La beatificación del obispo Angelelli es signo de una nueva sensibilidad en la Iglesia Católica

Es claramente visible la vocación del papa Francisco por producir cambios significativos en procura de inspirar, a una Iglesia en retroceso, la vitalidad de un espíritu cristiano más auténtico

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Monseñor Enrique Angelelli, el obispo mártir de La Rioja, ahora beato por decisión del papa Francisco
Monseñor Enrique Angelelli, el obispo mártir de La Rioja, ahora beato por decisión del papa Francisco

Como es notorio, los procesos en la Iglesia llevan su tiempo. De todos modos, esperar una generación para beatificar al obispo Enrique Angelelli probablemente hubiera evitado algunos dolores de cabeza, pero eso no está garantizado y, en todo caso, la decisión del papa Francisco puede ser calificada de incorrecta o apresurada por sus críticos más conservadores, pero resulta claramente indicativa de una nueva sensibilidad en la Iglesia Católica que ha comenzado a transitar trabajosamente su tercer milenio. Siempre es bueno entender el contexto (incluyendo el histórico), porque ayuda a comprender el texto.

Un cambio radical

No faltaron algunas voces que interpretaron el hecho como un intento del Papa de ejecutar una medida política destinada a lavar presuntas culpas del episcopado argentino en la materia, sobre todo por omisión. Pero me parece que una beatificación de Angelelli evidencia o deja al descubierto una tendencia más alta. El proceso de canonización merece un poco más de altura en su consideración, aunque una gallina siempre verá al águila como otra gallina que vuela. La que otras aves alcanzan a atisbar y que asoma en el horizonte en el magno marco de la historia contemporánea de la Iglesia Católica.

Es verdad que si bien, y como es natural hasta ahora, ella aparece como minoritaria, esta emergencia traduce sin embargo las primicias de un deseo que algunos santos como Charles de Foucauld anticiparon de una vuelta a las raíces del cristianismo, ya prefigurado por el Concilio Vaticano II (1962-1965). Su irrupción se produce no sin provocar, como resulta previsible, algunos dolores de parto, pero al mismo tiempo suscita nuevamente una esperanza de lo que anteriores pontífices, verbigracia Juan Pablo II, vislumbraron como una nueva primavera de la Iglesia.

Un joven Enrique Angelelli, en Roma, participando del Concilio Vaticano II, década del 60
Un joven Enrique Angelelli, en Roma, participando del Concilio Vaticano II, década del 60

Siempre ha sido así, por otra parte, y si bien se mira, ello no es sino una muestra más de una decidida vocación notoriamente visible en la sensibilidad francisquista de producir cambios significativos en procura de inspirar, a una Iglesia en retroceso, la vitalidad de un espíritu cristiano más auténtico. Lo que está aquí en discusión no es otra cosa que el propio Concilio, que el actual Papa quiere terminar de realizar, no sin encontrar sus últimas resistencias. Esta es la clave interpretativa de buena parte de la oposición conservadora al actual pontificado.

Cuando éste haya finalizado su andadura histórica, habrá un listado de descontentos, pero nadie podrá decir que aquí ha faltado iniciativa o se ha perdido el tiempo. La paz y el orden de los cementerios no es algo con lo que se pueda identificar el actual momento de la Iglesia, y este estadio muestra hasta qué punto el proceso está llegando a su raíz.

Que parezca un accidente

La audacia del Papa no es gratuita sino que tiene sus costos. El hecho, para empezar, ha desatado una discusión sobre el carácter martirial de la muerte del nuevo beato. ¿Fue un accidente o un asesinato? La Justicia ha dictaminado y la Santa Sede ya ha sacado su propia conclusión sobre el tema. Entonces, como recomienda una saludable praxis de la tradición católica, Roma locuta, causa finita, con lo que el párrafo merece terminarse con un punto. El gobierno militar consideró que no podía encarcelar y menos eliminar a un obispo a quien consideraba un enemigo sin poner en riesgo su prestigio internacional ya bastante deteriorado, y que tampoco se lo podía hacer desaparecer, por el mismo motivo. La conclusión decanta sola.

