Hace mucho que me pregunto por los motivos que llevaron a mucha gente a "perdonar" a Cristina y a creer (algunos por ingenuidad y otros por conveniencia) que Alberto Fernández era un hombre republicano y que Néstor Kirchner había sido un santo patrono de la justicia social. Me sigue generando misterio la fragilidad de la memoria colectiva. Creo que el kirchnerismo es un veneno político que le partió el espinazo a la convivencia pacífica en el país, pero que además es una enciclopedia de engaños.
La entronización de Alberto Fernández se explica con la idea de encubrir todas las verdades que él mismo llegó a decir. No lo quieren recordar, pero fue Alberto el que trató a Cristina de "psicópata" y de encabezar un gobierno "psicótico que busca subordinar a la Justicia". Fue Alberto el que escribió: "No estoy a la altura de Cristina. No suelo vivir en la fantasía de los soberbios. Es penoso cómo ella somete a las instituciones" y "es deplorable toda su acción".
Dudé mucho en elegir el título de este libro Juicio y Castigo. Primero se me ocurrió "Ni olvido ni perdón". Era una arenga que en los 70 cantaban los grupos insurreccionales. Hay un documental de Raymundo Gleyzer que narra la masacre de Trelew que se llama así: "Ni olvido ni perdón". Ese concepto fue el final de una revulsiva columna de Carlos Ares en el diario Perfil. Terminaba diciéndole a Cristina Fernández de Kirchner con toda ferocidad: "No voy a olvidar. Ni los muertos ni los delitos, ni los muertos en Cromañón, por la inundación, los trenes, la inseguridad, de hambre, de miseria. No voy a olvidar. Ni a perdonar. La memoria es todo lo que tengo. Todo lo que me hace persona".
Yo no creo ni apuesto por el rencor. Es un veneno que envenena a todos. Es el odio añejado. Pero sí creo en la memoria, la verdad, la justicia y la condena, como decían nuestras pancartas en las marchas multitudinarias mientras se replegaba el terrorismo de Estado de Videla y sus cómplices. Eso no significa igualar aquel proceso dictatorial con estos 12 años de autoritarismo, megacorrupción y degradación de los valores fundacionales del progresismo.
En varias columnas opiné que la historia va a colocar el apellido Kirchner como el que profanó las sagradas banderas de los derechos humanos y las convirtió en una camiseta partidaria manchada por el dinero negro de los Schoklender y compañía.
Estas páginas más que un libro pretenden ser una rendición de cuentas. En estos artículos están todos mis aciertos y errores, sin tocar una sola coma del texto original. Confío que en esa honestidad brutal está el aprendizaje y también una interpelación al proceso kirchnerista. Para que expliquen lo inexplicable de su fortuna ante los tribunales y para que se pueda desmontar el relato mentiroso que pudieron instalar en forma exitosa durante una docena de años.
Por eso me parecía que se podía utilizar, a su vez, como resumen y título: "Juicio y castigo a los culpables". Ese era también un alarido de aquellas épocas de combate a los genocidas y de refundación de la democracia. Completo, el coro repetía levantando rítmicamente sus manos: "Ahora/ Ahora/ resulta indispensable/ Aparición con vida/ juicio y castigo a los culpables". Es un reclamo profundamente democrático y republicano. No es un escupitajo de venganza. Es la exigencia de que se aplique la ley a los que la violaron. Que paguen por lo que hicieron. Que todo el peso de la ley caiga sobre ellos. Creo que hoy también es refundacional. Es el ADN del nuevo contrato democrático que tenemos que firmar los argentinos. Nunca más a los golpes de Estado fue lo que suscribimos hace 30 años con Raúl Alfonsín. Y ese logro es propiedad del colectivo social. Es un activo de todos. Hoy deberíamos decir "nunca más" a los ladrones y a los patoteros de Estado. Nunca más a los que pisotearon la democracia en aquellos tiempos. Nunca más a los que provocaron la fractura social expuesta y los que atacaron la libertad.
Este artículo es una versión condensada del prólogo de la reedición de "Juicio y castigo" de Alfredo Leuco (Sudamericana)