En el día de ayer, el Senado de la Nación dio sanción definitiva la ley que da determinados incentivos a las empresas ligadas a la economía del conocimiento. Este es el sector de la economía que utiliza el conocimiento como elemento fundamental para generar valor y riqueza por medio de su transformación a información. Abarca rubros como educación, investigación y desarrollo, tecnología de la información, software, telecomunicaciones, robótica, nanotecnología, industria aeroespacial, servicios profesionales, etcétera, solo por dar algunos ejemplos.
Día a día vemos que aparecen empresas, tanto en la Argentina como en el mundo, que ofrecen nuevos productos o servicios, muchas veces impensados años atrás. Por ejemplo el servicio de taxis, el alquiler de inmuebles o la generación de contenidos e información en tiempo real. Hasta cuasimonedas sin existencia física. Y en muchos de estos casos son empresas que no tienen ninguno de estos bienes, sino que ofrecen plataformas para que acuerden la oferta y la demanda.
Pero es mucho más que eso. Son servicios profesionales, donde un ingeniero está haciendo planos para una central eléctrica en Australia, un arquitecto diseña un megacomplejo comercial en Colombia o un abogado analiza un contrato entre una compañía internacional y el gobierno italiano desde su casa en Córdoba. Y créanme que todos estos casos son reales en nuestro país. También son empresas que están haciendo el software de los parques de Disney o el médico que está operando los ojos de un ciudadano inglés. O el satélite que se construye en Bariloche.
En nuestro país (y en el mundo) esta es una actividad creciente y consolidada, y ofrece una de las mejores oportunidades para el crecimiento de la economía. Baste decir que hoy genera en Argentina más de seis mil millones de dólares anuales de exportaciones —con un creciente superávit comercial—, que emplea de manera registrada a más de 400 mil personas. Y crece y crece.
Pero eso no es todo…, porque no solo involucra a las actividades precedentes, sino que se inserta en gran parte del resto de la economía. Pensemos, por ejemplo, un sector tradicional manufacturero como el automotriz. Cada día hay menos personas involucradas en la producción del vehículo en el piso de la planta de montaje, y muchas más programando los robots o mecanismos automáticos que los producen. O la industria textil, que cada día necesita, por ejemplo, más diseño, creación de marca, logística y franquicias, convirtiendo la producción tradicional en un proceso automatizado e integrado con las cadenas comerciales.
Es por eso que debemos analizar las políticas y las acciones que debe llevar adelante un país como un conjunto de actividades a encarar coordinadamente en un plan estructurado.
Por lo tanto, esta ley es un paso necesario pero no suficiente, dado que debe insertarse dentro de un plan integral que genere gente y empresas preparadas. En especial personas con habilidades digitales y técnicas. Sin "talentos" no habrá economía del conocimiento. Y agregarle fortaleza a las empresas existentes y crear nuevas, que estén en condiciones de competir en el mundo. Porque sin empresas no podemos generar el músculo necesario para convertir el talento en conocimiento que sea atractivo para otros los adquieran y usen.
Argentina está en esta carrera y tiene muchas condiciones de tener una participación relevante, globalmente hablando. La ley es un paso, un buen paso en ese sentido.
Si hacemos las cosas bien, no me extrañaría que en no mucho tiempo veamos a la economía del conocimiento como algo tan relevante —económicamente hablando— como lo es la producción agropecuaria actualmente.
En nosotros está hacerlo. Hay buenos vientos. A no perder las oportunidades.
El autor es ingeniero. Ex subsecretario de Servicios Tecnológicos e Innovación Productiva. Dos veces presidente de la Cámara del Software y Servicios Informáticos, propulsor de la ley del software. Director ejecutivo de ArgenCon, Argentina del Conocimiento.