Por inquietud de diferentes intelectuales me llegan comentarios sobre las ideas de Rita Segato, designada para pronunciar el discurso inaugural de la próxima Feria del Libro; antropóloga, feminista, especialista en violencia de género, que afirma: "La violación es un acto de poder y dominación de un ser vulnerable, víctima social… con quien ni la cárcel ni la castración química, ni la pena de muerte, ni la reclusión perpetua resuelven nada".
O sea, libres por tenerles pena en vez de pena para el delito.
Leo sus publicaciones y hasta me encuentro coincidiendo en algunos de sus pensamientos. Sin embargo, me preocupa que la sociedad quede desprotegida frente al salvajismo de las palabras, desprotegiendo a las víctimas y protegiendo a sus victimarios.
La Antropología es una de las ciencias humanísticas que enriquece la mirada del Psicoanálisis, acercándonos las conductas humanas y sus culturas y rasgos para entender sólo algo de lo "posible" de nuestro psiquismo.
Somos seres bio-psicosociales históricos y actuales; lo que nos hace parecidos a una cebolla con sus catáfilas en la que ninguna de ellas es cebolla por sí misma. Tampoco nosotros, si alguno de estos datos que nos constituyen estuviera ausente. Cada uno en sí mismo reviste importancia.
Cuando una disciplina sale de su ámbito de investigación y estudio, las palabras deben cuidarse como letal instrumento, porque, por ejemplo, nadie nace sabiendo que un bisturí es un elemento quirúrgico y sí lo intuye al verlo en un quirófano; sin embargo todos podríamos usarlo para lastimarnos o lastimar si estuviera fuera de su lugar.
Las palabras en las disciplinas humanísticas suelen ser esclarecedoras si no son efectistas, en cuyo caso suelen ser dañinas y perturbadoras hasta poner en riesgo una sociedad, un género, una vida que puede ser tomada por asalto con "el violador es el sujeto moral por excelencia", en el decir de Segato, sin poder defenderse de lo que se puede sentir como un agravio. Ya es tarde, ya dañó.
En Psicoanálisis, a las interpretaciones fuera del contexto terapéutico las llamamos "salvajes o silvestres". Homologaré estos términos a lo que intento manifestar como una salvaguarda de que "delito" y "enfermedad" se dirimen en ámbitos diferentes y, cuando se invaden, sólo quedamos expuestos al riesgo del bisturí, por salvajes palabras que nos confunden y si "los cambios sociales llevan tiempo", como dice Segato y con quien acuerdo, en el mientras tanto, la pena en reclusión, sin duda es imprescindible, para que la víctima sienta que la ley y la sociedad están protegiéndola.
¿Debemos discutir las propuestas de la sociedad que queremos en un diván?, ¿entender patrones de conductas transforma a un delincuente en un paciente? ¿Debe la sociedad de la gente mansa someterse al acto criminal del individuo que delinque porque es una víctima social? ¿Podemos decirle al familiar de una víctima de violación que "el violador es el sujeto más moral de todos"?, ¿que la sociedad es responsable por inculcar cultura patriarcal?, ¿que su acto no es sexual sino de pulsión de dominio, como expresa Segato en diferentes artículos?
Puedo debatir entre intelectuales y trataré con mi mayor compromiso de estar a la altura de las circunstancias, pero no se puede hacer que la mortificación de la víctima entre en el torrente de la reflexión teórica y mucho menos que, frente a la pregunta a Segato, "¿Qué se hace con un violador?", la respuesta sea: "Con un violador no, con la sociedad".
Si es cierto que las sociedades son lo que sus delitos manifiestan, también es cierto que si la institucionalidad es quebrada por el "abolicionismo", la barbarie es su destino.
La institucionalidad constituye el valor simbólico del orden, imprescindible para que el ser social pueda aportar lo suyo a la sociedad: su trabajo, su estudio, su ocio, su consumo apropiado y todo esto interactuando con otros a quienes se debe respetar. Si en cambio atendemos todas las interpretaciones psico-socioantropológicas que el "pobre delincuente, víctima social" padece, "las personas de bien" quedan presas de este abolicionismo declamado que es el disfraz de uso y abuso del populismo imperante en una región (Latinoamérica), que así sostiene corrupciones e injusticias sociales como caldo de cultivo para los pocos dominadores de lo que no se reparte.
