La marea verde es imparable, pero la clase política debe estar a su altura

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Y el 28M llegó. Del 6 de marzo de 2018 al 28 de mayo de 2019. Los 85 días de diferencia entre ambos se explican por la elección presidencial en Argentina. Cuidar el proceso para llegar a buen puerto fue la consigna entre las representantes de la Campaña Nacional Por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito y la coalición de diputados que el 14 de junio de 2018 dio media sanción a la legalización del aborto con 129 votos.

¿Exceso de prudencia? No. Compromiso informado. ¿Diagnóstico correcto? No. La plaza de pañuelos verdes, otra vez como en 2018, fue la verdadera protagonista. Superó expectativas y aportó el liderazgo que la dirigencia política creía tener. Interpeló con autenticidad, persistencia, frescura, potencia y visibilidad. Ninguna derrota por la negativa en el Senado. Ninguna parálisis por la incisiva y agresiva campaña organizada por quienes se enrolaron en la coalición celeste. Ningún temor, ninguna agresión, misma frescura, nada de claudicación. ¿Qué pasó? ¿Por qué es necesario que sea ley este año? ¿Qué debería ocurrir en esta elección presidencial para lograrlo?

Es la sociedad, no la política. El debate sobre la legalización del aborto en Argentina será recordado como uno de los temas que logró en estos 36 años de ejercicio de libertad de expresión, máxima democratización. Rompió todos los muros, públicos y privados. Vinculó tres generaciones distintas -X, Y, Z- en una demanda que los tenía como protagonistas. Visibilizó un nuevo lenguaje: elles. Unió a periodistas y políticos de posiciones ideológicas distintas. Atravesó todas las profesiones, médicos, actrices, escritores, constitucionalistas, empleadas, pastores. Diluyó clivajes de clase. Mostró todos los prejuicios. Creó nuevos actores colectivos: la reacción de las iglesias evangelistas. Y así lo hizo porque no le pertenece a la dirigencia de ningún tipo. Esa autonomía social se dice así misma. Y nada los detendrá porque como el fenómeno de Ni Una Menos es genuina. Atraviesa la especulación y muestra el desconcierto de quienes quieren representar algo que los supera. "Será Ley" es la consigna y ahora ya no alcanza con que quienes quieran postularse a la presidencia digan que es un problema del Congreso en Argentina. Menos que la despenalización sin legalización es la salida

¿Será ley? Debe ser ley. Las razones son conocidas. Han sido dichas. Repetidas. Probadas. Y desde que la media sanción fue rechazada en el Senado de la Nación, visibilizadas con más y no menos angustia; con más y no menos evidencia; con más y no menos orfandad; con más y no menos impotencia; con más y no menos víctimas. Niñas No Madres; hijos e hijas sin madres. Las cifras aumentan. Después del debate no hay ninguna razón ética para que un Estado democrático como Argentina obligue a la clandestinidad a esas vidas, esas muertes y esas estadísticas.

No es con un atajo como "despenalizar sin legalizar" como se resolverá. Las leyes no solo regulan libertades o límites; enseñan. Y la legalización del derecho al aborto en Argentina tiene además ese fin. Enseña que en democracia a diferencia de una teocracia la única regla en derechos individuales es la tolerancia. Nadie obliga a quienes piensan distinto a realizar algo que no elegirían, pero ninguna ley en democracia puede obligar, como es hoy, en Argentina, a las mujeres adolescentes y niñas a no poder elegir la vida que sí deberían poder elegir. Ellas no están solas. Tres generaciones demandan lo que todas las democracias tienen.

Los liderazgos presidenciales no pueden ser neutrales. En 2016 el Congreso de la Nación hizo ley el debate presidencial obligatorio. Evitar el síndrome de la silla vacía. Enseñar que en un proceso electoral la información es un derecho de la ciudadanía y no una concesión de la dirigencia política. Se asignaron 30 millones para realizar ese debate en 2019. La idea de la obligatoriedad iba unida a la idea de que los candidatos realmente pudieran expresarse en temas que interesaban a la ciudadanía y no que quienes tuvieran a cargo su implementación negociaran las preguntas para evitar incomodidades. La institución presidencial es la única que representa a todo el país. Nos representan así justo porque no se representan así mismo. Representan al Estado más allá de las provincias. Por eso es la institución que nos une a todos. Para los ciudadanos es mucho más que los diputados; mucho más que el Senado. Y lo es. Ahora les toca a ellos acordar que harán con la plaza de los pañuelos verde esperanza. ¿Representarán ciudadanía o iglesias? ¿Mayoría o minorías intensas? ¿Consolidarán liderazgo delegando?

El Congreso se expresó en 2018. Delegar en el Parlamento es elegir la derrota en el Senado. Claro que necesitamos avanzar hacia la política del acuerdo en Argentina. Pero este acuerdo no debería ser omitido. Si así lo hicieren es difícil que sea creíble que quieran liderar el futuro en el país. Si lo hacen juntos no hay costos para ninguno y hay derechos para quienes hoy no los tienen. Si no lo hacen, seguirá abierta la enorme brecha que caracteriza a la Argentina de hoy: una ciudadanía profundamente democrática y una dirigencia profundamente conservadora. Cerrar esa brecha es hoy la única grieta; y no sólo con los pañuelos verdes, como todos sabemos.

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