Una vez más, Cristina Fernández digita la agenda pública de los argentinos. Como aquel jueves en la Feria del Libro, el país entero discute sobre ella. Medios de comunicación, redes sociales, oficialismo, oposición, clase media, campo, industria, proletariado, pobretariado: todos pendientes de sus palabras y silencios. Hasta el Cordobazo de Juan Schiaretti quedó diluido por el anuncio de la fórmula Fernández-Fernández. La ex Presidenta cuenta con un activo indiscutible: creatividad política. Genera jugadas, desplazamientos, posicionamientos y bloqueos que ningún radar detecta. Sin duda, es una de sus claves para conservar la centralidad.
La ex mandataria parece haber tomado apuntes de los últimos sucesos en la región. Primero, Ecuador, donde Rafael Correa le prestó la estructura de Alianza País a Lenín Moreno y, como contrapartida, facturó causas judiciales, aislamiento y un exilio en Bélgica. Segundo, Brasil, donde Lula, por su situación penal, intentó transferir —sobre la hora— su capital electoral a Fernando Haddad y, como resultado, obtuvo el aterrizaje de Jair Bolsonaro al Palacio del Altiplano. El aprendizaje de la senadora es doble: no se puede abandonar completamente el poder y la ciudadanía necesita tiempo para asimilar un trasvase de liderazgo.
Como paso siguiente, habría que subrayar un rasgo esencial para llevar a cabo cualquier estrategia comunicacional: la ausencia de filtraciones. El sistema comunicacional de Cristina —por cierto, algo obsoleto: continúa usando herramientas 2.0 como Twitter con una lógica unidireccional, no conversacional— carece de goteras. Los mensajes de Unidad Ciudadana salen a la luz en el momento deseado. El tempo es parte del discurso. Algo que no entendió el Gobierno, que, en casi cuatro años de gestión, no pudo controlar ni ordenar sus flujos discursivos. Cambiemos renunció al factor sorpresa, recurso básico para calibrar los vientos de la opinión pública.
Una tercera lectura es la metamorfosis del ethos de Cristina Fernández. El ethos, según la investigadora Ana Soledad Montero, es la imagen que el orador construye de sí mismo en su discurso. Tanto en la presentación de su libro como en la pieza audiovisual que circuló el pasado sábado, la ex Presidenta mostró una faceta más amable, terrenal, humana. Una versión que toma distancia de su tono mesiánico y su clásico registro hiperbólico. Y también del mute que activó en el 2016, a principios del 2017 y parte de este año. Todo indicaría que estamos frente a una Cristina que no quiere bramar ni callar, simplemente hablar con un volumen bajo. En ese sentido, la vicepresidencia es un espacio ideal. El tiempo dirá si dicha transformación es sincera o, por el contrario, interesada.
Además, la fórmula Fernández-Fernández (nota maketinera al pie: un plato servido para los publicistas que sean contratados para la campaña) reconfigura la batalla narrativa que se libra este año. Por un lado, pierde intensidad la trama dicotómica propuesta por el Gobierno entre república (transparencia, futuro y pluralismo) y populismo (corrupción, cortoplacismo y autoritarismo). Si bien Cristina sigue en la ecuación, el micrófono principal lo tiene Alberto. De hecho, la imagen que veremos en el debate presidencial será Mauricio Macri contra el dirigente del grupo Callao. Asistimos a un cambio de género: nos mudamos de la tragedia al drama. Menos épica, más realpolitik. Incluso, algún optimista ansioso podría pensar que somos testigos del ocaso de la grieta tal como la conocimos hasta ahora.
Saliendo del barrio kirchnerista, habría que ojear los siguientes movimientos del peronismo lírico. ¿Qué relato escribirán Massa, Lavagna, Schiaretti, Pichetto y Urtubey en un escenario menos polarizado? Una posibilidad sería concentrar las municiones verbales en Cambiemos. Afilar el discurso económico y perseguir el segundo lugar del podio en las PASO. Quedar detrás de Unidad Ciudadana y, de cara a las elecciones generales de octubre, diseñar un guion sustentado en las formas democráticas (respeto a la Constitución, libertad de expresión, división de poderes, etcétera) para conformar una gran interna justicialista: peronismo herbívoro versus peronismo carnívoro. Claro que para todo esto la tercera vía antes debería confeccionar una fuerza compacta, con reglas, identidad y fronteras claras. Por ahora, más que un colectivo, es un archipiélago de individualidades.
¿Está lista Cristina para ceder la cabecera de la mesa? Este es uno de los interrogantes cruciales: si su ego podrá —o no— rechazar el todo, teniéndolo a mano. Otra duda, más de índole comunicacional, es saber si ella y Alberto Fernández podrán romper la máxima que sostiene que el medio es el mensaje. El jefe de gabinete de Néstor Kirchner es un especialista del círculo rojo (Carlos Pagni lo llamaría "un profesional del poder"). Pero su influencia en la superestructura carece de un correlato en la estructura, donde nacen y mueren los votos. Y el carisma no se presta (sobra evidencia al respecto). Las urnas nos contarán si estábamos frente a un candidato forzado o un líder tapado.