Los 4 mártires de La Rioja beatificados: dos sacerdotes, un laico y un obispo
Los 4 mártires de La Rioja beatificados: dos sacerdotes, un laico y un obispo

De todos modos, seguramente la respuesta a la pregunta sobre la naturaleza de su muerte seguirá siendo objeto de controversia por un tiempo, pero, como dicen los juristas, en los hechos la causa deviene abstracta. No obstante, más allá de ello, existe también otra cuestión acaso mucho más profunda que la nueva beatificación ha suscitado, y esta se refiere al concepto mismo de martirio.

Una relectura del odium fidei

El obispo, en caso de haber sido asesinado, ¿lo fue por causas políticas o religiosas? Si lo fue por ambas, como los datos parecen mostrarlo, la cuestión se complica. La respuesta es importante porque para ser acreedor a una causa de beatificación (un paso previo a la declaración de canonización, que importa el reconocimiento definitivo de la santidad), en la teología y en la praxis de la Iglesia Católica, el factor del odium fidei (odio a la fe) resulta obviamente decisivo.

Llegados a este punto cabe preguntarse entonces qué significa el "odio a la fe", porque es precisamente este significado el que ha variado en la interpretación que se le ha asignado en los últimos años y que difiere de la tradicional, centrada más bien en motivos de naturaleza dogmática. Aparecen ahora otros elementos que antes, por las causas que fueren, no eran objeto de la misma ponderación, y que este nuevo espíritu, en cambio, tiene en cuenta.

La Justicia ha dictaminado y la Santa Sede ya ha sacado su propia conclusión: el accidente automovilístico en el cual Angelelli perdió la vida en 1976 fue intencional
La Justicia ha dictaminado y la Santa Sede ya ha sacado su propia conclusión: el accidente automovilístico en el cual Angelelli perdió la vida en 1976 fue intencional

Nos encontraríamos de este modo ante una mutación del sentido original del martirio, por el cual se consideraba que un cristiano revestía esa condición cuando era objeto de un ataque violento que muchas veces podía culminar con el sacrificio de su propia vida por una cuestión sobre todo relativa a su fe religiosa, por ejemplo, por confesar su carácter de tal.

Se trataba así de un enfoque primariamente doctrinal. Sin embargo, en una multitud de casos dicho factor no estaría del todo claro cuando se le superponen otros elementos de carácter social y político. El mismo Jesucristo fue crucificado por causas religiosas pero también políticas, en el sentido de subvertir el orden y la pax romana. Los mártires de la persecución mexicana o la guerra civil española, incluso del comunismo, son también un ejemplo de esta misma situación.

Hay que tener en cuenta, por otra parte, que muchas veces el llamado "odio a la fe" no ha sido en realidad odio a la religión en sí misma en cuanto tal, sino odio a la Iglesia, y más de una vez ese rechazo no ha sido a las cosas buenas de la Iglesia, sino a sus fallos y pecados. Si afinamos el lápiz, hay que reconocer que lo que ha habido en bastantes de esas hostilidades es en realidad un odio al clericalismo, una enfermedad del espíritu religioso que lo convierte en un instrumento o un abuso del poder. Se puede verificar así una constante histórica por la cual el clericalismo engendra anticlericalismo.

La fe y las ideologías

Tanto los mártires mexicanos y españoles como los de la órbita soviética fueron cristianos perseguidos por sistemas políticos de izquierda. Pero ¿qué ocurre si el impulso persecutorio proviene de un gobierno de  derecha? La pregunta no es ociosa porque son bastantes los fieles que no están dispuestos a admitir esa posibilidad y desde luego ella muestra hasta qué grado la fe religiosa aparece en demasiadas ocasiones subordinada a categorías temporales en un género de cristianos que, afectados por un condicionamiento cultural, no se resignan a reconocer que la fe está por encima de las ideologías.

