El Día de la Tierra se celebra cada 22 de abril y busca generar conciencia sobre los problemas ambientales que afectan al planeta: cambio climático, contaminación y deforestación, entre otros. La fecha funciona como un recordatorio del que nadie está exento: la toma de conciencia debe ser colectiva. Como ciudadanos tenemos mucho por hacer, pero quienes más deben aprovechar esta efeméride para reflexionar son los gobiernos.
Como acto seguido a la toma de conciencia, necesitamos acciones concretas y urgentes. Los datos hablan por sí mismos: los últimos 4 años fueron los más calurosos por los efectos del calentamiento global; Argentina se encuentra en el puesto 28 de los países que más contaminan sus mares con plásticos; las sequías y las inundaciones aumentan su frecuencia según se avanza con la destrucción de bosques y la quema de combustibles fósiles, lo que potencia el calentamiento global y provoca, a su vez, pérdidas económicas, riesgos sanitarios, problemas sociales y graves impactos ambientales. Según FAO, entre 1990 y 2015 Argentina fue uno de los 10 países que más deforestó en el mundo: 7,6 millones de hectáreas, el tamaño de la provincia de Entre Ríos.
¿Cómo llegamos a este punto? La quema de combustibles fósiles y la deforestación incrementaron a tasas astronómicas desde la revolución industrial para satisfacer la insaciable demanda de recursos de la sociedad de consumo global, y principalmente, para enriquecer a parte del 1% más rico del planeta: desde 1990 se destruyeron más de 129 millones de hectáreas de bosques —una superficie casi equivalente a la de Sudáfrica— y la actividad humana llevó a una concentración elevada de dióxido de carbono como nunca antes en la historia, lo que ha provocado una crisis ambiental. La situación es alarmante y la comodidad de los líderes no ayuda.
Cuando las organizaciones ambientales hablamos de la acción política necesaria para hacer frente a estos problemas, no nos referimos a un concepto abstracto y vago. Planteamos una transformación. El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), máxima autoridad científica en materia climática, demostró que es posible mantener el aumento de la temperatura global por debajo del umbral de 1,5°C en relación con la era preindustrial —meta acordada por la comunidad global en el Acuerdo de París. Para lograrlo, estamos obligados a reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Para 2050 estas emisiones deben llegar a cero. Aunque suene casi imposible, todavía hay una ventana de esperanza.
Como contrapunto de la comodidad de los líderes mundiales, los movimientos estudiantiles climáticos a lo largo y a lo ancho del globo nos dicen que es posible lograrlo: el pasado 15 de marzo se realizaron protestas en 80 países, incluida Argentina, donde la manifestación tuvo lugar frente al Congreso para llamar la atención de quienes legislan.
Con medidas públicas y ciudadanas a favor del planeta y el clima, el regalo de la humanidad a la Tierra puede dejar de ser deforestación, cambio climático y contaminación, y convertirse en acciones concretas. Quizás en algunos años el Día del Planeta no sea para tomar conciencia sobre el daño ambiental, sino para celebrar los cambios logrados. El mejor regalo que podemos hacerle al planeta es no ser indiferentes.
El autor es miembro de Greenpeace Argentina.