En épocas electorales es habitual que todo el mundo desconfíe de las encuestas. Eso ocurre por dos razones. La primera es que muchas veces se difunden números falsos para generar expectativas. Como sostiene correctamente Jaime Durán Barba cada vez que opina del tema, eso es una pavada. Pero se hace. La segunda razón es porque, en los últimos tiempos, en la Argentina y en el mundo, las encuestas han fallado mucho: la gente miente, el teléfono celular incorporó un nuevo elemento difícil de calibrar, los instrumentos no alcanzan para que las mediciones sean precisas. En ese contexto, sin embargo, hay dos indicadores que suelen ser bastante confiables, al menos, sobre el humor social. Son los Indices de Confianza del Consumidor y en el Gobierno que, mes a mes, haya elecciones o no, elabora la Universidad Di Tella, en base a sondeos de la poderosa encuestadora Poliarquía.
En los dos últimos meses, esos indicadores mostraron un fuerte cambio de estádo de ánimo respecto de lo que ocurre en la economía. Lo mismo sucedió con la confianza en el Gobierno. En ambos indicadores las percepciones optimistas crecieron cerca de un 25 por ciento. Cualquiera que compare, los números de ambos índices con el nivel en el que estaban a pocas semanas de elecciones anteriores, y los relaciones con sus resultados, podrá llegar a una conclusión muy evidente. Hace un par de meses, Mauricio Macri no tenía ninguna posibilidad de ser reelecto. Ahora, en cambio, existen posibilidades de que ese milagro suceda. Esos indicadores, que se conocieron esta semana, coincidieron con la difusión de varias encuestas en las que la formula oficialista aparece a menos de cinco puntos de diferencia del peronismo, y -como mínimo- empatando en la segunda vuelta.
El mundo de los encuestadores, en estos días, está dividido entre quienes creen que el peronismo tendrá una victoria cercana a los 10 puntos en agosto y los que argumentan que será menos a la mitad. Esa pequeña diferencia marca un mundo, porque en un caso, el sector financiero podría descalabrarse y provocar una victoria de los Fernandez. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en otras elecciones, las terceras opciones -Roberto Lavagna, José Luis Espert- son apoyadas mayoritariamente por votantes que, si tuvieran que votar al mal menor, se inclinarían por Macri. Entonces, puede ocurrir que en primera vuelta la distancia, si es que favorece a los Fernandez, se acorte.
Nada de esto quiere decir que las cartas estén echadas. Nadie sabe lo que va a ocurrir. Pero hay dos elementos claros. El primero es que el muerto resucitó. El segundo es que la Argentina atraviesa un experimento rarísimo. La desocupación ha vuelto a ser de dos dígitos. La pobreza ya supera el 35 por ciento, la más alta desde que se mide de esta manera. La inflación anualizada bate records: es una de las más altas del mundo, es por lejos la más alta desde 1989. El endeudamiento, que era un problema resuelto, ha vuelto a ser angustiante para el futuro del país. En los mismos indicadores que muestran la resurrección del gobierno se le pregunta a los consultados cómo están respecto de un año atrás: la cantidad de gente que dice "peor" supera a cualquier otra medición que se haya hecho.
Si alguien uniera esa linea de puntos y la proyectara, cualquiera concluiría en que un candidato apoyado por Macri no tendría ninguna chance. Le pasaría lo mismo que le sucedió en México a José Antonio Meade, el candidato de Enrique Peña Nieto, que salió en tercer lugar. Mucho peor le iría al propio Macri, artífice de esos números.
Sin embargo, ahí está Macri, aun con chances. Eppur si muove.
¿Por qué ocurre esta rareza? ¿Un tercio -tal vez una mitad- de la sociedad argentina se volvió suicida? ¿O hay algo más profundo?
Si pretende triunfar en las próximas elecciones, tal vez el equipo de los Fernández debería dedicar un poco de tiempo a entender esa paradoja, sin los prejuicios habituales del kirchnerismo. En las campañas electorales, algunos candidatos suelen prestar demasiada atención a las encuestas amigables. En el caso del kirchnerismo, eso tiene una razón psicológica. La concepción de que el kirchnerismo es el pueblo, y sus opositores todo lo contrario, incorpora naturalmente la idea de que las mayorías les pertenecen, aun contra todo lo que la realidad les devolvió en casi todas las elecciones desde el 2007. Esa percepción, alimentada por encuestadores supuestamente amigos como Roberto Bacman o Analía del Franco, les ha hecho cometer muchos errores.
Entonces, subestiman episodios aparentemente menores: Mempo Giardinelli dice que hay que terminar con la justicia independiente o impulsar una Conadep del periodismo, Hebe de Bonafini dice que hay que "tomar carnicerías" para defender al juez Alejo Ramos Padilla, Maximo Kirchner se fotografía con Santiago Cuneo, dirigentes importantes apoyan a Cristobal Lopez en el juicio por evasión. Todos esos hechos -uno por día- han ayudado mucho en los últimos años para convencer a los independientes de votarles en contra. Si el diagnóstico es que "el pueblo nos votará no importa lo que suceda", corresponde subestimarlos. Pero, ¿y si no es así? ¿no se está dando demasiada ventaja?
El dato objetivo más preocupante para Macri es que en las provincias su desempeño fue malo: respecto del 2015, perdió más de medio millón de votos. El peronismo, en cambio, arrasó en las provincias donde había ganado y redujo la diferencia en donde había sido derrotado. Incluso triunfó en distritos importantes, como Santa Fé, que se le resistían. ¿Por qué esos números no se ven en los sondeos nacionales? ¿Por qué ni siquiera ahora, con el peronismo unido en una sola propuesta, por primeras vez desde 1999, no aparece esa mayoría contundente que siempre tuvo?
Tal vez una de las razones es que el influjo que provocan las candidaturas moderadas de las provincias no se traslada mecanicamente a una fórmula kirchnerista. ¿A quien votarán en la elección nacional los votos conservadores que eligieron a Omar Perotti en Santa Fé? ¿Y los que optaron por Alberto Weretilneck en Rio Negro?
Si este punto de vista fuera correcto, Alberto Fernandez tendría tanto más posibilidades de ganar cuanto más peronista y menos kirchnerista parezca. Eso es difícil si Cristina es su candidata a vice, Axel Kicillof su candidato a gobernador y lleva tantos candidatos a diputados de La Campora. Además, resolver ese tema es muy complejo. Esta semana, por ejemplo, Fernández elogió el INDEC de Macri en comparación con el de Cristina, y opinó que Cristina debió haber sido más prudente al alguilarle habitaciones de sus hoteles a Lazaro Baez. Ese intento puede resultar un arma de doble filo. Primero porque critica a la otra integrante de la fórmula. Segundo, porque ella puede perder la paciencia. Encima, las apariciones de Mempo y su pandilla complican más las cosas.
Jorge Lanata contó esta semana en el programa Corea del Centro su último diálogo con el Presidente. "Lo noté eufórico", dijo.
Ante ese dato, un consultor muy importante, de esos que prefieren no difundir datos, se sorprendió.
"Eufórico? No me parece que haya motivos para que esté eufórico".
Que Macri tenga chances significa que no se lo puede dar por muerto.
Apenitas eso.
Nadie gana en las vísperas.