Monseñor Angelelli era obispo de La Rioja. En la foto, junto al entonces gobernador de esa provincia, Carlos Menem
Monseñor Angelelli era obispo de La Rioja. En la foto, junto al entonces gobernador de esa provincia, Carlos Menem

Es que, si se acude a la historia, que por algo es maestra, se comprende que el asunto no pasa por las ideologías. Según se mire, tampoco los primeros cristianos fueron martirizados en un estricto odio a la fe, en el sentido de que los emperadores romanos no rechazaron los principios evangélicos que, por otra parte, ellos desconocían. Lo que los movía a martirizar a los primitivos cristianos era el rechazo que éstos expresaban al culto al emperador; el desconocimiento de su autoridad.

En este sentido, se amplía la causa del odium fidei, en tanto no solamente se tiene en cuenta el ataque a la fe en sí misma, sino también la actitud del cristiano en su actuación temporal, de un modo coherente con esa misma fe, en tanto la circunstancia de esa actuación tenga como consecuencia la pérdida de bienes tan preciados como la libertad o la vida. En este caso, se considera que las virtudes se han de haber ejercido de un modo heroico, que es la condición exigida para que un fiel sea incluido en el catálogo de los santos.

Si antiguamente se entendía que en la composición del martirio debía haber una animadversión a la fe del creyente, ahora se puede decir que es suficiente que haya una hostilidad a las consecuencias de su núcleo de creencias. En el martirio se considera que un fiel ha ejercido la virtud en grado heroico por imperio de las circunstancias. No se trata solamente entonces de un testimonio público brindado a partir de la confesión de una fe personal, sino de un testimonio de los hechos que involucra el ejercicio de las virtudes cristianas, incluso de aquellas que, como la justicia, pueden ser patrimonio de quienes son ajenos o están más allá de esa misma fe.

El obispo rojo

A menudo se produjo en el pasado una simplificación que identificaba la opción por los pobres, que es una exigencia del espíritu evangélico, con una actitud política que expresaba una concepción secularizada de la fe. Lo cierto es que, en los hechos, muchas veces ha resultado muy difícil discernir una y otra. Los propios obispos han interpretado más de una vez en el pasado como intervenciones políticas lo que no eran sino denuncias proféticas. Se trata de zonas grises de difícil discernimiento, como lo muestra la propia historia.

En un clima de guerra como el vivido en los años setenta, no hay demasiado lugar para los intermedios, sino que todo tiende a verse en blanco y negro. Angelelli mismo fue categorizado por el proceso militar como un marxista infiltrado en la Iglesia Católica que buscaba la destrucción del invocado tradicional estilo de vida de los argentinos.

Por su compromiso con los pobres, Angelelli fue tildado de “obispo rojo”
Por su compromiso con los pobres, Angelelli fue tildado de “obispo rojo”

Ello explica que fuera oportunamente caracterizado como el cura o el obispo rojo según una categoría profusamente usada por la derecha durante una gran parte del siglo pasado que incluiría a auténticos cristianos hoy considerados verdaderos santos. Otros ejemplos notorios, como el de Alberto Hurtado en Chile, Oscar Arnulfo Romero en El Salvador (ambos canonizados) y Helder Cámara en Brasil, todos ellos sujetos a la tacha de comunistas, así como aun hoy el actual pontífice, dan buena cuenta de ello.

El mismo Angelelli parece haber previsto su martirio cuando de modo intuitivo reflexionaba así: "Por ahí se me cruza por la cabeza el pensamiento de que el Señor anda necesitando la cárcel o la vida de algún obispo para despertar y vivir más profundamente la colegialidad episcopal". El papa Francisco, que ha promovido como ninguno de sus antecesores el espíritu colegial en el gobierno de la Iglesia, ha adoptado una consigna muy significativa de este nuevo beato de la fe católica, incluso en su programática exhortación Evangelii Gaudium, donde traza los criterios que inspiran su controvertida pastoral: "Con un oído en Dios y otro en el pueblo". Este dato resulta claramente expresivo para comprender el paso que el Papa ha dado e ilustra por sí solo que el espíritu del obispo rojo está más presente de lo que muchos imaginaron en el actual pontificado.

El autor es director del Instituto de Cultura del Centro Universitario de estudios (Cudes)

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