Y ya que de violaciones se trata, no evitemos el feminismo; a mí me gusta el de Simone de Beauvoir, el de Alicia Moreau de Justo; aunque respeto a todos los autores.
Violaciones de derechos a la mujer son violaciones; físicas o psicológicas, son violaciones; las mujeres están movilizándose en el mundo entero. Las sociedades, las religiones no hay cómo callar este cambio.
Me pregunto: ¿cómo le digo a una mujer violada que su violador no tuvo deseo sexual sino pulsión de dominio? ¿Cómo le digo al juez que estudie pulsiones y destinos de la pulsión en las Obras Completas de Sigmund Freud y que no sentencie violación sino afán de poder? Como le explico que, en su inconsciente, el violador es el corrector moral por una conducta inadecuada y que es por culpa de la sociedad, para quien algo habrás hecho? ¿Que el violador es víctima del patriarcado histórico? Que no niego y además adhiero, pero no puedo nominarlo "víctima", por respeto a la víctima.
La especulación teórica en ámbitos públicos es peligrosa.
Si sometemos a la persona a la disección del laboratorio de las humanidades, todos haremos tesis fantásticas, pero sociedades siniestras.
También se habla de líbido en los artículos referidos, diferenciando pulsión de dominio de fantasía sexual y placer sexual. Admirable la capacidad de disección.
Como esto atañe a mi acotado saber, quiero aclarar una soberana confusión: la pulsión de dominio excita tanto como el deseo sexual puro (si lo hubiera) y, una vez manifiesto, el placer es máximo, así que de "ordenador" el violador no tiene nada, nada lo exime de su delito, sólo tiene la necesidad de su satisfacción narcisista y de poco cuenta si viene del deseo sexual o de la pulsión de dominio.
La autora hace referencia a "entrevistas con violadores en condiciones de diván psicoanalítico" (en Brasil, 2017, donde llevó a cabo su investigación), lo cual la habilitaría a un conocimiento acabado sobre el tema. La aclaración más pertinente fue que estas entrevistas se realizaron bajo sentencias ya cerradas y nada podía beneficiarlos (ni perjudicarlos), o sea, ya estaban bajo la falla de la sociedad, el violador preso, la sociedad a salvo y las mujeres también; pienso: así es "posible" recomendar una sociedad justa; al menos los entrevistadores estaban seguros.
Traigo el pensamiento que la investigadora conoce: "La teoría sin práctica es un sueño, la práctica sin teoría, una pesadilla" o a Kant: "La práctica sin teoría es ciega y la teoría sin práctica es estéril". Con el criminal preso y sin peligro social, podemos hacer de la palabra un ensayo, hasta un libro, aunque no una práctica irrealizable.
Y por último, ¿enfermo o delincuente? ¿punitivismo o abolicionismo? La agresión es inherente a la condición de persona. Su uso nos diferencia, los diagnósticos psicológicos son claros, el psicópata existe. La sociología nos aporta enlazada con la psiquiatría, "personalidad asocial".
Coincido con que cuanto más se sane la sociedad, menos probables los delitos. Aunque nunca serán erradicados "porque el alacrán inocula ponzoña por naturaleza" y, en el mientras tanto, la punición en vez de la impunidad, definitivamente, alivia a la sociedad y también al delincuente, y le permite algún gesto de reparación o "ya que es el más moral", tal vez hasta pueda arrepentirse.
Pero si sus actos son sin consecuencia, queda a merced de su culpabilidad insana que le hará repetir una y otra vez la violación perpetrada. Porque la "reincidencia" es la evidencia de la repetición culposa del delito cometido. Y de eso se encarga el psicólogo, pero con el violador preso.
Será cuestión de unirnos la antropología y la psicología y hacer políticas carcelarias que, empezando por esas sociedades, luego atraviesen los muros con alguna posible reinserción.
Todo esto me hace cuidar las palabras, en este mundo de medios y redes sociales cuando se tiran títulos y se retuitea en progresión infinita; las palabras son letales y los pensamientos, pocos.
La mortificación de una violación no puede ser otra vez atacada con el más moral de los humanos: el violador.
Al menos, no dicho de ese modo.
La autora es psicoanalista y miembro de Usina de Justicia.