Cristina, libros y libras

Cristina Kirchner se acaba de levantar de la fría mesa de mármol en la que Jaime Durán Barba, cual Dr. Frankenstein, le insufló vida política durante más de tres años para agitarla como un fantasma ante cada elección. El arriesgado ardid inspirado en la novela de Mary Shelley funcionó en 2015 y en 2017. Pero tal como sucede en el libro de la escritora inglesa, la criatura se rebeló contra su creador. Como en la vieja narración, la terrorífica entidad inicia una sucesión de estropicios en cada una de las paradas de su derrotero.

La primera estación de Cristina es la Feria del Libro. Hemos podido ver su devastador efecto aun antes de su actuación estelar el día en que presente su libro. La ceremonia de apertura fue un escándalo que promete una edición signada por el fanatismo y las agresiones. El ex ministro de Cultura en funciones, Pablo Avelluto, sufrió, una vez más, una repudiable muestra de intolerancia en el acto inaugural, por parte de aquellos a los que ha intentado seducir sin éxito desde el comienzo de su imperceptible gestión. Hay razones para sospechar de una celada tendida al incauto funcionario, quien volvió a caer en la misma trampa por segundo año consecutivo. En efecto, tal como sucedió hace exactamente un año, Avelluto fue abucheado por un grupo de exaltados que le impidieron hablar y cuando intentó pronunciar su discurso entre gritos, silbidos e insultos, los ingratos invitados le dieron la espalda.

Consultado para esta columna, el secretario Avelluto deslizó la responsabilidad hacia los organizadores: "La Fundación El Libro había asegurado que el ingreso era con invitación para que no pasara lo del año pasado. Pero evidentemente no fue así". Queda claro a quién respondía aquella claque hostil.

Como sucede durante los años electorales, el acontecimiento más importante para los escritores será tomado por asalto por los políticos. Entre tantas cosas de las que se han apropiado, tal vez la Feria sea la de menor importancia. En este ámbito enrarecido desde el inicio, Cristina Kirchner lanzará oficialmente su candidatura presidencial con la excusa de la presentación de su libro, titulado Sinceramente. Pero no será la única forastera en tierra de escritores. La feria volverá a ser la caja de resonancia de una cadena de actos políticos disfrazados de hechos culturales: Juan Grabois y los ex ministros de Cristina, Axel Kicillof y Martín Lousteau encabezarán sendos actos literario-políticos y, por si fuera poco, estarán disponibles en los estands los ejemplares de El otro camino, la magistral obra del autor argentino Daniel Scioli.

Sinceramente es el título de la flamante obra de Cristina. Desde la portada, la ex Presidenta exhibe su más conocida habilidad: la tipografía y los colores son exactamente iguales a la tapa del disco homónimo del cantante mexicano César Costa. Y, de paso, la inscripción a guisa de rúbrica es una clara parodia a los cuadernos de Centeno.

En cuanto al contenido, se percibe claramente que no es un libro escrito, sino la transcripción de un testimonio oral. De hecho, casi se puede escuchar la voz de Cristina como venida de una lejana cadena nacional. Tal vez un lector incauto esperaría encontrarse con una Cristina más cercana a la imagen bondadosa que pretende mostrar, con un tono de confesión y, acaso, la admisión de errores tal como promete desde el principio del libro: "Lo cierto es que, más allá de los unos y los otros… soy Cristina. Una mujer… con todo lo que implica ser mujer en la Argentina. Con una vida en la que se cruzaron éxitos y frustraciones, aciertos y errores, pero que fue honestamente vivida sin declinar convicciones".

Tapa y contratapa de “Sinceramente”, el libro de Cristina Kirchner

Luego de este pasaje, el lector espera encontrar el reconocimiento de las "frustraciones" y los "errores". Pero a poco de avanzar, se hace difícil hallar la autocrítica y se topa, una y otra vez, frente a ese "yo" omnipresente que la caracterizó siempre: "Muchas veces, después del ballotage, pensé en eso que finalmente no se dio: yo, frente a la Asamblea Legislativa, entregándole los atributos presidenciales a… ¡Mauricio Macri! Lo pensaba y se me estrujaba el corazón. Es más, ya había imaginado cómo hacerlo: me sacaba la banda y, junto al bastón, los depositaba suavemente sobre el estrado de la presidencia de la Asamblea, lo saludaba y me retiraba".

Luego de este despliegue yoico, el ingenuo lector espera la confesión, el arrepentimiento de aquel acto imperdonable que quiso dañar al entonces presidente electo desde el comienzo mismo de su gestión. Pero no, al contrario; como siempre, no hace más que justificar lo injustificable: "Todo Cambiemos quería esa foto mía entregándole el mando a Macri porque no era cualquier otro presidente. Era Cristina, era la 'yegua', la soberbia, la autoritaria, la populista en un acto de rendición".

Más adelante llega el turno de uno de los tópicos que más irritación causaba: las cadenas nacionales: "Debo admitir que la cuestión de las cadenas nacionales fue todo un tema. Sí, el hecho de que yo hablara por cadena nacional —bastante seguido, es cierto— para comunicar la gestión de gobierno, obras, leyes, medidas, etc., tenía una razón objetiva". El lector, en su candidez, espera el mea culpa. Pero no; una vez más, sobreviene la decepción ante la enésima justificación: "Si yo no utilizaba esta herramienta, lo que nosotros hacíamos no aparecía en los medios de comunicación".

El único error que admite es aquel que cometió al declinar su candidatura a diputada en las elecciones de 2015, al sugerir que, tal vez, con su mágica presencia en las listas, habría podido colaborar para que Scioli fuera presidente: "Hoy, a la distancia, me pregunto: ¿Hubiera ayudado a cubrir la escasa diferencia de votos que tuvimos en el ballotage si iba como diputada? ¿No me habré equivocado al decirle que no a Daniel?", un curioso arrepentimiento de no haber ejercido su magnífica influencia.

Hay un pasaje del libro en el que, tal vez a su pesar, Cristina deja ver su ánimo irracional de venganza si le tocara un nuevo mandato. A referirse a la muerte de Héctor Timerman, dice: "Sufrió muchísimo por las acusaciones que nos hicieron con motivo de la firma del Memorándum de entendimiento con Irán. Creo que se enfermó de cáncer por los agravios, por las mentiras, por los ataques que recibió por parte de los dirigentes de su propia comunidad y quiero que ellos lo sepan, que carguen toda la vida con eso".

Para exculparse del asesinato del fiscal Alberto Nisman, Cristina construye el "asesinato" de Timerman. Es necesario recordar que, según lo dictaminó la Justicia, Nisman no murió precisamente de mala sangre.

En este punto, al lector lo invade la náusea y decide cerrar el libro para no volver a abrirlo, tal como recomendaba Jorge Luis Borges: "Siempre les aconsejé a mis estudiantes: si un libro los aburre, déjenlo, no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una forma de la felicidad. Si Shakespeare les interesa, llegará un día que Shakespeare será digno de ustedes y ustedes serán dignos de Shakespeare".

Lo admito, aún no soy un digno lector de Cristina Kirchner y mi barrera no ha sido el tedio, sino la náusea. Bajo la hojarasca del libro se oculta un sólo propósito: justificar la inexplicable fortuna familiar.

Parafraseando al gran autor venezolano Nicolás Maduro, pareciera que tras las páginas de los libros se pretende ocultar la existencia de las libras.

Pero si alguien quisiera prefigurarse como podría ser un posible tercer mandato de Cristina Kirchner, solo tiene que observar el desarrollo de esta Feria del Libro que ya tuvo un pésimo comienzo y augura tiempos violentos.

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