Hace unos pocos días, irrumpió en la escena pública un notorio caso que escandalizó a la sociedad argentina: una red de pornografía infantil y pedofilia, que tiene como imputado por tenencia, distribución y producción de pornografía infantil a un médico pediatra del prestigioso hospital Garrahan, quien hoy se encuentra detenido con prisión preventiva. Si bien estas noticias nos producen una fuerte conmoción, y usualmente sentimos este tipo de casos como lejanos, suceden mucho más de cerca de lo que estamos dispuestos a ver y podemos creer.
Como explicaba la doctora Mabel Bianco en la charla "Delitos contra la integridad sexual de niños, niñas y adolescentes", brindada hace algunas semanas en el Instituto Hannah Arendt, este tipo de personas no son fácilmente identificables, ni configuran lo que coloquialmente podríamos llamar "inadaptados sociales", sino que se encuentran camuflados muy hábilmente dentro del entramado social, sin que podamos notarlos "a simple vista". De hecho, la estadística es brutal; en el 75% de los casos, quienes cometen estos actos pertenecen al círculo más íntimo de los menores; su núcleo familiar, y en el 40% de ellos, el agresor es el propio padre.
En este contexto, resultan casi imposibles de comprender las razones por las cuales hasta hace muy poco tiempo, en nuestro país, el abuso sexual infantil era considerado un delito de acción privada, es decir, que la acción penal solo podía ser iniciada a instancias de la víctima, de sus familiares o tutores. Esta situación afortunadamente cambió hacia fines del año pasado, cuando, a través de una modificación a nuestro Código Penal, este delito pasó a ser de acción pública, lo que implica que el Estado, mediante la administración de Justicia, investigará estos casos de oficio, pudiendo cualquier ciudadano realizar la denuncia. Si nos detenemos a pensar en esta lógica que primó por casi cien años, ¿podríamos decir que los niños eran considerados "propiedad" de sus padres y no sujetos de derechos?
Volviendo al caso del médico pediatra Ricardo Russo, los investigadores sospechan que podría ser parte de una red internacional de pedofilia, con ramificaciones en los Estados Unidos y Brasil. Una vez, más vemos que no se trata de "locos aislados", sino de un "mercado" con muchos consumidores. El caso resulta muy difícil de procesar, por el hecho en sí mismo, pero también porque cuestiona el vínculo médico-paciente, que como el de padre-hijo, pareciera ser incuestionable por la posición de autoridad que suponen unos y otros.
Sin embargo, como nos explicaba el ingeniero Pablo Romanos (responsable de Planificación del Centro de Ciberseguridad del Gobierno de la Ciudad) en la charla mencionada anteriormente, los pedófilos buscan generar confianza con los niños para luego obtener "material" para subir a las redes de distribución de pornografía.
Adicionalmente, según explican los especialistas, el pedófilo suele ser una persona amable, cariñosa y, en casos como en los de Russo, depositarios de la confianza de los padres de los menores. No es casualidad que el hecho haya sucedido en un hospital especializado en salud infantil, ya que precisamente estos personajes buscan ocupaciones y tener cercanía con lugares en los que haya niños de manera habitual y cotidiana.
Resulta imprescindible contar con información especializada que pueda servir de guía en la prevención y la detección de cualquier situación de abuso que esté sufriendo un menor. Como explicara la doctora Bianco, hay veces en que las señales se dan mediante el relato verbal, pero otras veces nos llegan signos no verbales, como el no control de esfínteres a una edad en la que no es habitual que esto ocurra, ansiedad, autolesiones, búsqueda de las zonas genitales de los adultos o dibujos con nivel de detalle de las zonas genitales. Obviamente, ante cualquier duda o sospecha, se debe recurrir a un profesional de la salud para llegar a un diagnóstico correcto.
Este es, sin dudas, un tema difícil de abordar, pero no abordarlo no lo hace desaparecer, sino que expone a los menores a mayores riesgos. Las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud y Unicef señalan que una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños sufrirán algún tipo de abuso sexual durante la infancia, tanto a nivel mundial como en nuestro país. Por eso debemos estar alertas.
La autora es miembro de la comuna 2 del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Coalición Cívica-ARI).