mantiene con las mismas características y que no modificó en ninguno de sus detalles, ninguno de los gobiernos, ni los socialistas ni los conservadores. En el Reino Unido sucede otro tanto con la parada militar que se realiza el primer sábado de junio para celebrar el cumpleaños de la reina. En España tiene lugar otro tanto con el desfile militar del día nacional, que es el 12 de octubre.
Pero es trata de un rito vinculado a los valores patrióticos que se realiza también fuera de Occidente. Rusia, China e India hacen grandes desfiles militares de decenas de miles de hombres en sus receptivas fechas nacionales, más allá de sus regímenes políticos con ideologías diferentes.
En América Latina, es un rito conmemorativo de la independencia desde el siglo XIX. Se destacan los que tiene lugar todos los años en Santiago de Chile, Brasilia, Bogotá, Caracas y México DF. Ninguno de los cambios políticos que tuvieron lugar en las últimas décadas alteró en estos países los desfiles de los que participan más de 10 mil hombres.
Presidentes que en nuestra región estuvieron detenidos y fueron torturados durante gobiernos militares nunca dejaron de presidir los desfiles militares. Fue el caso de Dilma Rousseff en Brasil o José Mujica en Uruguay. Tampoco faltó nunca Michelle Bachelet, que, además de haber estado exiliada, su padre murió en prisión en severas condiciones.
Los desfiles militares en todo el mundo en las últimas décadas suelen incorporar delegaciones de Fuerzas Armadas extranjeras, sobre todo de países cercanos o aliados, manifestación de los cambios en las relaciones internacionales que se han dado. Tropas francesas desfilando en Berlín o alemanas en París hoy son símbolo de la superación de cuatro guerras libradas en dos siglos.
En el caso argentino, la incorporación de los veteranos de Malvinas es un gesto que la población acompaña con simpatía y reconocimiento, como ha sucedido tanto en 2016 como en 2017.
La presencia del presidente en el desfile militar hace a su función indelegable como jefe de Estado y que todos los jefes de Estado asumen. Cabe recordar que, de acuerdo con la Constitución Nacional, es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, conduce las relaciones exteriores y es el jefe de la administración.
Respecto a las críticas al desfile en función del rol de las Fuerzas Armadas durante el último gobierno militar, no es algo que se dé en ningún país de la región, en la cual la mayoría tuvo gobiernos militares y conflictos políticos derivados por violaciones a los derechos humanos, como lo atestiguan los casos mencionados anteriormente.
El mismo Juan Domingo Perón, depuesto por un golpe militar en 1955, que lo expulsó de las Fuerzas Armadas y lo privó del uso del grado y el uniforme, cuando retornó al país, 18 años más tarde y volvió a ser presidente, asumió en plenitud todo su rol simbólico y efectivo como su comandante en jefe. Vistió repetidamente el uniforme de teniente general, visitó la Base Naval de Puerto Belgrano —que había jugado un rol relevante en su derrocamiento—, en el Colegio Militar presidió el acto por el Día del Ejército, en su breve presidencia de nueve meses.
Lo hizo, aunque incluso muchos de los generales, almirantes y brigadieres que estaban en actividad, como oficiales subalternos 18 años antes, habían tenido un rol activo en su derrocamiento.
En cuanto a los desfiles realizado en 2016 y 2017, ninguna fuerza política relevante tomó una posición crítica, ni hubo manifestación social alguna de rechazado durante las horas que duró, así como tampoco en el posterior festival de bandas, más allá de la polémica que tuvo por ámbito las redes sociales.
Es que más allá de las polémicas sobre el pasado, la gran mayoría de la población percibe la fiesta patria y el desfile militar como un momento y un gesto de unidad nacional, antes que una oportunidad de manifestación de los conflictos originados en el pasado. La presencia de los veteranos de Malvinas es un gesto que la población valora y celebra.
Este desfile es necesario, además, porque en 2018, además de no realizarse, tampoco se efectuó homenaje nacional a San Martín ni a Sarmiento. El homenaje a Belgrano, que es el 20 de junio y se realiza frente al monumento a la bandera en Rosario, tampoco tuvo lugar. Retomar la conmemoración patriótica debe ser la primera política de Estado, que une y no divida al país.
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.