La incógnita del poder en la dupla Fernández-Fernández

(Nicolás Aboaf)

Hasta hace un par de semanas, y durante años, los dos candidatos de la flamante fórmula presidencial kirchnerista se pregonaban ataques verbales el uno al otro. Y, para colmo, esos ataques no eran contra la persona sino contra el político. Cristina y Alberto no se odiaban, sino que desaprobaban la visión política del otro. Y ahora se unen, justamente, para hacer política.

Esto ha llevado a muchos a concluir que en la fórmula Fernández-Fernández hay un candidato real, y uno meramente nominal. Más concretamente, el candidato real sería Cristina. Ella es la que tiene los votos —más votos que cualquier otro posible candidato, y definitivamente más votos que Alberto. Alberto, en cambio, solo ocuparía un rol nominal en la fórmula presidencial, con el objetivo de templar la imagen intransigente y autoritaria de Cristina, convirtiendo a la fórmula kirchnerista en una menos fundamentalista y así atrayendo a algún que otro votante peronista o de izquierda que no votaría a Cristina como presidente. De ganar las elecciones, Cristina gobernaría informalmente (según la teoría titiritera) o incluso formalmente (según la teoría de la renuncia de Alberto). Algunos sugieren una tercera alternativa: una puja de poder entre quien ostenta el poder formal y quien ostenta el poder real, cuyo desenlace resulta impredecible.

Los tres escenarios tienen sentido, pero existe un cuarto escenario poselectoral más probable: ni puja ni Cristina. Pero claro, todo esto suponiendo que el kirchnerismo gane las elecciones.

¿Quién va a ser el próximo presidente? Mirando las últimas encuestas, muchos comentaristas parecen estar cada vez más convencidos de que el kirchnerismo le va a ganar a Cambiemos en el ballotage, e incluso de que podría ganar en primera vuelta. Por cada voto positivo que ha logrado retener Mauricio Macri, Cristina tiene un voto y medio. En votos positivos, Macri no tiene chance —y ni hablar de Sergio Massa, Roberto Lavagna o Juan Manuel Urtubey.

El problema es que el resultado de las últimas elecciones nacionales en Argentina —y especialmente el de la última elección presidencial— lo han determinado los votos negativos, no los positivos. El argentino promedio termina votando al candidato que menos detesta, no al que más ama. Esto habla pestes del sistema político actual (o de quienes lo integran), incapaz de generar gobernantes que sean más atractivos que espantosos. Pero ese es otro tema. Lo cierto es que las encuestas generan mediciones sesgadas hacia el voto positivo o, dicho de otra forma, mediciones que subrepresentan al voto negativo. Incluso las encuestas sobre un hipotético ballotage lo hacen, porque el encuestado tiende a responder desde su frustración con el gobierno actual, pero tiende a votar de manera más equilibrada, tomando en cuenta más seriamente cuán espantosa le resulta la alternativa no oficialista.

Por esto, hay que ser cauteloso (y desconfiado) a la hora de interpretar los resultados de las encuestadoras. A pesar de lo que sugieren las encuestas, al kirchnerismo le va a costar mucho ganar las elecciones. La segunda vuelta va a ser inevitable, pues solo el kirchnerismo podría ganar en primera vuelta, y esto es imposible si el peronismo no se presenta con una única fórmula, Fernández-Fernández. La segunda vuelta va a ser entre Cambiemos y el kirchnerismo; en la mirada del votante promedio, Macri o Cristina. Y aquí ganará el que genere menos espanto. Por eso, el ballotage (a diferencia de la primera vuelta) sí será muy peleado, como lo fue en 2015, y ningún candidato tiene hoy una clara ventaja sobre el otro.

Si Alberto Fernández le gana a Macri en segunda vuelta, ¿quién gobernará la Argentina por los próximos cuatro años? ¿Gobernará Cristina, manejando al presidente Alberto como a un títere, o quizás asumiendo la presidencia tras la renuncia de él? ¿Se librará en la Casa Rosada una batalla a muerte para ver quién se queda con las riendas del país? Cualquiera de estos tres escenarios es posible, pero hay otro más probable: Cristina dará un paso al costado, y el presidente formal será el presidente real desde el primer día de gobierno. Según esta hipótesis, la fórmula Fernández-Fernández sería el resultado de un acuerdo entre ambos —un acuerdo que no es solo electoral sino también un acuerdo de gobierno. Cristina cumpliría un rol protagónico hasta las elecciones; de ahí en adelante, Alberto sería el único protagonista.

¿Por qué le dejaría Cristina todo el poder a Alberto, sin siquiera presentarle batalla? Porque no le interesa gobernar. Cristina quiere retirarse de la política. Pero entonces ¿por qué presentarse como parte de la fórmula presidencial? Probablemente esta decisión responda a una doble motivación. La razón principal es que Cristina quiere retirarse, pero no en la cárcel. Su situación judicial está muy complicada, y necesita que el próximo gobierno sea kirchnerista (o por lo menos peronista) para ser absuelta —ella y sus seres queridos. La única forma de ganar las elecciones es evitando que el 35% del electorado que la sigue con veneración se divida electoralmente, votando a distintos candidatos. La forma más eficaz de mantener a ese 35% electoralmente unificado es siendo ella misma parte de la fórmula presidencial.

La otra razón —claramente secundaria— por la que Cristina quiere que el kirchnerismo gane las elecciones es menos egoísta y más patriótica que la de evitar la cárcel. Cristina cree que las políticas del macrismo le han hecho, y le seguirán haciendo, mucho mal al país. Probablemente también crea que lo mejor que le puede pasar al país son más años de kirchnerismo, en su versión cristinista o nestorista —después de todo, Cristina siempre ha juzgado a su gobierno más por los logros futuros (e imaginados) que por los fracasos actuales.

La fórmula Fernández-Fernández tiene un candidato nominal: Cristina. Es probable que los roles hayan sido acordados con precisión entre los dos Fernández: el rol de Cristina es puramente electoral, el de Alberto es un rol de gobierno. Si ganan las elecciones, el año que viene seguramente empecemos a hablar del albertismo.