Entendiendo los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo

Oscar Moscariello

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Un votante emite su voto para las elecciones europeas en la Estación Central de Ámsterdam (Reuters)
Un votante emite su voto para las elecciones europeas en la Estación Central de Ámsterdam (Reuters)

Tras las elecciones al Parlamento Europeo llevadas a cabo en los últimos días, podemos afirmar que, sin lugar a dudas, la abstención se presenta hoy como el principal partido del Viejo Continente. Alrededor del 50% de los ciudadanos de los 28 Estados que componen a la Unión Europea han elegido no votar. En algunos países, solo tres de cada diez personas acudieron a las urnas. Este nivel de abstencionismo debilita a las instituciones europeas y afecta su influencia en el mundo, algo que, naturalmente, nos concierne a todos.

Me pareció, por eso, un poco raro escuchar al presidente del Parlamento Europeo felicitarse por el hecho de haber sido la mayor participación de los últimos 20 años.

El más peligroso adversario de la política europea es, por estos días, la indiferencia de aquellos a los que debe representar. Para contrarrestar esta tendencia, es imperativo convocar a los jóvenes, en particular a través del voto electrónico. Asimismo, hay que eliminar los obstáculos a la participación de los inmigrantes. En algunos casos, europeos que viven fuera de su país han tenido de recorrer 600 kilómetros para encontrar el consulado más cercano.

Creo, además, que la abstención constituye uno de los factores que explican el surgimiento de nuevos actores políticos anti-europeos e incluso de la extrema derecha. La xenofobia siempre sale a votar, mientras que muchos demócratas moderados, por lo que parece, prefieren comentar la actualidad en las redes sociales antes que visitar la urna una vez en cada cinco años.

Al respecto, importa destacar que se trató de la primera elección al Parlamento Europeo en que pudieron participar ciudadanos nacidos en el siglo XXI. Son jóvenes que, igual a la generación de los principales líderes europeos, no tienen —afortunadamente— memoria de la guerra.

Desconocen que, cuando el proyecto europeo dio los primeros pasos, no había moneda única ni banco central europeo, no había política agrícola común ni programa Erasmus. Había, eso sí, guerra —la Segunda Guerra Mundial, la mayor guerra de siempre. Había, eso sí, millones de muertos y un continente en ruinas.

Es imperativo que los guardianes de la Unión Europea mantengan viva la memoria de sus raíces; que recuerden a los europeos, si es posible todos los días, que la paz no siempre fue una realidad.

Sin embargo, contrariamente a lo que se había supuesto, el principal vencedor de las elecciones europeas no fue el euroescepticismo, sino los partidos ecologistas. Las causas climáticas suman cada vez más militantes, que no parecen encontrar respuestas a la altura de sus preocupaciones en los partidos tradicionales.

Estas tendencias —refuerzo del euroescepticismo y crecimiento de las fuerzas ecológicas— motivaron un cambio inédito: por primera vez, las dos mayores familias políticas europeas, los conservadores y los socialistas, no tienen una mayoría en el Parlamento Europeo. Como ya es el caso en diversos Estados miembros, el fin del viejo bipartidismo llegó, también, a Estrasburgo.

Este nuevo ajedrez político, del que pronto dejará de formar parte el Reino Unido, va a exigir más diálogo, más alianzas, más paciencia. Creo que, poco a poco, asistiremos a la consolidación de dos bloques. Por un lado, los integracionistas liderados por el presidente francés Emmanuel Macron y la alemana Annegret Kramp-Karrenbauer. Del otro, los soberanistas encabezados por el vice primer ministro italiano, Matteo Salvini, la francesa Marine Le Pen y el polaco Jaroslaw Kaczynski.

Una cosa es cierta: serán inevitables enfrentamientos, choques y brazos de hierro.

El autor es embajador en Portugal.

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